sábado. 20.04.2024

El ‘pablismo’ como sostén del PP

Antes de entrar en los problemas políticos de este país forzosamente algo hay que decir del momento político que atraviesa el planeta y que tiñe de preocupación nuestra existencia, incluida la existencia de los más de 60 millones de americanos que han votado a Donald Trump. Lo primero que hay que considerar de este millonario -que ha llegado a la White House- es que es un fascista, el heredero de Adolf Hitler de la Alemania de 1933. Europa y los europeos que votan o que con su abstención permiten o pueden permitir llegar al poder a los Rajoy, a los Le Pen de turno, etc. se resisten a considerarlo como tal. Pero lo mismo hicieron los europeos en la década de los 40 del siglo pasado, que también querían “pacificar” a Hitler y comprobaron al poco cómo se anexionaba Austria o los sudetes –región de la antigua Checoslovaquia-, creyendo inútilmente que con ello se contentaría el autor del panfleto de Mi lucha. Al final, cuando las tropas de Hitler invadieron Polonia, Francia y el Reino Unido declararon la guerra a la Alemania nazi. Todas las medidas tomadas por Trump las firmarían genocidas del siglo XX como Hitler, Stalin o Franco. Al igual que Hitler con los judíos y comunistas, Trump considera enemigos a los procedentes de ciertos países islámicos, a los latinos en general, a los emigrantes en particular, sin diferenciar más si son ya de nacionalidad norteamericana o no, si llevan tiempo trabajando en su país o no. Apela a las tripas de sus votantes, a su nulo nivel intelectual, para inculpar de todos los males a los anteriores. También a países enteros como China o algunos paises islámicos –excluye a Egipto y Arabia Saudita donde tiene negocios-. Quizá la más grave de todas las medidas de Trump es el intento de convertir a sus ciudadanos en delatores de sí mismos, de los “bad”, aunque no dice este fascista a la americana cuáles son pero que, según él, sí lo saben los otros, los mayoritarios de momento en el conjunto de la población, es decir, los blancos, protestantes y anglosajones. Trump no engaña ni engañaba, y de lo que pase a continuación en su país y en la onda destructiva que genera esta reencarnación de todos los bad que en el mundo han sido, es responsabilidad, en primer lugar, suya y de sus asesores, pero también de los que le han votado; en menor medida de los que se han abstenido conscientemente. De la misma manera que alguna responsabilidad tuvieron los 13,27 millones de alemanes que votaron al partido de Hitler en las elecciones de 1933 en Alemania. En democracia, de la responsabilidad del voto –por acción o por omisión- no se libra nadie, porque sin responsabilidad, sin ética en las decisiones políticas del votante y del votado, no existe la democracia: sólo sistemas electorales que permiten cambiar de dictador cada cierto tiempo. La responsabilidad, la ética en política es la onda y la partícula de Higgs en la física de partículas que lo traspasa todo y da consistencia al modelo estándar. Al planeta, pero especialmente a los europeos, les toca lidiar con el nuevo Hitler y aprender de la Historia; les toca no cometer los mismos errores que los Chamberlain de la época, creyendo que el tiempo sin más los resolvería y pacificaría a la bestia. De momento, en lo que respecta a España, nuestro presidente se comporta como lo que es, como un testaferro, como un lameculos del nuevo presidente USA. Si todos los políticos europeos se comportaran como Rajoy Trump tendría campo abierto para sus prácticas fascistas en el resto del planeta.

