jueves. 28.03.2024

¿Putin II?

Yulia Volodimirivna Timoshenko, dos veces primera ministra ucraniana, la última desde el 18 de diciembre de 2007 hasta el 3 de marzo de 2010, lleva, ante la incredulidad de los observadores europeos, dos semanas en la cárcel.

Yulia Volodimirivna Timoshenko, dos veces primera ministra ucraniana, la última desde el 18 de diciembre de 2007 hasta el 3 de marzo de 2010, lleva, ante la incredulidad de los observadores europeos, dos semanas en la cárcel.

La mayoría de los analistas occidentales descartaban el encarcelamiento de la señora Timoshenko porque, teniendo en cuenta la experiencia de sus propios países, entendían que al presidente de la Republica, Víktor Yanukóvich, no le convendría convertirla en una heroína, víctima y símbolo de la injusticia o de la justicia selectiva en un país donde la corrupción es endémica. De hecho, la popularidad de Yulia se disparó en 20 puntos nada más ingresar en prisión.

Encarcelarla, decían, no sólo incrementaría la popularidad de la señora Tymoshenko, sino que crearía problemas internacionales al presidente de la República, especialmente en sus deseos de profundizar las relaciones con la Unión Europea.

Parecía más plausible una estrategia de amedrentamiento de la oposición que la mantuviese entretenida con los problemas judiciales, dificultándole así realizar su labor de control al gobierno. Aún más, una declaración de culpabilidad sin cárcel convertiría a la señora Tymoshenko en inelegible para el parlamento y destruiría su carrera política.

Sin embargo, el proyecto de Yanukovich va mucho más allá de un simple movimiento táctico o coyuntural.

Ha sabido esperar, midiendo el tiempo y valorando las reacciones internacionales y populares. Y así, una vez comprobado que la Unión Europea se hallaba ensimismada en sus problemas económicos internos y no iba a pasar de unas típicas y tópicas advertencias verbales, y verificado que esta vez el apoyo popular y las manifestaciones en la calle no se convertirían en una nueva “revolución naranja”, ha dado orden de que se produzca el zarpazo.

Creo que nos equivocaríamos si lo viésemos sólo como un ajuste de cuentas entre viejos enemigos. Más bien parece una vuelta de tuerca más en la “rusificación” del país, al estilo Putin, pero más rápido. Un paso más en esa extraña forma de lograr la estabilidad y el orden que tan bien funciona en algunos países excomunistas.

La apatía política, el desencanto y el hartazgo de sus políticos y oligarcas son los reyes de la opinión pública ucraniana, y el caldo de cultivo para una solución autoritaria. El fracaso de los políticos naranjas en la construcción de una sociedad civil democrática y activa lo permitiría.

Hace unos meses Amnistía Internacional denunciaba un caso de sorprendente regreso a la época soviética. Amnistía instaba a las autoridades de Ucrania a detener el acoso al que estaba siendo sometido un sindicalista por parte de la Administración. En Vinnytsya (suroeste de Ucrania), Andrei Bondarenko era obligado por sentencia judicial a someterse a un examen psiquiátrico tras alegar la fiscalía que tenía “una conciencia excesiva de sus propios derechos y de los de los demás y una disposición incontrolable a defender estos derechos de formas poco realistas”.

Ucrania era el único país de la ex Unión Soviética, que había sido clasificado como “libre” según Freedom House, una ONG estadounidense. Pero después de los acontecimientos del último año, Ucrania figura ahora como "parcialmente libre”.

Yanukovich llegó a la Presidencia, a pesar de no haber conseguido convencer al 50% del electorado y de haber obtenido menos votos que en 2004, cuando fue cuestionado en la llamada “revolución naranja”. Si aquello podía significar un poder frágil, todos los pasos posteriores han ido reforzando la monopolización del poder.

En primer lugar, modificó de forma urgente, y dudosamente constitucional, la normativa que regula la formación de coaliciones de gobierno. Se permitió así que, en vez de únicamente grupos parlamentarios, pudieran los parlamentarios a título indivual, apoyar e integrar una coalición. Con esta modificación consiguió el apoyo de una docena de tránsfugas tanto del Partido del ex presidente Yuschenko como del bloque de Yulia Tymoshenko y pudo formar una nueva coalición, gobernada por su partido, el partido de las regiones, llamada “Estabilidad y Reforma”.

Después hizo aprobar una ley por la cual sus decisiones sólo podrán ser cambiadas en la más Alta Corte Administrativa de Ucrania y sólo por un colegio formado especialmente al efecto.

Posteriormente la Corte Constitucional, formada por jueces cada vez más cercanos al presidente, anuló la reforma constitucional del 2004, introducida en el año 2006, que fortalecía los poderes del parlamento y del primer ministro a expensas de los del presidente.

Por último, se modificó, sin consenso con la oposición, la legislación electoral para los comicios municipales en los que obtuvo una reñida victoria.

Tras estas elecciones comenzó el ataque contra la oposición, encarcelando en diciembre, y manteniéndole en prisión sin juicio, al exministro del Interior y principal colaborador de Tymoshenko.

Los pasos dados hasta el momento: modificaciones constitucionales, restricciones a la libertad de prensa, intimidación a la sociedad civil, mayor influencia del gobierno sobre el poder judicial, acoso a la oposición, siguen, y de forma acelerada, el tipo de estrategia que llevó a Putin a la acumulación de poder en Rusia. Una estrategia que no parece incompatible con el acercamiento a la Unión Europea en otros temas como el régimen de visados o el área de libre comercio.

Aunque sí debería serlo para la Unión Europea si quiere que su política exterior esté gobernada por el respeto a los derechos humanos y el fortalecimiento y la promoción de la democracia.

¿Putin II?
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