jueves. 18.04.2024

El 20D o el fin de la Transición

En las elecciones del próximo 20 de diciembre se dilucida algo más que el próximo Parlamento de la nación y el futuro presidente de Gobierno.

En las elecciones del próximo 20 de diciembre se dilucida algo más que el próximo Parlamento de la nación y el futuro presidente de Gobierno. A partir de 1982 han gobernado únicamente el PSOE (6 legislaturas) o el PP (3) de una manera que recordaba aquel famoso turno de partidos de la Restauración del último cuarto del siglo XIX, con dos que se alternaban al frente de los cuales estaban Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Ha habido además un agravante desde 1982 y es el de de 4 mayorías absolutas. La loada Transición tuvo dos momentos claves: la ley de la Reforma política de 1976 y el golpe de Estado de Tejero y sus secuaces el 23 de febrero de 1981, algunos de los cuales han permanecido en la sombra impunemente. La ley de 1976 posibilitó que las Cortes franquistas se hicieran -como se dijo entonces- el harakiri; con el golpe de Estado de 1981 se aseguraba que el PSOE y también –quizá en menor media– IU renunciaran a algunos de sus planteamientos sobre la economía y la política, facilitó la entrada en la OTAN para contentar a los militares, se renunció a la reivindicación de la República y se impuso la impunidad para los criminales franquistas, algunos de los cuales llegaron a jueces y a altos cargo de la policía y, en general, del Estado. Además la Iglesia católica se aseguraba impartir doctrina en la enseñanza secundaria, el Ejército sus prebendas, un sistema electoral injusto que premiaba a los grandes partidos y se instituía la economía de mercado como única guía del Estado en temas económicos. Podría alargar sus efectos y se puede afirmar que el golpe de Estado de Tejero y Armada –este entre bambalinas- sí tuvo sus efectos nocivos que han durado 40 años. Hoy mismo, hasta ahora mismo, está gobernando un partido como el PP que es heredero del franquismo, un partido que tiene como presidente de honor a un tal Aznar que se declaraba de joven “falangista independiente”, un partido del que fue también presidente de honor hasta su muerte un tal Manuel Fraga que fue varias veces ministro y embajador de la dictadura franquista en el Reino Unido. Y se puede añadir multitud de cargos en la Administración del Estado, en las Autonomías y en los Ayuntamientos que cambiaron la camisa azul y las montañas nevadas de su juventud por un cargo en la nueva España de la democracia. La izquierda, en general, ha cometido el error de mirar a otro lado o de reojo ante la pervivencia de este franquismo que rebrota, se retrata o expande su hedor en temas como la aplicación práctica de la ley de la memoria histórica o en la permanencia de nombres de calles y monumentos a los franquistas que lo fueron. A estas alturas ha tenido que ser una juez argentina la que posibilite que una española ya anciana pueda recuperar los restos mortales de su padre asesinado por los franquistas. Pues bien, las próximas elecciones puede suponer la superación de esta época, pero no desde el olvido, sino desde la justicia y la reparación de la dignidad de las víctimas, aunque esa dignidad nunca podrán recuperarla los criminales franquistas y los que apoyaron un régimen criminal. Si el 20-D no obtienen mayoría absoluta ni el PP ni el PSOE será cuestión de tiempo que todo este largo, pestilente y enlodado post-franquismo se convierta en la verdadera Transición, una transición hacia una democracia homologable con la alemana, la francesa o la inglesa, por poner tres ejemplos significativos de nuestra Europa.

Entrando en detalle en lo que puede pasar el 20-D, parece que existe una idea asentada y es la de que el próximo presidente de Gobierno será otra vez el indolente Mariano Rajoy porque Albert Rivera va a apoyar su investidura. Yo no lo creo. Y no lo creo, no sólo porque así lo afirme el líder de Ciudadanos, sino por la lógica de su propia formación política, por la hipoteca de sus palabras y de otros líderes de este partido, incluso la propia existencia del mismo. No tendría sentido formar un partido nuevo para acabar con el bipartidismo, para acabar con la corrupción, para inaugurar un nuevo tiempo político, por una nueva ley electoral más proporcional, cosas que pregonan Rivera y los suyos, y que todo ello sirviera al final para dar la investidura al presidente del partido de la corrupción y que representa y es artífice de todo lo anterior. A Ciudadanos, como partido de derechas y al igual que al PP, no le importa el paro ni los parados, defiende que cuanto menos Estado de Bienestar mejor y cuantos menos derechos laborales también mejor, pero eso, en estas circunstancias y momentos, no le puede llevar a dar un voto afirmativo en la posible investidura a Rajoy porque pondría en peligro sus aspiraciones de desbordar en el futuro al PP como primer partido de la derecha. Tampoco se la puede dar fácilmente a Pedro Sánchez, pero este tiene la ventaja de que el PSOE no gobierna en estos momentos y el secretario del PSOE representa la alternativa a Rajoy si es el primer partido de izquierdas en términos de votos y escaños. Parece que la opción casi única para Ciudadanos es la abstención en la próxima investidura. Por este motivo -y en contra de la opinión mayoritaria reinante- quien puede ser decisivo para la próxima investidura es el partido de Pablo Iglesias siempre y cuando entre PSOE y Podemos sumen más escaños que el PP. Será una prueba de inteligencia y valor para los representantes de Podemos en el Parlamento -y a los que deseo el mayor de los aciertos- porque la lógica de este partido como partido de izquierdas alternativo al PSOE en un futuro es que se va a ver obligado a elegir desde su punto de vista entre lo malo (Pedro Sánchez) y lo horrible (Mariano Rajoy). Esto es la política, una mezcla insoluble de principios y decisiones del día a día, de estrategia y táctica, medrar entre la terrenal política y la virginal ética. Al menos desde la izquierda, porque la derecha, el votante de derechas, no tiene estos problemas y vota desde sus más o menos conocimientos mezclando a partes iguales egoísmo y privilegio, privilegio que desea alcanzar o que desea mantener si cree que ya lo tiene. Otra cosa es que acierte. El votante de izquierdas –si realmente lo es– tiene la tara de que mezcla intereses personales con solidaridad y soporta un velo de dignidad que le protege a la vez que le acosa. Volviendo al 20-D, lo injusto de la situación es que si el partido de Iglesias fuera el primer partido de la izquierda no recibiría el voto del partido de Pedro Sánchez para la investidura. Esa es la ventaja táctica del PSOE, pero también su demonio para su futuro. Detrás del PSOE aún está la vieja guarda impartiendo doctrina y quehaceres, vieja guardia que gobernó aliándose con las derechas nacionalistas (PNV y CiU) y nunca intentó apoyarse en el PCE, primero, ni en su heredero IU, después. Una consecuencia más del golpe de Estado del 23-F. Y en cuanto al PP sólo es imaginable la vuelta al Gobierno si obtuviera la mayoría absoluta –cosa que parece imposible actualmente– o que tuviera más escaños que Podemos y PSOE juntos. Por eso parece que la lógica de la situación actual y lo que ha supuesto el gobierno del PP en estos cuatro años lleva a que el gobierno más probable sea el de Pedro Sánchez con el apoyo de Podemos sólo para la investidura; o quizá –aunque lo creo menos posible– con el de Ciudadanos, manteniéndose ambos partidos emergentes al margen del Gobierno. Quedaría una posibilidad un tanto estrambótica, pero factible, y es la de que el PP diera la investidura a Albert Rivera aunque no fuera Ciudadanos el partido ganador y que este partido aceptara semejante hipoteca. El 20-D se verá y los ciudadanos tienen la palabra, es decir, su voto.

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