viernes. 29.03.2024

¡Que viene, que viene!

Si, así como en el murmullo coral popular que anuncia que algo va a suceder y de inmediato (¡que viene, que viene!) se percibe la auténtica llegada de la regeneración social y política de nuestra sociedad.

Si, así como en el murmullo coral popular que anuncia que algo va a suceder y de inmediato (¡que viene, que viene!) se percibe la auténtica llegada de la regeneración social y política de nuestra sociedad. Un conglomerado de activistas sociales agrupados en formas plurales que van de las plataformas de lucha concreta (como la que combate los desahucios y buscan fórmulas alternativas), a las mareas que de manera ecléctica acogen a todos los defensores de los servicios públicos (verdes, blancas, negras y fosforescentes como los trabajador@s de Iberia), pasando por sindicalistas renovados, asociaciones culturales y ONG que sienten más acuciada que nunca su labor en pro de la defensa de los intereses no mercantiles, emergen como el sustrato de la necesaria renovación de la acción política que por fuerza necesitamos.

Dicho así pareciera un voluntarismo ingenuo, una más de las apelaciones al cambio regenerativo como única forma de exorcizar una situación inaceptable, angustiosa, irrespirable. Una llamada a recuperar la conducta creíble y la actitud solidaria con los demás. Pero esto, que de manera despectiva algunos llaman buenismo, útil tan solo como recurso retórica e irrelevante para la acción, se está convirtiendo en una fuerza motriz de una potencia imparable. Frente a la injusticia, la inequidad, la codicia y la tergiversación se levanta un muro ensillado en la bondad ética de la aceptación empática de lo que es diferente, la distribución equilibrada, la verdad honesta y la vida acomodada a los recursos reemplazables.

No se trata de una proclama, ya no hablamos de una ingenua reclamación o un deseo bañado de utopismo bienpensante. La sociedad civil, con pocas pero novedosas formas de organizarse ya está en marcha, y viene, ¡vaya que si viene! Y tengo la impresión de que con su llegada se van a barrer muchas cosas, van a desaparecer tantas irrealidades que crearon la ficción de los felices 90 y van a disolverse muchas de las durezas del plomo financiero de los últimos años 10 años, tantas que por fin podrá ponerse rumbo a una nueva dirección, ésta vez mejor orientada, del sentido de nuestra vida.

Y tengo confianza en ello porque es la sociedad en su conjunto quien ha tomado conciencia de que lo que ocurre sólo puede ser resuelta por ella misma. Que las instituciones políticas y económicas y las armaduras legales que las conforman no sirven a un fin social digno de ese nombre, sino a la perpetuación de un régimen de cosas fracasado. Y redobla mi confianza el saber que a lo largo de la historia, cuando la sociedad toma conciencia de sus problemas de fondo no tarda demasiado en encontrar vías de solución.

Una de la causas por la que nuestro país se encuentra en el estado de descomposición lamentable en el que se halla, es un ejemplo social vivo de lo expresado con anterioridad. Hagamos memoria y remontemos unos años. La sociedad española afrontó el final del régimen dictatorial con la convicción de que era una cuestión determinante para todo el cuerpo social, una situación tan compleja que necesitaba que las mejores cabezas reflexionaran, los mejores corazones apoyaran y las manos más expertas ejecutaran. Y así surgió un modelo de tránsito de sistemas autoritarios coactivos a modelos abiertos a la participación de todos que, con imperfecciones, no solo sirvió para desatascar la cuestión en nuestro país, sino que fue emulado y resultó de cierta utilidad en otros entornos políticos igualmente conflictivos (del este de Europa a los corredores asiáticos del Pacífico).

Nombres de políticos, proyectos sociales, acuerdos socioeconómicos, idearios y estrategias de desarrollo parecen gigantes comparados con la mediocridad perversa que se ha adueñado del mundo público actual. Y ello ha ocurrido porque una gran parte del cuerpo social se ha desentendido de las labores públicas y políticas, permitiendo que de ese proceder laxo se aprovechasen los advenedizos, los codiciosos, los conspicuos y los ganapanes que no teniendo otra forma de medrar siempre están preparados para ocupar el vacío que la desidia puede haber abierto. Pareciera como que una vez llegada a una meta histórica y salvado un escollo verdaderamente preocupante, los cuerpos activos de la sociedad hubiesen entrado en una especie de imprudente letargo y la sociedad en su conjunto se hubiesen dado a una relajada indolencia que ha resultado nefasta, como podemos comprobar.

Pero aunque desentendida, la sociedad no está anestesiada, aunque confundida por años de fulgor dorado no está hipnotizada, aunque indignada no está esterilizada y aunque lógicamente perpleja, aún con capacidad de transformar este absurdo aquelarre. La modorra se está sacudiendo. La toma de conciencia de esta situación genera un ruido de fondo que no es sino la expresión de que ya basta, Se percibe, se siente, que ¡viene que viene!

¡Que viene, que viene!