¡Abajo las armas!

Suele decirse que la primera víctima de una guerra es la verdad. No es cierto. Las primeras y las últimas víctimas de una guerra, las que de verdad importan, son las personas que mueren o sufren en y por un conflicto armado. Conviene no olvidarlo para no perder la perspectiva divagando por los senderos �muchas veces sangrientos- del análisis político o geoestratégico.
Suele decirse que la primera víctima de una guerra es la verdad. No es cierto. Las primeras y las últimas víctimas de una guerra, las que de verdad importan, son las personas que mueren o sufren en y por un conflicto armado. Conviene no olvidarlo para no perder la perspectiva divagando por los senderos �muchas veces sangrientos- del análisis político o geoestratégico.

Con la misma claridad es preciso decir que quienes lanzan o instigan una guerra son unos criminales. Cosa totalmente distinta, por supuesto, es tener que hacer uso de la fuerza para defender la libertad frente a una agresión, como ocurrió hace más de sesenta años cuando el mundo tuvo que enfrentarse al fascismo, el nazismo y el militarismo.

Al leer las noticias sobre la guerra en el Cáucaso me he preguntado muchas veces si estas dos verdades como puños solo son evidentes para unos pocos, pues tengo la sensación de estar volviendo a los lejanos días anteriores a que la Baronesa Von Suttner publicara en la Europa de los imperios �cuando el sufrimiento humano no contaba nunca en las decisiones de los príncipes absolutos- su siempre impresionante “¡Abajo las armas!”.

El presidente de Georgia, Saakasvhili -al que tuve la ocasión de escuchar en el Parlamento Europeo hace algún tiempo y que hoy me ha decepcionado totalmente- ha cometido la mayor irresponsabilidad en la que puede incurrir un gobernante: ordenar un ataque militar para alcanzar objetivos políticos. ¿Cómo va a devolver la vida o la felicidad de la sencilla existencia cotidiana a quienes han muerto o han perdido todo lo que tenían? El primer ministro Putin no queda mejor parado: sigue comandando los blindados rusos sin que quienes caen bajo su fuego le importen demasiado.

Primero, las personas. Solo luego y a su servicio la política. Sí, es verdad, ahora se empiezan a pagar muchas cosas: que Rusia no sea una democracia y esté dirigida por personajes autocráticos, que muchos no la consideren parte de Europa, que Georgia esté encabezada por quienes tamizan su modernidad y su “Queen’s English” con el tableteo de los fusiles, que se haya impulsado y reconocido la independencia de Kosovo �España no, afortunadamente, aplicando una postura de principio que debe ser permanente- violando la legalidad internacional o que la Administración Bush lleve casi ocho años en el poder con sus políticas irresponsables, entre otras cuestiones.

Afortunadamente, la Unión Europea �a pesar de los palos en las ruedas puestos por el polaco Kaczynski- ha actuado como debía, proponiendo un plan de paz que, lamentablemente, está siendo violado una y otra vez por sus firmantes. Somos una potencia civil de paz y así debemos seguir comportándonos. Y bien está reconocer que actuamos correctamente cuando lo hacemos, no sea que solo sea noticia la ausencia de decisión o el error en la misma.

No sé si he decepcionado a quien esperara de este artículo un “Rusia es culpable” �infausta frase de moda hoy en muchos círculos invadidos por una suerte de revanchismno histórico que parece no tener fin- o un sesudo análisis geoestratégico de la guerra de agosto. Sin embargo, estoy persuadido de que lo que toca hoy es levantar la voz para que paren las hostilidades y no haya un solo muerto más.

Porque cuando la vida de un solo ser humano está en juego, no es ingenuo, sino imprescindible, repetir lo que el anciano consejero Gonzalo afirma de su república en La Tempestad shakespiriana: “La traición, la felonía, la espada, la pica, el puñal, el mosquete o cualquier clase de suplicios, todo quedaría suprimido”. ¿Pacifismo puro? Sí, claro.