miércoles. 24.04.2024

Sobre el independentismo en Cataluña

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Cuanto escribo este artículo no sé aún el resultado de las elecciones autonómicas en Cataluña, convertidas éstas políticamente en un plebiscito sobre el derecho al independentismo por mor de los afanes del presidente de la Generalitat, el Sr. Artur Mas. Siempre ha planeado sobre los independentistas catalanes y los centralistas españoles el aforismo y condena de Ortega y Gasset de que el tema catalán no tiene solución y que era mejor obviarlo. No dudo que tal cosa afirmara nuestro más conocido intelectual sobre de nuestro terruño ibérico, pero yo no lo he encontrado. Y eso que he releído varias obras de Ortega antes de darle a la tecla. Especialmente, claro está, su discutible España invertebrada. Leer a Ortega sobre temas histórico-sociológicos siempre produce irritación porque él considera que una de las causas de la decadencia de España es la de relación fallida –él no emplea ese adjetivo- entre las elites y las masas. Dice Ortega al final de la obra mencionada que: “la misión de las masas no es otra que seguir a los mejores en vez pretender suplantarlos”. La falta de esas elites y la “sublevación de las masas” contra esas elites sería una constante en la historia de España. Es de suponer que algo parecido habría ocurrido en otras naciones, aunque no con tanta intensidad y con tal constancia, porque más tarde de la obra mencionada escribió su famosa Rebelión de las masas, en la que ya esas masas son las del mundo occidental. La  otra razón de la decadencia es la propia estulticia de las elites, su ignorancia y su escasez, especialmente en la historia de nuestro país. Según Ortega, esta necedad de las elites aplicada en Cataluña ha propiciado su querencia por el separatismo, necedad de las cabezas pensantes que, tanto en Cataluña como fuera de élla, ha provocado que, un problema que surge en España con la transición de la monarquía austríaca a la borbónica, nunca se haya dado con la solución. Ortega va más lejos y considera que no la hay. Es verdad que Ortega ha perdido predicamento por culpa de él mismo. Por ejemplo, un párrafo más abajo del texto citado dice que “España es una cosa hecha por Castilla y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral”. Claro, si uno piensa que la solución tiene que venir dada por las “cabezas pensantes castellanas” de una tal Esperanza Aguirre o de una tal María Dolores de Cospedal o de un tal Pepe Bono se le abre a uno las carnes. Pero no hay que juzgar a Ortega con las tripas por más que se nos revuelvan sus ideas, sino con la razón y los hechos históricos, porque Ortega añade también que “me parece una frivolidad juzgar el catalanismo y el bizcaitarrismo como movimientos artificiosos nacidos del capricho privado de unos cuantos”, palabras que vienen actuales y como de molde para las invectivas que se lanzan sobre el independentismo catalán desde los partidos políticos centralistas y los medios de comunicación de derechas, que en la prensa escrita de ámbito nacional lo son todos. Leyendo los argumentos que defienden la unidad de la patria no es de extrañar que una parte del voto independista sea un voto de castigo al centralismo de partidos, patronales, cámaras de comercio, etc. de Madrid, Cataluña y resto de España. Especialmente beligerante lo ha sido Felipe González, este político que nunca acaba de irse del todo, manejando siempre el fuego de la marmita del socialismo español, es decir, del PSOE. De Rajoy y de su mariposeo político mejor no hablar: es la trivialidad en persona, la inanidad en el mundo de las ideas, el tancredismo con anteojeras. En el día de las elecciones se daba un concierto en la televisión pública donde los músicos iban vestidos con trajes militares, al fondo se explayaba la bandera española y se orquestaba y cantaba trozos de zarzuelas donde se exaltaba lo español. Un ejemplo que se daba es la jota de la Dolores, donde se habla de “la España y sus regiones”. En lugar de avanzar se retrocede desde la España de las autonomías a la España sólo de las regiones. La intención es deleznable, sólo paliada por la calidad musical y la bella ejecución de orquesta y cantantes. Incluso para los que no somos independentistas nos resulta repugnante el himno y la bandera, incluso sin aguilucho. No los queremos, se lo regalamos a los nostálgicos del franquismo, porque eso representan esos símbolos, por más que Carrillo en su día o Pedro Sánchez ahora nos los quieran meter por ojos y oídos. La historia no pasa en balde, pero eso es otro tema. Volvamos al tema que nos ocupa.

