jueves. 18.04.2024

A por el oro

En algunos balcones se sujetan patrióticas banderas que resisten estoicas las inclemencias del tiempo. La resaca festiva de la Eurocopa resuena aún como un eco eterno que discurre en la barra de un bar, que gira en torno a la imagen de Casillas junto al menú del día, que entra y sale con cada parroquiano que busca consuelo en el orgullo deportivo y huye así de primas y rescates.

En algunos balcones se sujetan patrióticas banderas que resisten estoicas las inclemencias del tiempo. La resaca festiva de la Eurocopa resuena aún como un eco eterno que discurre en la barra de un bar, que gira en torno a la imagen de Casillas junto al menú del día, que entra y sale con cada parroquiano que busca consuelo en el orgullo deportivo y huye así de primas y rescates. “Ahora a por el oro”, dicen clavando la mirada en las noticias de hoy que son bastante peores que las de ayer, aunque siempre mejor que las de mañana.

El ojo está puesto ahora en Londres. Una antorcha que se mantendrá encendida unos cuantos días y que se pondrá nuevamente al servicio de los oportunistas de turno, esos que suelen sepultar auténticos fracasos bajo los volátiles laureles del éxito deportivo. “Ahora a por el oro”, repite un Manolo anónimo abriendo el periódico en el que un clasificado anuncia: “Compro oro”, tendencia en alza a la que ya se apuntaron viejos nuevos ricos, desprendiéndose de pesadas cruces que hasta no hace tanto tiempo supieron colgar con holgura de sus estirados cuellos.

Los juegos Olímpicos encienden nuevamente la llama de la ilusión de los ilusos. Pero Manolo ya no es el que era, y al igual que otros Manolos se ve a diario reflejado en la pantalla de la televisión, preguntándose qué fue lo que pasó; pregunta que estos días no encuentra respuesta en las estériles comparecencias de Montoro, De Guindos y Rato, los Gaby, Fofó y Miliki de la política y la especulación española (dicho esto con el mismo respeto que los ilustres mencionados tienen por la ciudadanía). “Gaby, Fofó y Montoro”, me dice al oído Manolo mientras se mete entre pecho y espalda la última aceituna que acompaña la caña. ¿De qué se ríe Montoro?, me pregunto yo y otros muchos que se detuvieron en este siniestro detalle que caracteriza al Ministro de Hacienda¿Cuál es la gracia?. “Son los nervios, es la impotencia, el no poder explicar lo que sucede”. Puede ser. Incluso si fuera un tio responsable podría uno creerse que son las responsabilidades las que lo afectan, generando esa mueca estúpida que se dibuja en su cara cada vez que tiene que darle un nuevo palo a los trabajadores. ¿Y Rajoy?. ¿Por qué se infla como un globo aerostático en las mismas circunstancias?. ¿Cómo se explica este fenómeno?, “Amigos de la nave del misterio, estamos ante un fenómeno paranormal”, diría Iker Jimenez en su programa de Cuatro.

Y ahora, como si ya no la hubiesen cagado de forma histórica, vuelven sobre el tema del aborto. ¿Se acuerda usted Manolo de los saltitos de Rajoy en la sede del PP?. ¿Y de sus seguidores cantando: “Quita el aborto, quita el aborto”. Pues yo si que me acuerdo, como también se acuerdan millones de mujeres a las que no les interesa en absoluto que le manoseen los ovarios unos señores cuyas medidas vintage retrotraen a la España en blanco y negro moldeada por el NODO. ¿Qué opina usted Manolo de esto que le cuento?. Ahh, si, que ahora vamos a por el oro, que en última instancia se lo vendemos todo al tipo del aviso clasificado.

El año pasado un japonés vendió un riñón para comprarse el nuevo modelo de IPod, en el pueblo de Rasquera votaban Sí a la marihuana para salir de la crisis, y un aviso en el periódico pedía donantes de semen mediante un lema tentador para los jóvenes desempleados: “El dinero está en tus manos”. Y mire que se paga bien; téngalo en cuenta Manolo porque al paso que vamos será la única solución a sus problemas económicos (y si no le pagan al menos habrá pasado un momento placentero). Ya sé que con todo esto que le digo lo aparto un poco de la ilusión que se ha hecho con el oro en los olímpicos. No es mi intención aguarle la fiesta, de modo que acomódese plácidamente en su sofá (que aún no pagó), préndase a la fiesta deportiva y que le cunda, porque cuando esta acabe vaya el diablo a saber por qué nuevos derroteros andará su existencia.

En la calle no hay un alma. La ceremonia inaugural está a punto de comenzar. Un grupo de amigos celebra por anticipado recurriendo a cánticos tan originales como las muecas de Montoro. “A por ellos, oé”. Otra vez  la misma canción, el mismo y absurdo patriotismo de salón. La llama olímpica está encendida. La otra, la que de un instante a otro provocará un verdadero infierno, también.  

A por el oro
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