sábado. 20.04.2024

El PSOE, sin soluciones a su crisis

La dirección del Partido Socialista, sus dos principales ‘bandos’ (al decir de Sánchez) no tienen una estrategia política coherente que les permita afrontar las causas de fondo de su debilitamiento y cumplir con un papel significativo en la tarea sustantiva del cambio político y socioeconómico. Más allá de otros factores históricos y estructurales que afectan a la socialdemocracia europea, las causas que explican su declive actual son tres: su apuesta por la estrategia de austeridad y recortes sociales; su escaso compromiso con una profunda democratización y regeneración de la vida pública; su rechazo a la visión plurinacional de España, con la renuncia a la defensa de los derechos legítimos de los distintos pueblos, con una actitud integradora.

La crisis del PSOE deriva de su estrategia equivocada y su correspondiente declive político y electoral, sin consistencia para un giro social de su política socioeconómica y una respuesta regeneradora y democrática, incluyendo el tema territorial. Todo ello necesitaba un acuerdo serio y leal con Unidos Podemos para conformar un Gobierno de progreso y un proyecto compartido de cambio sustantivo. Sánchez, en estos meses, no se ha atrevido, sino todo lo contrario. Los últimos amagos, anunciando diálogo y flexibilidad, ni siquiera han llegado a conversaciones exploratorias consecuentes. Su alusión de gobierno ‘alternativo’ no salía de la ambigüedad programática y la referencia del acuerdo con C’s y una composición de apoyo tripartito, negado por Rivera. La rebelión del poder establecido dentro y fuera del PSOE, con la nueva Comisión gestora, quiere cerrar cualquier hipótesis de cambio real, aunque Sánchez pueda recuperar su plan como bandera en la pugna interna hasta el Congreso. Pero el continuismo estratégico y el aval para la continuidad del Gobierno de Rajoy, promovido por la nueva mayoría de la Comisión gestora, es una falsa respuesta a su crisis de legitimidad y representatividad pública, discurso coherente y función política transformadora, cuya gravedad puede aumentar.

Así, vamos a profundizar en dos aspectos que señalan la ausencia de una estrategia fundamentada para la recuperación socialista: la inexistencia de un proyecto socialista autónomo y la incoherencia e irrealidad de un Gobierno tripartito.

Inexistencia de un proyecto socialista autónomo

La diferenciación del PSOE con la derecha y los poderes ‘económicos’, a veces áspera, es retórica. Aspira, fundamentalmente, al recambio de élites gubernamentales, la clásica alternancia. Se formula como aspiración a  ser un partido ‘ganador’ frente al PP, pero carece de proyecto alternativo. Expresa un interés corporativo, la añoranza del bipartidismo con la neutralización del cambio, con un obscurecimiento del contenido del proyecto y su compromiso con las capas populares. Por tanto, las diferencias internas, programáticas y de objetivos, son relativas. Las discrepancias sustanciales son de liderazgo y grupo de poder como garantía del proyecto ‘ganador’. Pero, ¿en qué sentido y para quién?

La socialdemocracia europea está en la encrucijada, por su giro socioliberal y su subordinación al proyecto liberal-conservador. ¿Cabe una retórica centrista (o de izquierdas) con un plan regresivo, autoritario e insolidario en la construcción europea y en cada país? Hasta ahora, el grueso de la socialdemocracia, consciente de los costes electorales por su corresponsabilidad en la gestión impopular de la crisis sistémica, ha intentado sólo construir un relato justificativo;  es la tarea de ‘comunicación’. Su escaso éxito le impone un dilema: acentuar el papel de esa comunicación, incrementando las tareas de tergiversación y manipulación (cosa que ya hacen los partidos de derecha) de sus aparatos mediáticos; o bien, reorientar su política, sus prioridades y sus alianzas para participar en el imprescindible cambio de dinámica global en países significativos como España y el conjunto de la UE.

La opción alternativa es una estrategia contraria: progresiva (en lo social y económico, en los derechos sociales y laborales y las garantías públicas), democrática (en lo político-institucional, territorial y cívico), solidaria (inclusiva e integradora, de los países del sur, los diferentes y los desfavorecidos). El PSOE, sus dos ‘bandos’, siguen sin una reconsideración de su gestión antisocial y sus déficits democráticos desde el comienzo de la crisis socioeconómica e institucional y se mantienen en el continuismo estratégico. Y cuando se ha producido una oportunidad para el cambio institucional, tras el 20-D, su prioridad ha sido reforzar ese continuismo programático y de hegemonía institucional con su pacto con Ciudadanos, en vez de explorar un cambio real y un nuevo equilibrio institucional, aceptando la pluralidad representativa y la casi paridad con Unidos Podemos y confluencias.

Por tanto, de momento, ninguna de las dos partes del PSOE aporta una reorientación de la estrategia y un nuevo relato para avanzar claramente por la senda del cambio.

Mientras tanto, la pugna de las próximas primarias y el Congreso extraordinario puede ser tensa y la profunda brecha existente consolidarse. Sobre ello recae, parece, la tarea de la Comisión gestora. En primer lugar, resolver el ‘interés’ de España, la gobernabilidad del PP, mediante la colaboración socialista, con la retórica diferenciadora de hacer una oposición ‘útil’. Es decir, consenso en los temas de Estado, ampliado a los compromisos europeos, junto con algunas reformas pactadas o forzadas al PP. En segundo lugar, achicar la oposición interna a la nueva mayoría del Comité Federal y controlar todo el proceso de primarias y Congreso. Eso significa definir el objetivo de ‘pacificación’ interna, con los mecanismos de ‘persuasión’ (o coerción) de un aparato de poder y la distribución de posiciones institucionales, en los plazos convenientes (quizá hasta un año) para desactivar al equipo de Sánchez y su apoyo militante.

