viernes. 19.04.2024

Grecia (y la Europa mediterránea) sólo hemos perdido una batalla

La batalla ahora esta entre Grecia y la pretensión alemana de marchar hacia una UE de baja intensidad y sin ninguna solidaridad.

La derecha y la prensa de derechas en España –y también la de fuera– ha considerado el acuerdo de Grecia con el Consejo europeo como una derrota de Tsipras y su partido. Aunque aún no se sabe todas las cláusulas y algunas no tienen un grado de concreción suficiente, pero no está clara la derrota de Grecia y de su gobierno. Tiene varios puntos a su favor. En primer lugar está el alargamiento del pago de la deuda, que era unas de las condiciones de Tsipras para llegar a un acuerdo. El problema de Grecia era la dificultad de pagar los plazos este año, pero el nivel de su deuda –que son ya más de 317.000 millones de euros– es más un problema de los acreedores que del deudor. Esta es una baza que puede jugar este gobierno y los próximos puesto que se trata de un problema a medio y largo plazo. Lo que tiene que calcular el gobierno griego son los pagos que puede pagar a los acreedores –FMI, BCE, bancos alemanes y franceses y, importante, bancos griegos– de tal forma que le permite un nivel de gasto público capaz de conseguir que la demanda agregada de este año no sea inferior a la del año 2014; lo mismo del año 2016 respecto al años 2015, y así sucesivamente. De lo contrario Grecia no saldrá de la espiral contractiva que la austeridad europea-alemana le ha metido (al igual que ha ocurrido en menor medida con España). Pero hay que insistir que la deuda no se paga de un plumazo sino que lo que importa es la posibilidad de renovarla a tipos de interés aceptables. El acuerdo permite una inversión de 7.000 millones anuales para este año y los próximos cuatro. De momento es insuficiente, pero es un paso. Lo peor del acuerdo son las exigencias de privatización mediante el Fondo de activos con el fin de asegurarse los acreedores el pago de la deuda; lo mejor es la facilidad de crédito de casi 90.000 millones del BCE. Eso no estaba previsto antes en ningún sitio porque ha sido una decisión del banco central y de Draghi como máximo responsable, aunque no hay que ser ingenuos y supongo que Draghi, Merkel y Tsipras debieron estar varios días sin darse ni dar tregua al teléfono. La evolución de la prima de riesgo va a ser fundamental porque es la que va a ser a la vez causa y efecto de credibilidad para los mercados del acuerdo. Tsipras ha logrado convencer a los europeos e inversores internacionales que nunca va a salir del euro. Para ello ha sido capaz de echar a los ministros díscolos con el acuerdo, incluido al profesor Varoufakis; incluso ha sido capaz de enfrentarse a su propio partido con este fin arriesgando su futuro –y casi presente– político. Aquí el factor humano ha dado el máximo. Lo paradójico es que ha sido también su debilidad en la propia negociación, porque Tsipras ha demostrado a posteriori –pero se notaba a priori– que nunca había estado dispuesto a salirse del euro, lo cual le ha dejado sin contrajuego en la negociación. La teoría de los juegos, sea en su versión cooperativa o no cooperativa, es, como todo modelo matemático, vacío en sus contenidos, lo cual le impide valorar políticamente las posibles soluciones; tampoco ideológicamente o éticamente. Tsipras pierde en el acuerdo porque nunca estuvo en su propuesta y en sus secretas intenciones la posible salida del euro. Yo creo que el gobierno se equivoca permaneciendo en el euro, pero en todo caso, si no estaba dispuesto a la salida como solución, la derrota estaba garantizada. Esto lo sabía el exministro Varoufakis, que es un experto en la teoría de los juegos.