Como no soy jurista he buscado argumentos jurídicos para justificar una salida al problema desde lo meramente jurídico. He releído dos libros que en su día disfruté con su lectura cuales fueron Estado, justicia y derechos, de Elías Díaz y José Luis Colomer, y la Introducción a la ciencia del Derecho, de Marcelino Rodríguez Molinero. Supongo que habrá decenas de libros equivalentes. El primero es una obra colectiva, quiero matizar. En ambos casos no he encontrado ni un atisbo de solución al problema. Es verdad que son libros quizá avejados, pero el tema catalan y, en general, el separatismo, el cantonalismo o el particularismo –que conceptúa Ortega– lo son mucho más, sin dejar por ello de ser siempre actuales. Y los dos autores no son extranjeros que bien podrían considerar fuera de la esfera de sus preocupaciones filosóficas. A lo más que llega el primero es a considerar que “si el pueblo es el dominus titular de la soberanía, los representantes obtienen su justificación de la voluntad del pueblo de la que dependen”. Y no hay más. El problema se plantea  desde “la teoría de la representación”. Creo que la cosa quedaría así: ¿cuál es el sujeto soberano que puede decidir sobre la independencia, en este caso, de Cataluña? La pregunta es sencilla: el problema es la respuesta. En el segundo libro se enumera los elementos esenciales del Estado: “el pueblo, el territorio y la soberanía o poder soberano”. Nada original, por cierto. Curioso que se enumera, pero no se defina. Quizá ande por la mente del autor la filosofía del atomismo lógico de Russell y de Wittgenstein. Mejor una enumeración, que ni sobre ni falte nada, que una definición fallida o forzada. Y en el caso catalán entonces: ¿cual es el pueblo, el territorio y ese principio? El del territorio parece claro: la autonomía de Cataluña; el del pueblo catalán –en el caso de que fuera esta la respuesta– los residentes en Cataluña y los residentes ausentes. En cualquier caso ese sería un problema menor y resoluble sobre quiénes fueran los catalanes soberanos. El tema es quién decide: ¿sólo los residentes en Cataluña o todos los españoles sobre Cataluña? No valen respuestas triviales como apelar a lo que dice la Constitución; menos aún, por motivos obvios, a las leyes emanadas desde el texto constitucional. Si ese fuera el problema, se cambian las leyes y la propia Constitución y aquí paz y después gloria. Ya se ha hecho varias veces desde 1978. Ningún problema. Emplear este argumento como se ha hecho contra el independentismo demuestra la estulticia de quien lo defiende. En cuanto a la razón histórica es siempre discutible porque la historia, per se, no crea derechos ni jurisprudencia. En todo caso, los explica, pero no es fuente de derechos ni de obligaciones. Si fuera así viviríamos en sociedades de privilegiados jurídicos. Me congratula que los autores se apoyen en Kant y su principio categórico aplicado al ámbito jurídico, pero es un principio demasiado abstracto y vale tanto para una respuesta como para otra.

