jueves. 25.04.2024

Antonio, el de Caravaca

El martes 26 murió Antonio García Martínez-Reina, nieto de exiliados en Orán, hijo de represaliado, de exiliado interior al que se le prohibió estudiar por el simple hecho de militar en la Juventudes Socialistas.

El martes 26 murió Antonio García Martínez-Reina, nieto de exiliados en Orán, hijo de represaliado, de exiliado interior al que se le prohibió estudiar por el simple hecho de militar en la Juventudes Socialistas. Murió a los cincuenta y seis años de edad sin que nada le avisase de que su fin estaba próximo. Sintió un dolor en el estómago, fue al hospital y a las 24 horas era cadáver. El pancreas le estalló debido a una infección y un colapso multiorgánico acabó con el fulminantemente.

Era un amigo, un buen hombre y el mejor Alcalde que ha tenido mi pueblo, Caravaca, dónde intento durante doce años, sin apenas dinero, desfacer todos los entuertos urbanísticos y de otro tipo heredados del franquismo. Devolvió el amor por el casco viejo -que es el alma, hoy abandonada, de la ciudad-, el orgullo por vivir en él, recuperó las viejas alamedas destrozadas por la arborifobia franquista, salvó de la desaparición uno de los parajes más bellos del Sur de España: Las Fuentes del Marqués de Caravaca. Montó los primeros servicios sociales de la comarca e intento buscar un futuro sostenible para la misma mediante la recuperación del paisaje y del turismo rural de calidad.

Todo eso, tras su retirada, desapareció gracias a la política ladrillera de sus sucesores que han dejado el pueblo en la más absoluta de las ruinas, destrozado.

Un hombre bueno, inteligente, hecho a sí mismo, maestro en una escuela de disminuidos psíquicos; un hombre consciente del tiempo que le tocó vivir. De aquí no se va a ningún lado, y aunque se fuera no creo que Antonio comprase billete para ese viaje, su reino era de este mundo. El hachazo invisible y homicida, nos ha dejado a muchos con el corazón helado, buscando por qués que nunca tendrán respuesta, pero estoy seguro que, cuando pase el tiempo y el dolor, que han de pasar inexorablemente aunque sólo sea gracias a ese mecanismo de autodefensa que nos impele a seguir viviendo el tiempo que cronos nos tenga asignado, su recuerdo, su valentía y su honradez, su vitalidad y el privilegio de haberle conocido, quedarán como uno de nuestros mejores tesoros.

En 1975, un agente del PSP llega a mi casa, mi madre se escandaliza, tenía 15 años. No, aquí no vive, mi hijo es menor, no está. Era verdad, no estaba. Estaba con Ginés García Andreu, su hijo Antonio y otros que seguíamos a Tierno. Ginés García Andreu era por aquel entonces empleado de la Renault, después de que el franquismo le impidió, como a a tantos otros, ser lo que le hubiese dado la gana ser, porque podía haberlo sido. Unos cuantos jóvenes nos juntábamos en el local de Antonio Ríos, el de la leche Puleva y el vino Ayuso, o en el contiguo, no lo recuerdo bien, pero Antonio siempre estaba en la retaguardia, nunca en el frente, eso correspondía a su padre y a otros que habían sufrido al peor de los españoles malos, que ya es decir.

Pasó el tiempo. Abril. Partido Comunista, un puñado de viejos que pudieron levantar el puño por primavara vez en el 77, y un puñado de jóvenes a los que nos daba lo mismo comunista que socialista que republicano. Utopía cercana. El caso es que el primer cartel de Caravaca de un ROJO fue el de Ginés García Andreu, conciliador, educado, bueno, sometido como todos, pero con las ideas muy claras en su interior, en ese interior dónde no pueden entrar los ojos del vigilante. El franquismo fue debastador. En aquel pueblo del Sur de España, hermosísimo, mandaba algo ultraterreno, pero Ginés tuvo la fuerza de ser el primero en aparecer en la foto, arriesgándolo todo, igual que antes ocurrió. No lo consiguió. El franquismo seguía haciendo estragos, pero su hijo Antonio, cuando todo estaba perdido, porque lo había mamado, porque lo había vivido y desvivido, cogió el testigo. Y se convirtió en el primer Alcande antifranquista de la democracia nueva. Se puso un pañuelo al cuello, rojo, un fajín rojo, una camisa blanca y un pantalón blanco, como nadie había hecho antes, cumplió con los cánones de flores y tradiciones, pero no fue un paleto como lo fueron otros que, con chaqué, confundieron un paraíso con los páramos castigados por la Naturaleza y el hombre. Sabía qué era Caravaca, la sentía.

Antonio García Martínez-Reina, simbolizó como pocos el retorno de la democracia, el retorno de la civilidad. Su muerte inesperada nos hunde a muchos en el dolor más intenso. No sólo porque su cheque no había caducado, ni estaba en la lista de morosos, sino porque le quedaba mucho por andar y también mucho por esperar. No siguió en la política activa cuando vio que la política había caducado, regresó a su hogar, el magnífico lugar de los maestros de escuela. Espero que en el infinito que es finito, nos encontremos. Yo, desde luego, siempre estaré fraternalmente al lado de quien fue el segundo, primero fue su padre, en dar la cara de la España vital, de la España antifranquista, de la España real y moderna, en mi pueblo, un pueblo que merece más gente como él.

Nadie es imprescindible en política, sobre todo cuando no se es de derechas ni se busca el medro personal. ANTONIO, regresó de la ALCALDÍA CONSTITUCIONAL de Caravaca al sitio de dónde venía. No buscó atajos ni prolongaciones. Es la verdadera política, uno debe saber cuando se tiene que ir, y regresar al sitio del que partió. La política es servicio público y la vida personal, es, evidentemente, personal. Cuando la vida pública se acaba, uno se convierte, única y exclusivamente, en un ciudadano normal y corriente, sin prebendas. ESO HIZO ANTONIO GARCÍA MARTÍNEZ-REINA. Muchos, en el ámbito de la política local, autonómica y estatal, deberían aprender de su ejemplo.

¡¡¡Antonio, un abrazo fraternal. Nos vemos!!!



Antonio, el de Caravaca
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