lunes. 07.10.2024

Abril para soñar

“Abril para vivir, abril para cantar, abril para sentir, abril para soñar”, que decía la canción de Carlos Cano, “Luna de abril”.

“Abril para vivir, abril para cantar, abril para sentir, abril para soñar”, que decía la canción de Carlos Cano, “Luna de abril”. Y así se podrían haber sentido muchos de quienes asistieron, en la segunda semana de abril, a tres actos consecutivos celebrados en la capital de España: la presentación de Izquierda Abierta en el distrito de Vallecas, la constitución de la Plataforma Socialistas a la Izquierda y la manifestación reclamando la III República. A ellos se podrán sumar quienes asistan, en la tercera semana del mes, a la Asamblea General de Republicanos. Abril, un mes en el que, como también decía la canción de Carlos Cano, despierta la primavera y, en este caso, podríamos decir que una primavera política agitada. En el ámbito de la izquierda, por supuesto, aunque no falte quien, desde los aparatos de las formaciones políticas tradicionales, intente menospreciar o ningunear todo lo que se mueve fuera de ellas.

En este sentido, tanto Izquierda Abierta como Socialistas a la Izquierda comparten, de entrada, un mismo objetivo: sumar fuerzas en la izquierda, sin ir contra nadie, para plantarle cara a las políticas neoliberales pero, también, para plantarle cara a la fragmentación sempiterna de la izquierda española. Y ambas formaciones pretenden hacerlo desde un concepto nuevo de organización política, flexible y amplia, incluyente, participativa en red, que desborde los encorsetamientos tradicionales para la aportación individual sin renunciar, por ello, a la mínima coordinación y estructura que haga de dichas formaciones un proyecto creíble, ilusionante y novedoso en el panorama de la izquierda española. El reto es muy ambicioso pues se trata de poner de acuerdo a distintas sensibilidades de la izquierda en un programa común y en unas acciones conjuntas que sean capaces de articular un frente unido, lo más amplio posible, ante las agresiones neoliberales a los derechos trabajosamente conseguidos por los ciudadanos a lo largo de tantas décadas.

Ambas formaciones tendrán que tener en cuenta, en mi opinión, el diseño de la representatividad política que hace el injusto sistema electoral que tenemos en España, agravado especialmente en las elecciones generales. También tendrán que vencer las resistencias no solo de las organizaciones ya tradicionales en la izquierda sino también las de las nuevas formaciones que se han ido articulando a lo largo de estos años de crisis económica. Y, finalmente, tendrán que hacer un esfuerzo denodado para dirigirse, sin aires de superioridad pero también sin complejos, a todos esos colectivos políticos y sociales que forman el paisanaje amplio y plural de la izquierda española. Ésta, a su vez, debe reflexionar muy seriamente sobre el momento histórico, por crítico, que vive la ciudadanía española, y la progresista en particular, así como la ciudadanía europea y su izquierda política y social. Me refiero, lógicamente, a la izquierda que está a la izquierda de los partidos gubernamentales de progreso, aunque puede ser tan grave la inminente situación que sería deseable que a esa reflexión profunda de la izquierda se sumara ese progresismo que ha abrazado sin ambages en los últimos años el neoliberalismo económico. Aunque esto último es bastante improbable que se pueda conseguir.

Ninguna de estas nuevas formaciones -como ninguna de las de la izquierda en general- puede ni debe desenfocar la auténtica eficiencia de su arriesgada apuesta que, en mi opinión, debería conducir lo más rápido posible no solo a la estatalización sino, fundamentalmente, a la europeización de la oposición antineoliberal, tanto en el ámbito político como en el sindical. Los poderes financieros están demostrando su efectividad en la defensa de sus intereses, pues lo hacen traspasando fronteras nacionales. Sus gobiernos amigos también se muestran eficaces en la materialización de los deseos de aquéllos, pues toman sus decisiones ejecutivas y legislativas de manera transnacional también, en reuniones de ámbito comunitario o internacional que, luego, aplican al dedillo a sus ciudadanos nacionales. Sin embargo, todavía hoy, después de cuatro años de crisis, después de cuatro años de europeización de mercados y gobiernos, los partidos políticos de izquierda y los sindicatos mayoritarios siguen opositando, siguen luchando, país a país, frontera a frontera. Y de esto está cansada la ciudadanía progresista porque, creo yo, ve cómo esta fórmula de contienda política y social ha quedado superada con creces por la contienda transnacional que libran poderes financieros y políticos.

Ojalá estos dos nuevos proyectos que surgen esta semana sean capaces de romper esa insoportable tendencia al ombliguismo político de la izquierda y puedan abrir puertas y ventanas en esa casa común que está tan dividida por habitaciones. Si, al final, se hace por la integración de esas fuerzas de progreso en alguna formación de izquierdas ya consagrada y con representación parlamentaria digna o, antes al contrario, se hace por la suma y acompañamiento de esas fuerzas de progreso con estas otras nuevas, da lo mismo. Aquí, creo yo, el fin sí justificaría los medios. Porque el fin no es otro que la defensa del Estado del bienestar, la defensa de un sistema económico que asegure el Estado social, la defensa de esa ciudadanía que pierde a marchas forzadas recursos, seguridades y derechos. El fin no es otro que la defensa de una sociedad digna para unas cuantas décadas.

Europa y, especialmente, la Europa de los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) se encuentra hoy en una encrucijada quizá tan importante como la que decidió, hace ya más de doscientos años, la suma de las fuerzas de la burguesía francesa con las clases populares, que estaban excluidas del sistema político del Antiguo Régimen y que seguirían excluidas del sistema político del nuevo régimen, el liberal-constitucional, pero que vieron con claridad que, aunque los burgueses franceses no les representaban del todo, desde luego rey, nobleza y clero, aliados, no les representaban en absoluto. Creo yo que en algo parecido está esa Europa de los PIIGS: una inmensa mayoría de ciudadanos, clases medias y populares, en absoluto representadas y protegidas por las grandes corporaciones y sus gobiernos amigos. Por eso, hoy como entonces, se necesita un pacto diáfano de los de abajo contra los de arriba, no tanto para apartar a los de arriba del sistema como para evitar que éste nos lo sigan imponiendo ellos. Un pacto democrático, justo y equitativo, que no haga saltar por los aires lo construido tan arduamente durante el último medio siglo de convivencia política, social y económica en Europa.

La inquietud ante este panorama hace que muchos reclamen cada vez con más fuerza en España un sistema político que defienda de verdad los intereses generales, los intereses de la mayoría social, y que erradique las corruptelas y los servicios prestados a grandes poderes que solo protegen su inminente cuenta de resultados. Esa inquietud hace reclamar a cada vez más ciudadanos un sistema político que replante lo podrido, que refunda sobre algo nuevo y que emerja como garantía de un futuro digno para las siguientes generaciones. Por eso, quizá, cada vez más ciudadanos se unen al sentimiento republicano y a la demanda de una III República, no solo como un sistema político que erradique la herencia de la Jefatura del Estado, sino que erradique también la herencia de lo establecido por sistema y que los mismos poderes de siempre quieren preservar, incluso cambiándolo todo para que nada cambie. De ahí que, quizá con esa fuerza, esté creciendo ese sentimiento republicano federal que esta semana a muchos nos convoca.

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