No siempre los problemas tienen solución. Eso lo saben los matemáticos desde los teoremas de incompletitud de Gödel. Durante tiempo se creyó que cualquier problema matemático tendría solución en un ámbito adecuado. Por ejemplo, las ecuaciones superiores al cuarto grado no la tienen en el álgebra convencional, cosa que demostró el matemático noruego Abel en el siglo XIX y tuvo que ser desde la topología; los número complejos ayudaron a dar con una solución real para determinadas ecuaciones de tercer grado; las geometrías no euclidianas propiciaron una solución a la relatividad general. Pero el optimismo sobre el tema se vino abajo cuando un matemático austríaco –el mencionado Gödel– demostró que nunca podremos construir un sistema matemático general capaz de resolver cualquier problema matemático. Siempre habrá un problema irresoluble para un ámbito particular. Y si eso ocurre en el campo de la lógica –a eso se reduce las matemáticas según la escuela logicista–, con más razón puede ocurrir en el campo de las humanidades. Habrá que resignarse con el tema catalán: no hay una solución satisfactoria y habrá que dar la razón al filósofo madrileño. Si la solución es la independencia habrá residentes catalanes que no la quieran; si es la no independencia habrá más o menos otra mitad que la quieran. Y desde el punto de vista de la soberanía y, por tanto, desde el corazón del Estado de Derecho, el problema es irresoluble porque se enfrentan dos derechos: el de que sólo los residentes en Cataluña tienen derecho a pronunciarse –sin prejuzgar el resultado–, y el de que la tienen todos los españoles, aunque no residan en esta bella zona de España donde Don Quijote daba su último aliento. Hay dos posibles sujetos soberanos y no hay un ámbito inequívoco que pueda dilucidar cuál de ambos es el elegido: la filosofía del Derecho no es competente por su nivel de abstracción y subjetividad, y lo meramente jurídico, por su excesiva concreción y coerción.

En el terreno de lo práctico, Cameron se arriesgó con Escocia y ganó; en la extinta Yugoslavia Tito intentó la unificación de Serbia, Croacia, Bosnia, etc. y ganó sólo temporalmente, aunque no vivió para ver su desintegración, pero siempre los argumentos jurídicos y filosóficos han sido discutibles y discutidos. Por otro lado, los argumentos económicos contra la independencia son lamentables y falsos. La deuda de Cataluña será la misma antes que al día siguiente de la hipotética independencia. Y si el Estado español quisiera vengarse de tal hecho no pagando las pensiones de la que se han hecho acreedores lo residentes en Cataluña, una Cataluña independiente podría no pagar la deuda con el Estado español y los que manejan los fondos de inversión, fondo de pensiones en Cataluña o agencias de calificación, etc. lo verían aceptable porque sería una compensación entre derechos de cobro y no una negación a pagar una deuda sin más. En cuanto una nueva moneda y en vista de lo que han hecho con Grecia la Unión Monetaria y la Merkel, sería una liberación de las dictaduras de troikas y de austericidas. Sí sería un problema que los gobernantes del Estado español insistieran en lo de la venganza cortando el flujo de intercambio comercial entre Cataluña y el resto de la península, pero lo sería para ambas partes. En el tema financiero, a corto plazo habría problemas con posibles huidas de capitales y delitos de evasión, pero a medio plazo –incluso en pocos meses– la cosa volvería a su cauce por la bondad de los fundamentos económicos de Cataluña. Y en cuanto a los bancos seguirán dando créditos a quienes los consideren solventes, con o sin independencia, porque las finanzas no entienden y se desentienden de debates jurídicos sobre soberanías. No se han hundido Chekia y Eslovaquia desde la separación, ni están peor de lo que estaban los países balcánicos mencionados desde su divorcio, y si lo están, lo es por las guerras mantenidas. Cataluña es una zona avanzada económicamente en el sur de Europa y sobreviría; sí tendría problemas angustiosos si quisieran la independencia zonas más deprimidas o retrasadas como Andalucía, por poner un ejemplo.

Algunos de los que no somos independentistas –quizá porque no vivimos en Cataluña ni en el País Vasco– queremos una Cataluña que forme parte de una república federal española, quizá forzosamente asimétrica, donde países como Cataluña o País Vasco tengan una relación jurídica distinta que el resto de las autonomías españolas. Es una mala solución, pero quizá sea de las menos malas, quizá la única alternativa a la independentista. El café para todos fue, definitivamente, una mala solución, fue un error: es hora de enmendarlo. Y de paso se podría invitar a Portugal a esa solución asimétrica.

Sobre el independentismo en Cataluña