viernes. 29.03.2024

Una socialdemocracia ambivalente

La palabra izquierda y la dicotomía izquierda-derecha son confusas para delimitar el conflicto político y social, por el cambio de carácter de los aparatos socialdemócratas en las últimas décadas

El giro del nuevo PSOE para reclamarse como representante de ‘la izquierda’ con la diferenciación con la derecha y un emplazamiento más unitario con las fuerzas del cambio (y con Ciudadanos) vuelve a reabrir el tema del carácter de su propio proyecto y discurso y el alcance de la colaboración. Veamos algunos problemas interpretativos para clarificar los nuevos hechos respecto del objetivo estratégico, la posibilidad y las condiciones de una alianza de progreso para un cambio gubernamental sustantivo.

La gestión mayoritaria del grueso de los aparatos institucionales de los partidos socialistas ha transitado, primero, hacia el socioliberalismo de tercera vía o nuevo centro y, segundo, con la crisis sistémica, hacia una gestión gubernamental antisocial de tipo neoliberal, regresivo e, incluso, con rasgos autoritarios. En ese campo se ha producido una crisis de identidad y una relevante desafección popular que está lejos de remitir.

En la sociedad pervive una cultura de izquierdas o de progresismo social, menos ideologizada y partidista, que tiene unas referencias positivas de justicia social, derechos socioeconómicos y laborales, empleo decente y Estado de bienestar, aparte de otras demandas sociales, nacionales y democráticas. Es la base cultural, sociopolítica y ética de fondo y mayoritaria que, en muchos aspectos, ronda los dos tercios de la población. En términos electorales, suma más de diez millones de votos progresistas, repartidos casi por la mitad entre el Partido socialista y las nuevas fuerzas del cambio, éstas últimas la parte más joven, dinámica y urbana, con mayor futuro. Por tanto, este proceso ha permitido conformar un nuevo espacio crítico y alternativo con un horizonte de cambio real de progreso, dando el vuelvo al sistema de representación política.

Pedro Sánchez gana la Secretaría General con la promesa de remontar el declive socialista. Pero, parece, que la nueva dirección no termina de comprender las causas y la profundidad de ese distanciamiento popular y el reconocimiento de la consolidación del nuevo actor político (Unidos Podemos y aliados) con el que establecer una colaboración leal. Con solo cambios parciales y retóricos despliega un plan voluntarista (discursivo) para recuperar credibilidad cívica que, si no profundiza en favor de un cambio de progreso real y unitario, corre el riesgo de convertirse en prepotente y, lo que es peor para ellos, ineficaz.

Veamos algunos aspectos discursivos. La palabra izquierda y la dicotomía izquierda-derecha son confusas para delimitar el conflicto político y social, por el cambio de carácter de los aparatos socialdemócratas en las últimas décadas. Por otro lado, el socioliberalismo o nuevo centrismo, orientación dominante de las direcciones socialistas en el último tiempo, ha declarado esa dicotomía obsoleta al haber declarado la muerte de la izquierda y de una alternativa al poder liberal-conservador. Junto con el enfoque neoliberal, solo reconoce una alternancia entre derecha tradicional, derecha extrema y centrismo liberal, más o menos ‘social’. Ha sido el marco del bipartidismo, del intento de legitimación continuista de la operación susanista y de la Comisión gestora, echada abajo por la mayoría (ajustada) de su militancia.

Pues bien, aun partiendo de la dicotomía arriba-abajo, un problema analítico sustancial es dónde se coloca (hoy) a la socialdemocracia. Una forma simplista es colocarla toda, permanentemente y exclusivamente con los de arriba, con la oligarquía. Con el nuevo PSOE es más difícil. Ese enfoque es de similar antagonismo al que se puede llegar también con una concepción rígida de la dicotomía izquierda-derecha, con experiencias y bandazos diversos de las izquierdas.

La versión más sectaria respecto de la relación y el papel de la socialdemocracia, que todavía pervive en algunos sectores, es la doctrina estalinista de ‘clase contra clase’ de los años veinte, según la cual los comunistas eran los auténticos representantes de la clase obrera y los socialdemócratas, traidores y enemigos de clase a combatir. Con el giro de la Internacional Comunista en los años treinta de Frente Popular o su adaptación en los años setenta y ochenta de Frentes de Izquierda (particularmente en la Francia de Mitterrand, el antifranquismo en España o el compromiso histórico en Italia) se abrió camino la colaboración de ambas tendencias de las izquierdas, muchas veces ampliada a otros actores progresistas y democráticos.