En España el momento político lo retrata y lo condiciona la nueva encuesta del CIS sobre intención de voto. Algunas encuestas anteriores engordaban la egolatría tancredista de Rajoy, haciéndole creer que aumentaba la intención de voto al PP. Estas encuestas son casi siempre de intención de parte, no son significativas por la pequeñez del tamaño muestral y siempre son cocinadas favorablemente a quien está en el poder. Las del CIS, es verdad, que están también cocinadas, pero siempre las cocinan de la misma manera y el tamaño muestral es como diez veces superior a las privadas, lo cual las hace mucho más significativas: no puede escaparse nadie ni de su significado ni de su significante. Y la encuesta del CIS de febrero nos dice que las cosas quedarían casi como están ahora, que mejora el PSOE tan ligeramente que no resulta significativo, aunque al partido socialista y a la gestora les ha servido para sacar pecho. Allá ellos, pero tan leve mejora puede cambiar en la próxima cita porque depende mucho de los que hagan los demás, especialmente el partido Podemos –o Unidos Podemos-. Y aquí hay que detenerse un momento porque este partido no para de cometer errores tácticos que le pueden llevar al estancamiento, cuando no al declive. Se acerca el llamado Vistalegre II y la división dentro del partido está servida. Eso, en una democracia consolidada, no debería quitar votos sino darlos, porque eso demostraría que la política es importante, que es vivida como importante, que la confrontación de ideas –si existen tales y diferenciadas- es sustancial para dar dignidad a la acción política y a los máximos responsables de ella. Pero en España tal cosa no ocurre porque la Guerra Civil y los cuarenta años de dictadura han conformado la transpiración política de una gran parte de los españoles que consideran que cualquier confrontación de ideas es una lucha cainita por el poder. Se han acostumbrado al PP, que es un producto escatológico del franquismo, y consideran que los partidos políticos no están hechos para las ideas sino sólo para gobernar, aunque sus máximos representantes lleguen por el dedo del que le precede o gracias a la corrupción. Y eso no sólo afecta al PP y sus votantes, sino al PSOE y los suyos. Sólo un cambio generacional puede cambiar esto, porque la educación franquista de nuestro mayores - aunque ellos no lo sepan- han conformado los resortes de sus tripas en detrimento de las neuronas que le permitirían aceptar que la confrontación pacífica en política es la forma natural de llegar al poder. Aquí no, de momento.

