viernes. 29.03.2024

¿Y los intelectuales?

En la vida política actual se escucha una queja: ¿Dónde están los intelectuales? ¿Por qué no intervienen en el debate? Parece que se echa de menos la figura del intelectual comprometido, tan importante para la izquierda del siglo XX.

En la vida política actual se escucha una queja: ¿Dónde están los intelectuales? ¿Por qué no intervienen en el debate? Parece que se echa de menos la figura del intelectual comprometido, tan importante para la izquierda del siglo XX. En pocas etapas históricas recientes se ha podido contemplar una demolición tan exhaustiva de la politeia –espacio de lo público-, del concepto de ciudadanía y de la cultura como en la actual donde el destierro somero del humanismo propicia que la quiebra social, la dramática situación de la gente, la profunda crisis identitaria e institucional sean menos graves que el balance de un banco.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu, afirma que el intelectual puede y debe trabajar para producir y diseminar instrumentos de defensa contra la dominación simbólica del neoliberalismo. El colectivo-intelectual puede someter, según Bourdieu, al discurso dominante a una crítica del léxico abstracto (globalización, flexibilidad, empleo) razonando sus usos perversos.

La izquierda tan necesitada de metafísica, sin embargo, ha sustituido el pensamiento por las habilidades tecnocráticas, negándose toda posibilidad de ofrecer a la ciudadanía una cosmovisión diferente de la que impone el pensamiento neoliberal. La intensidad de la avalancha ideológica conservadora es tal, ayudada por la falta de medios de información con vocación crítica a las élites económicas y sociales, que incluso personas que se autodefinen de izquierdas son incapaces de articular modelos alternativos y cuando gobiernan aplican también las políticas neoliberales, recurriendo al argumento de que no hay alternativas. Con ello, la única diferencia entre la izquierda y la derecha gobernantes es la intensidad de los recortes y la dilución de los derechos sociales.

El destierro del pensamiento y la ideología del socialismo democrático le aleja de sus aspiraciones identitarias que fueron, y deberían ser, la implantación de un nuevo tipo de relaciones entre los hombres, un nuevo orden de prioridades, un nuevo modelo de vida y de cultura. Para ello, según Mallet la acción del socialismo tiende, o debería, a ser enteramente contestatario, no sólo del capitalismo, sino también de cualquier fórmula tecnocrática de dirección de la economía. Pero durante demasiado tiempo la izquierda ha sido en nuestro país no un proyecto de cambio sino un proceso de adaptación, actuando en un ámbito que niega el modelo de sociedad que propugna.

Las poliorcéticas burocracias orgánicas de la izquierda se inspiran en la “profesionalización” técnica y desideologizada de sus cuadros, dejando de reconocer el carácter antagónico de la vida social y no aceptando, por consecuencia, la necesidad de tomar partido ante la presunta neutralidad tecnocrática de la gestión eficiente de una realidad injusta. Esta asunción del pragmatismo como sustitutivo ideológico hace que las nomenclaturas abominen de los intelectuales ya que, según Adorno, la sociedad industrializada presenta una estructura que niega al pensamiento su tarea más genuina: la tarea crítica. La obsesión de la socialdemocracia por administrar más que gobernar una realidad ideológica que la niega le impide concluir, junto a Adorno, que la filosofía se hace cada vez más necesaria, como pensamiento crítico para disipar la apariencia de libertad, mostrar la cosificación reinante y crear una conciencia progresiva.

Como nos recuerda Eduardo Subirats, desde Ganivet hasta Castro o Zambrano el centro gravitatorio de la regeneración española ha sido una reforma de la inteligencia, aplazada por siglos de totalitarismo y escolástica. Sólo desde el pensamiento y la ideología el socialismo será capaz de sobresanar las crisis de posición y función en la sociedad que padece.

¿Y los intelectuales?
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