El todo Barcelona comenta, todavía por lo bajinis, que Ada Colau está preparando la creación de un nuevo partido. Sería, más o menos, una conjunción de las fuerzas que integran En Comú Podem más las agregaciones que se sumaran al experimento. La impresión que se tiene es la siguiente: parece más una operación de élites, que no acaba de pisar tierra ni siquiera en el interior de las fuerzas que configuran los actuales comunes.
Este ´no pisar tierra´ se complica porque, según yo veo las cosas, por el carácter de En Comú Podem. Yendo por lo derecho: es un conjunto de retales que tiene una gran dificultad para conformar un vestido. O, si se prefiere, se trata de una organización que se caracteriza por una disparidad de criterios, algunos de ellos de gran importancia. El más visible de todos es la posición ante el soberanismo catalán. Cada componente de En Comú Podem tiene, además, en su interior posiciones muy diversas en torno a dicha cuestión. Lo que, como es natural, acaba perturbando un intento de proyecto, especialmente el urgente que se necesita ahora, que signifique un útil banderín de enganche popular. Con lo que corren el riesgo de no ser un barco de gran cabotaje.
No estamos hablando de matices, sino de desencuentros. Ahora, con motivo de los preparativos de la Diada del 11 de Setembre, han vuelto a aparecer nítidamente: el grupo dirigente de ICV afirma «sentirse excluido (por el carácter) de la convocatoria», abundando en lo manifestado por Lluis Rabell; Ada Colau, tras una serie de aparentes meandros, es partidaria de asistir «en defensa de las instituciones catalanas». Una y otra posiciones son difíciles de compatibilizar.
Si entiendo bien ambos argumentos se podría llegar a estas conclusiones: sentirse excluido de la manifestación quiere decir estar al margen de todo lo que la rodea y explica; en cambio, la presencia en ella va más allá de las contingencias del apoyo a las instituciones catalanas y del uso que actualmente están haciendo sus responsables.
Joan Coscubiela ha dado respuesta a Colau atribuyendo su posición a un «sentido institucional» y ha recordado que hay un «rechazo unánime» a la hoja de ruta independentista que defienden Junts pel Sí, la CUP y el gobierno de Puigdemont (1). No hay motivos para no creerle. No obstante, nos permitimos dos chucherías: una, ¿por qué necesariamente la posición institucional de Colau tiene que ser de seguimiento de lo que expresa la presidencia de la Generalitat?; dos, ¿el rechazo a esta hoja de ruta es sinónimo de un rechazo a todo itinerario secesionista o un desacuerdo a esta hoja de ruta? También aquí valdría lo improductivo de «nadar y guardar la ropa». Que siempre tuvo sus límites…
En resumidas cuentas, del equívoco al embrollo hay un trecho muy corto. Por lo que es deseable que ese «rechazo unánime», hoy un tanto gaseoso, pase a solidificarse.