viernes. 29.03.2024

A nuestro establishment no le gusta el escrache

Los españoles siempre hemos sido un poco exagerados, tanto para lo bueno como para lo malo. Reconozcámoslo. Dicen que pasamos en apenas un lustro de no tener cajeros automáticos en las calles a tener más cajeros per cápita que cualquier país europeo. A pesar de la crisis y la reducción drástica del consumo somos uno de los países del mundo con mayor penetración de los Smart Phones.

Los españoles siempre hemos sido un poco exagerados, tanto para lo bueno como para lo malo. Reconozcámoslo. Dicen que pasamos en apenas un lustro de no tener cajeros automáticos en las calles a tener más cajeros per cápita que cualquier país europeo. A pesar de la crisis y la reducción drástica del consumo somos uno de los países del mundo con mayor penetración de los Smart Phones. Y recién acabada la Semana Santa uno comprueba que el personal patrio es capaz de gastarse lo que no tiene en túnicas, capirotes y demás abalorios propios de estas celebraciones. Hasta  el New York Times “critica el lujo de la Semana Santa” y sus reporteros se llevan las manos a la cabeza por semejante contradicción sólo comprensible por estas latitudes.

También somos expertos en conjugar nuevas palabras a la velocidad de un rayo. Es el caso de el escrache. Hace dos meses no creo que hubiera más de veinte personas en España que conociera su significado (y todas ellas, claro está, habrían vivido al menos una temporada en Argentina). Sin embargo, hoy el escrache forma parte de tertulias televisivas, conversaciones informales, análisis de politólogos y sesudos artículos de opinión. Este artículo es una demostración de ello. De repente nos hemos convertido en expertos mundiales en escrache, y nos lanzamos a debatir sobre ello sin complejos. ¿Es esto una nueva demostración de nuestra demostrada capacidad para la exageración de la que hablaba anteriormente? Me temo que no, dejando atrás la ironía creo que estamos ante la enésima prueba del enorme poder del establishment para imponer los debates que más le convienen.

Vayamos por parte. Todo surge a raíz de una denuncia del Sr. González Pons en la que argumenta que la PAH “ha violentado su domicilio”. A partir de ahí portavoces, voceros, medios de comunicación y todas las “personas de bien” se lanzan a degüello contra la PAH y su portavoz Ada Colau. Les han llamado de todo, desde filoetarras hasta fascistas. Aunque en mi humilde opinión si te topas por la calle con un grupo de la PAH camino de una acción de denuncia más parecen un grupo lúdico que van a jugar al parchís con sus carteles de colorines que un comando con fines violentos. Pero en fin, dicen que la vista es un sentido que a veces engaña.

A continuación el Ministerio del Interior da orden de que se identifique y en caso de resistencia detenga a quienes protagonicen un escrache. Una orden criticada por asociaciones de policías y de jueces que tienen más claro que el Gobierno la diferencia entre una protesta ciudadana pacífica (aunque duela y escueza a quien la sufre) y un delito.  ¿Por qué el gobierno, los principales medios de comunicación y amplios sectores de la sociedad y la política demonizan el escrache?

En primer lugar porque así consiguen desviar la atención sobre el asunto de fondo que es la lucha desde hace cuatro años de una plataforma ciudadana plural para hacer frente al drama social de los desahucios. Una lucha desigual porque se enfrentan no ya al gobierno de turno, sino al poder financiero y económico que no está dispuesto a que se modifique un ápice la legislación hipotecaria a pesar de que recientemente el Tribunal de Luxemburgo la ha declarado ilegal y abusiva.

En segundo lugar porque en ausencia de una oposición real, se han dado cuenta de que la verdadera oposición al gobierno está en la calle. Desnortado el PSOE, sin la fortaleza necesaria para hacerles daño en los partidos minoritarios y desaparecidos los agentes sociales tradicionales de la esfera pública, la oposición al gobierno está en las calles y la protagonizan miles de personas con acciones reales, coordinadas por plataformas como la PAH. Y por ello es necesario sacar toda la artillería contra ella. No basta solo con tumbar la ILP en el Parlamento, que lo harán. Deben acabar con toda resistencia utilizando de manera coercitiva todos los poderes del Estado.

En esta labor de destrucción de la reputación de la PAH les favorece y mucho que, a diferencia de otros movimientos como el 15-M, haya una persona visible contra la que descargar toda la furia del poder que se ve amenazado e interpelado. Aunque, Ada Colau una y otra vez reitera su condición de mera portavoz de la PAH y en ningún caso se presenta como líder, está sirviendo como pararrayos de las embestidas mediáticas y políticas de muchos a los que les viene muy mal que a estas alturas los ciudadanos se organicen, se autoconvoquen y consigan reunir un millón y medio de firmas para presentar una ILP. Y además que lo hagan ellos por su cuenta.  Pero ¿cómo osan hacer eso? ¿Es que acaso no votan ya a sus partidos? ¡Pues déjennos a nosotros resolver estas cosas como siempre se ha hecho!

Pese al escándalo que produce en el establishment y en las “personas de bien”, el escrache argentino no es un fichaje de la PAH para sus nuevas acciones reivindicativas. La denuncia directa, cara a cara, del ciudadano que se siente infrarrepresentado, engañado o estafado por parte de sus representantes es una constante en nuestro país. Que se lo digan si no a las decenas de miles de concejales o a los miles de Alcaldes que son interpelados en el bar, a la puerta de su casa o en el hipermercado cuando hacen la compra el fin de semana. Por tanto, no es verdad que estén preocupados por lo que ellos denominan “acoso a los políticos”, están preocupados, y mucho, por el liderazgo y el enorme apoyo social de la PAH.

A pesar de que nos la quieran vender como una turba enfurecida armada con pegatinas verdes que está dispuesta a ejercitar la violencia contra los políticos en sus espacios privados, lo que está pasando es lisa y llanamente que la gente se ha hartado. Se ha hartado de que los poderosos siempre se salgan con la suya. De que los poderes financieros sean los que realmente impongan leyes y legislaciones. De que sus representantes les engañen. De que les prometan una cosa y hagan lo contrario.

Y sobre todo, han decidido arremangarse y ponerse manos a la obra. Deberíamos verlo como algo positivo. Una ola de indignación canalizada en energía positiva. La rabia convertida en pegatinas verdes. La desilusión transformada en activismo social, impulsado desde la base, horizontal, donde no existen jerarquías. Con participación activa y protagonismo de las personas afectadas. Y con las redes sociales y las nuevas tecnologías como grandes aliadas que amplifican en el tiempo y en el espacio sus reivindicaciones. Una nueva sociedad que emerge frente a un viejo sistema institucional que no da respuestas.

Frente al ejercicio de ciudadanía crítica y reivindicativa, pero pacífica y propositiva, tenemos un establishment bienpensante surgido del régimen de la Transición sumido en una institucionalidad esclerótica y paralizante. Incluso sorprende ver a líderes y periodistas que defienden el fondo pero critican la forma, incapaces de librarse de los efluvios narcotizantes de un régimen en decadencia. Un poder que sabe que el éxito de la PAH y de otras plataformas ciudadanas pueden significar su defunción definitiva. Por ello no dudarán en utilizar todas las armas a su alcance para frenar a la nueva ciudadanía que no quiere ser convidada de piedra en esta “democracia zombie”, tal y como la ha llamado el politólogo Simon Tormey.

A nuestro establishment no le gusta el escrache