23 de septiembre de 2010, 15:46
NUEVATRIBUNA.ES - 20.12.2009
Lo deseable es que no se permita el maltrato animal, lo que procede es que las leyes recojan la violencia ejercida contra los toros en los espectáculos taurinos.
A los espectadores que asisten a una corrida de toros no parece impresionarles el baño de sangre que presencian como recompensa al precio pagado por su entrada.
El representante de una plataforma taurina asegura que ellos no “disfrutan ni con la tortura ni con la muerte del toro, sino con el lance, el desafío entre el animal y el hombre y con la lidia” y en el colmo de la demagogia añade que “se comen filetes todos los días, pero como no se presencia la muerte no pasa nada, cuando en realidad los mamíferos sufren más en los mataderos que los toros en los cosos”.
Curioso argumento él de este protaurino que, a falta de otro mejor, establece el paralelismo entre la subsistencia y el disfrute con el maltrato animal.
Es difícil, muy difícil, entender que los defensores de la tauromaquia aboguen por la “libertad y la pluralidad” como argumento para legitimar un espectáculo basado en el sufrimiento y la muerte de los toros intentando establecer un inexistente paralelismo entre la libertad y la aceptación de la tortura como espectáculo.
Hay que reconocer que denominar fiesta (diversión o regocijo) a las corridas de toros y añadirle la coletilla de nacional como si todos los ciudadanos estuviesen identificados con ellas es cuando menos absurdo. Intentar establecer relaciones entre detractores y defensores de las mismas con determinadas posturas políticas o lo que es lo mismo identificar la postura contraria a las corridas con un debate sobre la identidad nacional es una estupidez que sólo puede salir de los que enarbolan el españolismo como única defensa de una tradición que no merece continuidad con el agravante de que lo hacen a sabiendas de que la única cuestión real de fondo es el rechazo al maltrato animal.
En nombre de la tradición, asumiendo erróneamente que todas las tradiciones son buenas, se quiere perpetuar un espectáculo que nos recuerda al circo romano aunque en lugar de seres humanos enfrentándose a sus congéneres son los toros de lidia los que sufren la tortura previa a la muerte a manos de un “artista” en el ejercicio de una práctica antigua pero no por ello menos cruel.
Como no podía ser menos las inevitables voces populares ya lanzaron su proclama sobre nuestras tradiciones, nuestra cultura y nuestra fiesta nacional y lo hacen con el único fin de apropiarse el debate y una vez más arrimar el ascua a su sardina.
A estos defensores de “lo nuestro” alguien debería explicarles que utilizar el pronombre personal con tanta asiduidad a lo mejor, sólo a lo mejor, no es del todo correcto…
Pilar Rego - Educadora Social
Lo deseable es que no se permita el maltrato animal, lo que procede es que las leyes recojan la violencia ejercida contra los toros en los espectáculos taurinos.
A los espectadores que asisten a una corrida de toros no parece impresionarles el baño de sangre que presencian como recompensa al precio pagado por su entrada.
El representante de una plataforma taurina asegura que ellos no “disfrutan ni con la tortura ni con la muerte del toro, sino con el lance, el desafío entre el animal y el hombre y con la lidia” y en el colmo de la demagogia añade que “se comen filetes todos los días, pero como no se presencia la muerte no pasa nada, cuando en realidad los mamíferos sufren más en los mataderos que los toros en los cosos”.
Curioso argumento él de este protaurino que, a falta de otro mejor, establece el paralelismo entre la subsistencia y el disfrute con el maltrato animal.
Es difícil, muy difícil, entender que los defensores de la tauromaquia aboguen por la “libertad y la pluralidad” como argumento para legitimar un espectáculo basado en el sufrimiento y la muerte de los toros intentando establecer un inexistente paralelismo entre la libertad y la aceptación de la tortura como espectáculo.
Hay que reconocer que denominar fiesta (diversión o regocijo) a las corridas de toros y añadirle la coletilla de nacional como si todos los ciudadanos estuviesen identificados con ellas es cuando menos absurdo. Intentar establecer relaciones entre detractores y defensores de las mismas con determinadas posturas políticas o lo que es lo mismo identificar la postura contraria a las corridas con un debate sobre la identidad nacional es una estupidez que sólo puede salir de los que enarbolan el españolismo como única defensa de una tradición que no merece continuidad con el agravante de que lo hacen a sabiendas de que la única cuestión real de fondo es el rechazo al maltrato animal.
En nombre de la tradición, asumiendo erróneamente que todas las tradiciones son buenas, se quiere perpetuar un espectáculo que nos recuerda al circo romano aunque en lugar de seres humanos enfrentándose a sus congéneres son los toros de lidia los que sufren la tortura previa a la muerte a manos de un “artista” en el ejercicio de una práctica antigua pero no por ello menos cruel.
Como no podía ser menos las inevitables voces populares ya lanzaron su proclama sobre nuestras tradiciones, nuestra cultura y nuestra fiesta nacional y lo hacen con el único fin de apropiarse el debate y una vez más arrimar el ascua a su sardina.
A estos defensores de “lo nuestro” alguien debería explicarles que utilizar el pronombre personal con tanta asiduidad a lo mejor, sólo a lo mejor, no es del todo correcto…
Pilar Rego - Educadora Social