viernes. 29.03.2024

¿Cuánto tiempo le queda al euro?

Las noticias que llegan sobre la difícil situación del euro son muy preocupantes. Algunos analistas, así como el prolífico ensayista Attali, han pronosticado que es posible que no llegue a las navidades, en el caso de que no se tomen medidas eficaces para su rescate.

Las noticias que llegan sobre la difícil situación del euro son muy preocupantes. Algunos analistas, así como el prolífico ensayista Attali, han pronosticado que es posible que no llegue a las navidades, en el caso de que no se tomen medidas eficaces para su rescate. Otros planteamientos señalan la conveniencia de que algunos países salgan del euro, y se está proponiendo, por otra parte, la necesidad de crear una zona de núcleo duro del euro, y otra que quedaría marginada de ese área de influencia, estaríamos ante un euro de dos velocidades. Todo ello resulta muy grave, pues hace aumentar las incertidumbres actuales, que ya son muchas de por sí.

El euro está gravemente enfermo, y ahora, en los momentos de dificultades, es cuando se contemplan los fallos cometidos en su implantación, e incluso hay quien va más lejos considerando que la puesta en marcha de la moneda única ha sido un error. Los argumentos que en su día se hicieron y que cuestionaban la implantación de la moneda única se basaban principalmente en que la Unión Europea (UE) estaba lejos de ser una zona monetaria óptima. Las desigualdades económicas existentes entre estados, regiones, y comunidades eran muy acusadas para que la existencia de una moneda única fuera exitosa. Si a esto se le añade el que no había un poder político central que respaldara a la moneda, e hiciera una política fiscal común, las probabilidades de que en estas condiciones la moneda única fuera un éxito eran fundamentalmente escasas.

No todos los tratadistas que han abordado el estudio de las áreas óptimas estaban de acuerdo con estos planteamientos, pues algunos de ellos alegaban que en todos los Estados en los que funciona una moneda se producen desigualdades, entre los diferentes territorios, si bien es cierto que se pueden tratar de corregir a través de políticas económicas. Lo que estaba por dilucidar es si realmente una moneda única puede incrementar esas desigualdades, o bien corregirlas, al facilitar las transacciones económicas que se realizan. La historia lo que nos pone de manifiesto es que el mercado y la moneda que le acompaña no corrigen nunca esas desigualdades, sino que, al contrario, las aumenta. La forma de hacer disminuir las desigualdades territoriales es con actuaciones de políticas fiscales y de desarrollo regional.

Otros analistas, sin entrar a debatir el tema de las áreas óptimas, se centran más en lo que supone de mutilación en la autonomía de un país al ceder la capacidad de tomar decisiones propias sobre el tipo de cambio. Esto afecta básicamente a los países que padecen déficit comercial estructural, lo que pone de manifiesto su escasa capacidad exportadora. Estos países, entre los que se encuentra España, no pueden utilizar el tipo de cambio, con devaluaciones de su moneda, como un mecanismo que sirva para restablecer la competitividad, aumentando las exportaciones y disminuyendo las importaciones. El ajuste, por tanto, hay que hacerlo sobre los salarios y el empleo. Un euro fuerte perjudica sensiblemente a los países más vulnerables de la eurozona y que tienen, a lo largo del tiempo, menor capacidad de competir en el exterior con sus mercancías

Más allá de estos debates, sin duda importantes, y sobre los fallos en los cimientos que se han cometido en la construcción de una moneda común, una vez que se opta por implantar el euro sin considerar los argumentos enunciados anteriormente, lo que realmente urge es plantear qué es lo que se puede hacer una vez que se ha llegado a este callejón sin apenas salidas. Resulta evidente que tal como se ha llevado a cabo la creación del Banco Central, con sus objetivos y fines, y la existencia de una moneda sin que ningún poder democrático la controlase, ha sido un gran error, que está quedando en evidencia. Pero lo que no se está analizando es cuál es el camino a seguir para salir del euro. Esto es, ¿qué pasaría si el euro se acaba? Tal vez sea peor el remedio que la enfermedad. La catástrofe podría ser mayor que la situación en la que estamos viviendo en estos días.

Desde luego lo que es evidente es no se puede seguir como hasta ahora, siendo todas las economías de la zona euro rehenes de los mercados, y de la política alemana. No es posible suponer que un día tras otro se puedan dedicar fondos millonarios para rescatar a un país, o al euro. Que haya que contar con la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) porque la UE no puede por sí sola acometer todo este naufragio a lo que nos han conducido las políticas erróneas en relación con la moneda única.

Faltan respuestas porque la UE no ha sido capaz de establecer instituciones políticas y democráticas capaces de abordar una crisis de esta envergadura. El déficit democrático de la UE, largamente denunciado por partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, y diversos analistas, ha quedado claramente al descubierto en los momentos oscuros en los que vivimos. Pero, además, ha habido una falta de liderazgo capaz de sustituir las insuficiencias y vacíos institucionales. Los desaciertos del Banco Central Europeo han sido graves y han contribuido a empeorar las cosas.

Nos encontramos al borde del abismo y sin red que nos proteja. Un economista, Max Otte, escribe un pequeño libro “¡Frenad el desastre del euro!” (Ariel, 2001) en donde trata de dar respuestas de salida. Las proposiciones que hace para mejorar la situación, según él, no serían tan difíciles. Tal vez ya sea demasiado tarde. No se sabe bien, más allá de las conjeturas que se pueden hacer, cuales son las intenciones alemanas si acabar con el euro, o salvarlo, o echar de este club a los países de la periferia europea. Los ciudadanos, sin ningún poder democrático que nos ampare, asistimos como espectadores sin saber muy bien si estamos a las puertas de una verdadera hecatombe, o bien si se actúa con decisión se pueden aún salvar los muebles.

De todos modos, lo que nos espera es una larga travesía del desierto con pérdidas de derechos sociales, desempleo, bajadas salariales, deterioro de los servicios públicos, sin que se sepa cuánto tiempo esto puede durar, y en manos de expertos, con el peligro que ello supone. Este hecho ya lo denunciaba un pensador político y socialista tan importante como Laski (1893-1950) “Los peligros de la obediencia” (Sequitur, 2011: “El experto, por otro lado, tiende a despreciar la tarea de persuadir a la gente para que comprenda y acepte su punto de vista. Tan convencido está de la rectitud y bondad de sus principios, que rara vez tiene en cuenta lo que puede costar llevarlos a efecto, o que los mismos se desgasten en su aplicación. Sólo recordándole la necesidad del consenso ciudadano se evita que pase de experto a tirano”.

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