A partir de los años noventa y particularmente con la crisis sistémica, socioeconómica e institucional, se acentúan nuevos hechos. Por un lado, el giro de la socialdemocracia hacia el nuevo centro con una gestión neoliberal, acentuada por su compromiso con los poderosos en su acción gubernamental, junto con el debilitamiento de las tendencias comunistas. Pero, por otro lado, van conformándose nuevas energías sociopolíticas democráticas, igualitarias y emancipadoras y, especialmente, emerge y se consolida en España (y otros países) un nuevo espacio alternativo, democrático y de progreso, en el marco de la oposición a la gestión regresiva y autoritaria de la crisis socioeconómica y política. Estos dos hechos de fondo resitúan en términos más equilibrados la relación entre estas últimas fuerzas del cambio y los partidos socialistas.

Crisis política y de identidad de la socialdemocracia

Mi posición consiste en remarcar el carácter ambivalente de la socialdemocracia, para poder tener una actitud acorde con la realidad. Hay que valorar el distinto y cambiante peso de sus dos pertenencias identitarias y sus funciones (continuistas y de cambio) según su práctica y su discurso en cada contexto y circunstancias históricas. Es decir, en el último tiempo, una parte, sobre todo de su poder institucional, está arriba (o con la derecha junto al poder liberal-conservador), aunque mantenga cierta legitimidad pública; y otra parte, la mayoría militante y de su base social, con tradición progresista, está abajo, con la gente común, alternativa y de izquierdas. Los equilibrios entre las dos partes eran posibles en la época dorada de crecimiento económico y bienestar social, aunque con proporciones y tensiones diversas. Ello según su responsabilidad institucional, su duración y el contexto.

Con la crisis sistémica las presiones de ambos lados se agudizan, con una dinámica más desfavorable para compatibilizar una gestión continuista del poder institucional con un leve reformismo positivo. Es el refuerzo de la prolongada crisis política y de identidad. Abandonan ese tipo de políticas ambivalentes y la cultura de izquierda social, reduciendo su carácter progresista, y asumen una gestión neoliberal y antipopular con un discurso tecnocrático.

En ese sentido hay una transformación profunda de su papel respecto del poder establecido y las demandas populares. En su conjunto, ya no tienen una identidad coherente y estable de izquierdas, ni tampoco de derechas, ni siquiera de centro; hay división interna. En todo caso, hay que analizar sus proporciones en concreto y explicar la función y la tendencia dominantes en cada ciclo y cada sector.

La imbricación de la mayoría de sus dirigentes con el poder establecido y sus compromisos gubernamentales, primero con la política neoliberal en los años ochenta y noventa y luego con la gestión regresiva de la crisis sistémica, ha atado a una parte relevante de sus aparatos a la función de garantes del continuismo estratégico de carácter regresivo y autoritario. En la medida de sus efectos antisociales, ha sido la causa de la amplia desafección popular. Ello en equilibrios diversos según los países, trayectorias gobernantes y tradiciones sociopolíticas.

En Europa tenemos un muestrario diverso: desde el Pasok griego y el PSF francés (aguda crisis por su responsabilidad austericida), hasta el PS portugués y el laborismo británico (con un giro hacia la izquierda y frente a la derecha), pasando por el SPD alemán (en coalición con la derecha pero ahora sin grandes ajustes sociales). En ese marco cabe explicar el carácter del PSOE: primero, gestor gubernamental de la estrategia de recortes sociales, con amplia desafección popular; segundo, con un continuismo justificativo de la estabilidad gubernamental de la derecha, y tercero, con una retórica de distanciamiento del PP, con nuevos gestos e intentando aparecer de izquierda aunque con la apuesta por reequilibrar los acuerdos con el centro liberal.

En este ciclo de crisis sistémica se han polarizado las dos dinámicas de fondo de la socialdemocracia. Se ha estrechado el margen de practicar un discurso de centrismo socioliberal y una gestión neoliberal. Y la imbricación con los poderosos ha cuestionado su credibilidad ciudadana. No hay una reorientación estratégica, ni una respuesta clara a las necesidades de la mayoría social. Hay avances discursivos ante los tres graves problemas de la sociedad (crisis social, institucional y territorial), pero todavía no hay salidas claras y firmes. Las promesas de renovación, la retórica de izquierdas o el simple discurso funcionalista de la utilidad sin soluciones sustantivas han demostrado su escaso impacto para la recuperación de sus apoyos sociales y electorales.

Por tanto, con esa nueva ambivalencia presidida por la falta de firmeza respecto de las demandas y necesidades populares se sigue resquebrajando su legitimación social y su representatividad electoral. Las causas de su crisis política y de legitimidad ciudadana son profundas y los intentos de renovación estratégica y discursiva muy limitados e insuficientes para frenar su declive. El caso francés es paradigmático.

Una socialdemocracia ambivalente