Por ello la confrontación entre lo que puede representar Pablo Iglesias e Iñigo Errejón no es visto como un posible –no lo es en los medios- debate de ideas sino como una lucha por el poder dentro de Podemos. Y los medios, claro está, se telecincan, huyen del debate de ideas como de la peste y sólo les interesa el morbo de la confrontación personal, del cotillero de peluquería o de barra apresurada de bar. ¿Cuántos periodistas que se ocupan de la cuestión política han leído algún libro sobre Podemos, algún libro escrito por Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero? Son dos ejemplos. Ningún interés en ello. Los periodistas de izquierdas –los pocos- centran el debate al igual que hacen la inmensa mayoría de los de derechas: en la lucha cainita por el poder, porque consideran estos medios que cualquier lucha por el poder –que es necesaria y legítima si se hace con medios y éticas adecuados- es una lucha cainita. Y hay que decir que en la trampa de los medios han caído increíblemente las dos fracciones que confluyen en Podemos. En este partido básicamente confluyen una corriente radical pequeño-burguesa que es lo que representa Pablo Iglesias y una corriente de izquierdas de nuevo cuño, más gramsciana –en sus intenciones- y que busca la hegemonía de la izquierda, que representa Iñigo Errejón. Pero la confusión es tal que en los medios lo presentan al revés cuando algún atisbo sobre el debate de ideas se presenta. La corriente de Pablo Iglesias –hasta ahora mayoritaria en Podemos- se ha convertido en un máquina de cometer errores si su fin primero, si su táctica fuera, echar a Rajoy y al PP del gobierno de la Nación. Primero fue lo inoportuno de una verdad –lo de la cal viva-, lo segundo lo inoportuno de la petición de un ministerio fabricado a la medida cuando aún no había ni siquiera elegido el Rey el candidato a formar Gobierno en las elecciones del 26J, y lo tercero y la más grave, Pablo Iglesias y los suyos pudieron evitar que Rajoy repitiera como presidente de Gobierno; pudieron haber estado en la Oposición contra Pedro Sánchez pero eligieron estar en la Oposición contra el PP de Mariano Rajoy, con lo que eso supone y ha supuesto de menoscabo a la democracia y a los derechos (ley “mordaza”, mantenimiento de la reforma laboral, deterioro de lo público, mantenimiento de la desigualdad extrema, etc.). Le recomiendo a Pablo Iglesias y su corriente que lean a alguien nada sospechoso de debilidad revolucionario o de radicalismo pequeño-burgués como fue Lenin. Que lean La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, que lean especialmente su capítulo VII que trata de la participación y de cómo deben actuar los revolucionarios en los Parlamentos. Lenin salía al paso de los errores en 1919 del partido comunista alemán, rehuyendo esa participación. El error equivalente ahora no es la de esa no participación –que ahí están- sino la negativa de Pablo Iglesias de intentar trincar BOE, de avanzar en el conjunto de la izquierda, que ha de hacerse –le guste o no a Pablo Iglesias o a Felipe González y sus lacayos en la gestora- con el acuerdo del PSOE y Podemos como núcleo imprescindible de esa alternativa. Del PSOE no podemos esperar que se reconvierta a corto plazo en lo que no es; del PSOE sólo podemos esperar a corto plazo que siga siendo un partido de izquierdas en derechos civiles y un partido neoliberal en temas económicos. Puede cambiar porque el neoliberalismo intervencionista que ha asolado las políticas económicas del mundo occidental –no tanto en Sudamérica, curada de espanto por dictadores y por los “chicagoboys” de antaño-, ha fracasado estrepitosamente. Sin embargo falta por consolidar un nuevo paradigma alternativo y las instituciones europeas y mundiales deambulan todavía entre ese neoliberalismo fracasado y un nuevo keynesianismo que dé sostén a la socialdemocracia. Tan repletos de neoliberales, tan trufados están los partidos socialistas de Europa –los que quedan- que deben hacer una catarsis interna para librarse de estos neoliberales oportunistas que han equivocado conscientemente de partido. Pero Podemos puede cambiar y aceptar por una vez con la táctica adecuada. Podemos debe resolver el problema que nunca resolvió a satisfacción IU: su relación con el PSOE. Ahí se define la táctica de ambos, tanto del PSOE como de Podemos, y ahí es donde aflora si de verdad, ideológicamente, son de izquierdas. Cuando Pablo Iglesias presenta como contrapuestos las movilización de masas y la participación en la instituciones presenta su verdadera faz pequeño-burguesa; si fuera realmente de izquierdas sabría de sobra que ambas con complementarias y no sustitutivas, no tendría dudas y no endilgaría a los demás esa falsa contradicción; si fuera auténticamente de izquierdas habría aprendido táctica de Lenin, de Togliatti, de Gramsci, de Berlinguer y, a menor nivel intelectual, de Santiago Carrillo en el PCE y de Marcelino Camacho en los sindicatos. No es un problema, por tanto, de programas, de estrategias, porque ambas son habas contadas, apenas hay elección ante el fracaso intelectual y de praxis del neoliberalismo. En España apenas se baja del 20% de paro, un billón de euros de Deuda, recortes y más recortes de la Sanidad y la Educación pública, ahora el futuro de las pensiones en cuestión, la destrucción vía presupuestaria de la ley de la Dependencia de Zapatero, la ley mordaza, la reforma laboral, etc. Paro, empleo precario con salario insuficiente, desigualdad extrema de renta y de riqueza, etc. Estos son los resultados del neoliberalismo y la austeridad, la de los supuestos multiplicadores de la austeridad: un fracaso absoluto que debiera permitir quitarles los premios Nóbel de Economía a los Robert Lucas y compañía. Y ante esto no podemos esperar a que uno de los dos partidos supuestamente de izquierdas –PSOE y Podemos- obtenga una mayoría suficiente por separado para gobernar, porque eso probablemente nunca vaya a ocurrir. Ambos partidos están obligados, condenados si se quiere, a caminar en paralelo, con sus diferencias, pero que no deben impedir sus acuerdos. Si eso no se produce es que uno de los dos o los dos no son de izquierdas: la prueba del algodón no engaña.

Si en Vistalegre II triunfan las tesis de Pablo Iglesias tenemos Rajoy y PP para rato; si triunfan las de Iñigo Errejón se abren nuevas esperanzas, aunque sólo sean esperanzas.

El ‘pablismo’ como sostén del PP