Pero el futuro no está escrito. Después de las Termópilas (derrota griega) vinieron Platea y Micala (victoria sobre los persas). La batalla ahora ya no es entre Grecia y el Eurogrupo sino entre Grecia y la pretensión alemana de marchar hacia una Unión Europea (y Monetaria) alemana de baja intensidad y sin ninguna solidaridad. Esta pretensión se tambalea. De momento Francia ha dado ya el primer paso –esperado– al proponer a Italia y a España avanzar en la unión laboral y fiscal sin pedir permiso a Alemania. Además, que se sepa, el FMI no ha retirado la propuesta de una quita por su parte de 50.000 millones de euros para la deuda griega; por último el BCE sigue apoyando el acuerdo facilitando en la práctica de forma ilimitada crédito a la banca griega. Estas tres cosas suponen una derrota parcial de Merkel y de su ministro de finanzas. El punto más débil de Tsipras es la pretensión de alemana de que el gobierno griego baje las pensiones. Eso no puede hacerlo Tsipras sin riesgo de suicidio con la mayoría de las pensiones porque ya son muy bajas y que una parte de los hijos de los parados viven también de ellas. Como en España. Ahí puede aprender de Zapatero, que la simple congelación de las pensiones –además del salario de los funcionarios– en mayo del 2010 le coste 2,5 millones de votos y la pérdida de las elecciones en noviembre del año siguiente. Pero puede hacer otras cosas que debía hacer con o sin acuerdo, como retrasar la edad de jubilación, combatir el fraude fiscal, aumentar la eficiencia de la Administración –pero sin despidos masivos–.

Cada vez queda más claro que el gran problema de la Unión Monetaria –incluso la Económica– no es Grecia ni España, Italia o Francia, sino Alemania, que ni siquiera le basta con ser un primus inter pares. Su pangermanismo viene de largo. Está ya en el Sacro Imperio Romano Germánico (año 814-siglo XIII), en el temor de los polacos a los caballeros teutones medievales, en los Habsburgo (1452-1918) del imperio hispánico (hasta 1714) y luego en solitario, en la doctrina de Bismarck (XIX), en la guerra de Prusia con Francia en 1870 y en las dos guerras mundiales del siglo XX. Woody Allen lo resumió genialmente en la película Misterioso asesinato en Manhattan (1993): “cuando oigo a Wagner me dan ganas de invadir Polonia”. Gran parte del pueblo alemán siempre ha apoyado ese pangermanismo, razón por la cual alguien de la nulidad intelectual de Hitler consiguió una mayoría relativa en 1933 en el Parlamento alemán, lo cual propicio su golpe de Estado en 1934. Si la Unión Económica quiere tener algún futuro ha de ser con una Unión Monetaria sin Alemania (y quizá sin Holanda). Una de las claves del entonces Mercado Común era integrar a Alemania en el proyecto económico europeo pensando que a la pretensión económica le seguiría la política, y con ello las veleidades pangermanistas teutonas quedarían definitivamente frenadas. Claro que entonces Alemanias tenía 17 millones de alemanes menos porque aún estaba el muro y eran dos Alemanias. Ha sido un error, porque Alemania juega en otra liga, que es la suya y juega consigo misma. No dudo que Merkel y el resto del gobierno alemán sean demócratas de convicción, pero sus pretensiones son parecidas a las de Hitler, sólo que por otros medios, sin tanques ni stukas. El dictador nazi pretendía un imperio para mil años y los líderes alemanes y gran parte del pueblo alemán pretenden ahora vivir en una Europa alemana. Y si no, romper la baraja. También han ayudado las mentiras de la Merkel para los alemanes, al igual que las de Sarkozy para los franceses, las de Berlusconi en su día para los italianos o las de Rajoy para los votantes del PP. Hay que ¡ayudar a Alemania a salirse del euro! porque ahí ganamos todos: Alemania con su marco como moneda de referencia e inversión, y una nueva Unión Económica más delgada, más Mare Nostrum, pero más igual y necesariamente más solidaria, aunque sea con un euro más débil. Con Alemania, visto lo visto, eso es imposible, y sin solidaridad –aunque sea forzada– no hay futuro en común en Europa. Y el camino para sacar voluntariamente a Alemania del euro y de la Unión Económica parece claro: aumentar brutalmente el presupuesto europeo y destinar la mitad al menos del mismo a la solidaridad.

Grecia (y la Europa mediterránea) sólo hemos perdido una batalla