martes. 23.04.2024

El dinero y el estiércol

En las negociaciones que protagonizan las organizaciones sindicales y empresariales para tratar de pactar una reforma laboral, no faltan, no pueden faltar, los bufones del foro. Pero bufones, en el sentido popular del término y que consiste en utilizar, mientras creen que hacen gracia, el ruido como bufido.

En las negociaciones que protagonizan las organizaciones sindicales y empresariales para tratar de pactar una reforma laboral, no faltan, no pueden faltar, los bufones del foro. Pero bufones, en el sentido popular del término y que consiste en utilizar, mientras creen que hacen gracia, el ruido como bufido. El presidente de la patronal madrileña, Arturo Fernández, lleva tiempo metiendo el dedo en el ojo del diálogo social y haciendo ruido con sus bufidos de hooligan. Casi al mismo tiempo que su presidente confederal, Joan Rosell, suscribe con los dirigentes sindicales un documento dirigido al Gobierno, en el que se explicitan las materias sobre las que se ha alcanzado un acuerdo; las que, por su propia naturaleza, corresponden negociar a los interlocutores sociales; y aquellas que, en este momento, están marcadas por el desacuerdo, su pupilo de la CEIM urge al Gobierno a legislar, porque “no hay que andarse con paños calientes”.

Los sindicatos son conscientes de la gravedad de la crisis. Lo han sido siempre. De una crisis que ha cabalgado a lomos de los poderosos, a los que el caballero Arturo quiere caer simpático con sus chocarrerías, y que sufren aquellos que peor lo pasan, que no tienen empleo y que queriendo, no pueden trabajar. Representantes sindicales y empresariales han hablado y hablan de conflictos, formación profesional para el empleo, absentismo, mutuas, festivos, jubilaciones anticipadas, ERE, salarios, flexibilidad interna, negociación colectiva, contratación, despido, altas y bajas en las mutuas y fondo de capitalización de los trabajadores. Y efectivamente, en algunas materias se han alcanzado acuerdos y en otras no. Con el documento referido, se pretende que el Gobierno conozca el estado de la cuestión, ante una eventual intervención unilateral en la reforma del mercado de trabajo.

La negociación

El diálogo y la negociación entre patronal y sindicatos, como el que pueda darse entre los interlocutores sociales y el Gobierno, es un espacio contractual esencial para canalizar intereses dispares. Para los sindicatos, el diálogo social es una herramienta decisiva en el desarrollo de la propuesta reivindicativa. Las demandas de los trabajadores se dirimen, en la mayoría de las ocasiones, en una mesa de negociación. Y cuando es necesario, con la movilización en sus más diversas expresiones. Siempre, a través de un equilibrio inestable de ambos escenarios, de manera que el marco contractual no sea ajeno a la presión de los intereses en juego. En este sentido, resulta ocioso responder a quienes no contemplan más conflicto que la guerra, eso sí, una guerra que ellos no convocan, pero de la que son sus cronistas.

En su primera entrevista con los representantes sindicales y empresariales tras su triunfo electoral, Rajoy emplazó a unos y otros a trabajar por una reforma pactada del mercado de trabajo. Partía, como bien advirtió CCOO, de una reflexión política ya santificada por el gobierno anterior, según la cual en tiempos de crisis la prioridad es el déficit, la reducción del gasto público, el adelgazamiento del estado social y la pérdida de derechos. Una reflexión que rechazamos por injusta e ineficaz, y que la tozudez de los datos acumulados desde su aplicación (mayo de 2010) la convierten en perniciosa para la salud de la economía y el empleo (5 millones de personas en paro, 43% de paro juvenil, creciente precariedad laboral y baja tasa de actividad). Pero la ideología de los mercados, de Bruselas y por qué no decirlo, de buena parte de los gobernantes de los países comunitarios es la que manda, y el déficit debe reducirse muy deprisa y a ritmo insoportable.

De manera que las negociaciones empiezan con la buena voluntad de las partes, pero con dos agendas de prioridades bien distintas en la cabeza de patronal y sindicatos. Unos, los empresarios buscando desesperadamente la congelación salarial en 2012 y 2013 -que tornaría en modestos incrementos salariales en 2014, siempre que la economía  crezca el 2%- y el abaratamiento normativo del despido con contratos a la carta de entrada y de salida; de paso, desearían un cambio en la negociación colectiva orientado a debilitar el poder sindical.

En el otro lado de la mesa, los sindicatos, que reiteran la escasa relación de las reformas laborales con la recuperación de la economía y la creación de empleo, creen que la superación de la crisis ha de hacerse repartiendo los esfuerzos, -no contrayendo más el consumo con salarios y pensiones bajo mínimos-, y preservando los derechos básicos de los trabajadores. Sobre negociación colectiva, los sindicatos recurrieron al sentido común: el convenio nació para mejorar y proteger los derechos de los trabajadores y así debe seguir siendo, sin que ello impida racionalizar su estructura para avanzar en su extensión y eficacia.

Se inspirarían los sindicatos, a propósito de los esfuerzos equilibrados de empresarios y trabajadores, y de la redistribución de la riqueza, en la vieja pero oportuna idea del filósofo británico Francis Bacon, cuando comparó el dinero con el estiércol y afirmó: “no es bueno a no ser que se esparza”.

Ahora qué

El documento remitido por las organizaciones sindicales y empresariales al Gobierno es lo que hay. Acuerdo en asuntos no despreciables pero menores –solución de conflictos, formación profesional para el empleo, absentismo, festivos, jubilaciones anticipadas y prejubilación, y ERE- diálogo bipartito en materias de gran trascendencia -salarios, flexibilidad interna, negociación colectiva- que atraviesa por serias dificultades, y desacuerdo en contratación, flexibilidad externa, altas y bajas en las mutuas, y fondo de capitalización de los trabajadores, con un horizonte azuloscurocasinegro.

El diálogo social en España ha dado excelentes frutos. Es verdad que el proceso ha sido desigual, atendiendo al momento político y a la propia evolución de la economía. Pero no me cabe ninguna duda de que sin diálogo social (bipartito o tripartito), los derechos de los trabajadores serían menos y peores. Paralelamente, sería una temeridad no activar y engrasar la maquinaria sindical y el tejido social organizado para construir opinión alternativa y acompañar con mayores garantías la concertación social.

Hay que pelear por la legitimidad y solvencia de la propuesta sindical en la mesa de negociación. Hay que apurar la capacidad de acuerdo en defensa de los derechos de los trabajadores. Hay que identificar a los sectores más radicales de la organización patronal, comprometidos con discursos ultraliberales y contrarios a dirimir conflictos a través de la negociación. Hay que activar la capacidad de organización y presión del movimiento sindical, de la sociedad civil, porque es imprescindible. Y volviendo a los bufidos, hay que  conseguir que el truhán provoque risa no por sus ocurrencias, sino por la pequeñez y vulgaridad de su figura.

El dinero y el estiércol
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