viernes. 29.03.2024

15-M, una llama olímpica

El movimiento de indignados, sus propuestas y sus lemas son como el fuego simbólico de los juegos y no debiera apagarse. El espíritu que promueve el movimiento 15-M es respaldado por personalidades como Stephane Hessel, José Luis Sampedro, Federico Mayor Zaragoza, Eduard Punset, Vicenç Navarro, Carlos Taibo y un montón de gente crítica, intelectuales, artistas, escritores e, incluso, políticos descontentos.

El movimiento de indignados, sus propuestas y sus lemas son como el fuego simbólico de los juegos y no debiera apagarse.

El espíritu que promueve el movimiento 15-M es respaldado por personalidades como Stephane Hessel, José Luis Sampedro, Federico Mayor Zaragoza, Eduard Punset, Vicenç Navarro, Carlos Taibo y un montón de gente crítica, intelectuales, artistas, escritores e, incluso, políticos descontentos. Libros como ¡Indignaos!, Reacciona, Delito de silencio: ha llegado el momento. Es tiempo de acción o La rebelión de los indignados: movimiento 15-m: democracia real ¡ya! recogen la actualidad y ponen de manifiesto la relevancia de este proceso que deberíamos mantener vivo y ardiendo.

Pero no nos confundamos ni confiemos porque no somos tantos, aunque seamos muchos. Porque la mayoría de la población está increíblemente al margen. Igual que ese estudio recientemente publicado que subraya que más del 50% de la ciudadanía española no sabía que habían subido la edad de jubilación.

La información no llega a todo el mundo por igual y nos movemos en círculos en los que, efectivamente, la mayoría apoyamos un cambio profundo en busca de una verdadera democracia. Pero gran parte de las y los españoles se informan por otros cauces, reciben su información de otros medios, muchos cercanos a la derecha más reaccionaria y, en esos ámbitos, no apoyan las propuestas de los indignados.

Por ello se necesitan relevistas que hagan todo el camino con la antorcha y que consigan que la llama llegue a su meta: Democracia real, ya. Porque estamos de acuerdo en que no la tenemos, es, supuestamente, representativa pero no nos representa y nos pide participar, cada cuatro años con un gesto, pero no es participativa.

El 15-M, y todo lo que puede surgir a su calor, es una nueva propuesta que supone una bocanada de aire fresco. Es una alternativa y como tal debería tener opciones de llegar a plasmarse de una manera real y eficaz. El testigo de su fuego debería tomarlo la sociedad civil, sin siglas partidistas, para llegar a convertirse en sociedad política. Porque no es sino desde la política que se pueden conseguir los cambios.

Esperar a que los partidos políticos tradicionales, los existentes, tomen las propuestas indignadas y las incluyan en sus programas y, lo más difícil, que las lleven a cabo es una quimera. Recordemos que el partido mayoritario de la izquierda moderada en este país ha desestimado, estando en el Gobierno y en la oposición, la reforma electoral. Ni que decir de la postura del PP o de los nacionalistas.

Este movimiento es una utopía pero es real. Está ahí y tiene que continuar. Esta semana, por la megafonía de la acampada en la puerta del Sol de Madrid, se escuchó a primera hora de la mañana cómo el movimiento busca centrarse y resaltar qué les une y qué propuestas hacer a la ciudadanía para que ésta siga creyendo en ellos.

Y no sólo eso. También hay que extender esa alternativa y hacerla presente en el sentir social de la ciudadanía. Una ciudadanía que lleva demasiado tiempo siendo pasiva y acomodaticia. Es hora de que la acción sea efectiva y hay que empezar por la comunicación. No basta con la información, terciada gran parte de las veces, hay que lograr una comunicación para el cambio social, una estrategia que haga crecer las propuestas desde las bases. No puede ir ocupando cada vez menos espacio en los noticiarios y terminar muriendo por inanición. Hay que conseguir llenarlos.

Cierto que este fin de semana algunos medios han dedicado una atención preferente a los indignados, cobertura especial en periódicos (El País, Público) reportajes en televisión (Informe Semanal de TV1), pero también es cierto que empiezan a surgir estudios demoscópicos que señalan que se irá perdiendo el efecto. Eso es lo que no hay que permitir porque la sociedad, la parte de ella que se cree informada aunque en realidad esté sobre informada y mal informada, termina aceptando lo que le van vendiendo. Si los medios les van dedicando menos espacio no es porque hayan dejado de ser noticia sino porque han dejado de ser espectáculo.

La situación que denuncian los indignados no afecta sólo a la juventud o a los parados. También incide en personas jubiladas, asalariadas, autónomas o empleados públicos. Afecta a la enseñanza, la sanidad o la justicia, al servicio de bomberos, ambulancias y policías (esos mismos que cargan contra los acampados siguiendo órdenes de aquéllos políticos que luego decidirán, para paliar la crisis, recortarles el sueldo y no cubrir las plazas que se queden libres, la llamada tasa de reposición). Es toda la sociedad la que está indignada.

Si el movimiento y sus propuestas reciben apoyos generalizados de gente de izquierdas, personas progresistas que creen que otro mundo es posible, pero que, además, ese nuevo mundo tiene que ser mejor; si tienen la simpatía de gran parte de la población que comparte sus demandas, si, en definitiva, su lucha es justa porque reclama, pacíficamente, derechos y justicia social, habrá que acompañar la carrera de esa llama hasta la meta.

Si no se puede, por las razones que sean, continuar con las acampadas en las plazas, hay que llevarlas a las redes virtuales, a los movimientos sociales, a las asociaciones de barrio, a las radios comunitarias. Hay que reunirse en los campus universitarios, en las calles, en los centros de trabajo (quien tenga la suerte de tenerlo), en las parroquias, en los bares o con amigos alrededor de mesas camillas.

Como en los juegos olímpicos, si se apaga la llama será un mal presagio. Estaremos social y políticamente muertos.

15-M, una llama olímpica
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