Su punto débil (y el fuerte de Sánchez) es que, por un lado, es inevitable la corresponsabilidad de la nueva dirección con los fundamentos de una gestión continuista del Gobierno de Rajoy y, por tanto, de deslegitimación por su colaboración en el bloqueo del cambio; y por otro lado, que aunque frenen la dinámica de cambio institucional no van a poder doblegar a Unidos Podemos y aliados ni impedir el ascenso de una nueva oposición social y política que garantice a medio plazo un nuevo equilibrio, más favorable para una transformación sustantiva.

Por tanto, aunque la nueva dirección controle y aplace las primarias y el próximo Congreso del PSOE, de forma inmediata no va a poder cantar victoria sobre la estabilidad interna. El equipo de Sánchez podría volver a ganar. Su dificultad, aparte del bloqueo del poder establecido externo e interno, es que no tiene suficiente disponibilidad y consistencia para imprimir una reorientación estratégica. Ésa es su única posibilidad para fortalecer el apoyo de sus bases sociales, ganar el PSOE, articular la fuerza social y política necesaria para enfrentarse a los poderosos y participar en el cambio institucional.

Hoy por hoy, ambos bandos comparten esa necesidad de continuismo estratégico y, sobre todo, de hegemonía socialista ‘ganadora’, con la subordinación de Unidos Podemos y convergencias y el mantenimiento de un ‘tono’ diferenciador con el PP. Las diferencias son de grado y, especialmente, de quién lidera la recuperación (poco probable) de ese partido socialista ganador.

La realidad es que solo desde el reconocimiento de la paridad representativa con Unidos Podemos y aliados y un proyecto intermedio y compartido, con todo o una parte sustancial del PSOE y sus actuales bases sociales, es posible acumular la suficiente representatividad y legitimidad para dar un vuelco a la inmediata ‘gobernabilidad’ de la derecha. No hay que esperar toda la legislatura. La evidencia de los desastres sociales del continuismo gestor del PP y la hegemonía liberal conservadora en la UE, así como el bloqueo regenerador y democrático, podrán posibilitar el cuestionamiento a su legitimidad y articular los mecanismos institucionales para impedir sus políticas más impopulares, incluso desalojar al PP con una moción de confianza y cambio de Gobierno, (los números siguen posibilitándolo). Es un desafío para las fuerzas reales del cambio y en general para la ciudadanía activa española. Supone la articulación de una nueva dinámica de movilización popular, de ampliación del tejido asociativo y cultural, de participación cívica con un discurso democrático-igualitario y tras un proyecto de cambio sustantivo.

Incoherencia e irrealidad de un Gobierno tripartito

Ahora, tras el 26-J, en el plano institucional existe una situación algo más favorable para las derechas. No solo por el ligero avance del PP cuanto por el decidido aval de Rivera a la investidura de Rajoy y el apoyo al PP, así como, simultáneamente, por su rechazo a apoyar a Sánchez, menor ante la eventualidad de un acuerdo con Unidos Podemos y/o los nacionalistas.

La propuesta de Gobierno alternativo tripartito, que tanto se ha divulgado por el equipo de Sánchez y otros actores, queda en mera hipótesis sin operatividad real. La Comisión gestora lo ha enterrado. Pero conviene darle una vuelta; sigue siendo una posición para algunos y en cualquier momento puede ponerse otra vez de actualidad. En la anterior legislatura todavía tenía algo de credibilidad práctica, rápidamente hundida por la prioridad socialista hacia el acuerdo con la derecha de C’s;  ahora que éste manifiesta claramente su compromiso con el PP y sus políticas, queda como simple ejercicio retórico. Su función era doble. Por un lado, reforzar el NO a Rajoy, ofreciendo una salida al bloqueo institucional. Por otro lado, echar la responsabilidad del ‘recambio’ y su fracaso, es decir, mantener la acusación de impedir el desalojo del PP, a ambos partidos emergentes, especialmente a Unidos Podemos y sus aliados. La conclusión es que ambos debían apoyar  a Sánchez, sin definir una auténtica política de cambio, que Ciudadanos ya rechazaba la legislatura pasada.

Incluso la hipótesis de un Gobierno socialista con ‘independientes’ de Ciudadanos y Unidos Podemos, tampoco resuelve la encrucijada principal: Qué orientación política va a practicar ese Gobierno en esas tres áreas fundamentales. La dificultad principal no es la de la presencia formal o no de los máximos representantes políticos de cada fuerza. El veto de fondo de todos los poderes fácticos, incluido la troika, es a un giro social y democrático en un país crucial del sur de Europa y su apuesta por la recomposición de la ‘gobernabilidad’ de los poderosos y el sistema bipartidista (imperfecto) con la neutralización de las fuerzas del cambio.

No existe un gobierno alternativo si no es de progreso, de cambio real. No es de recibo quedarse solo en el ‘recambio’ de élites, solicitando autonomía completa para el PSOE y que no conlleva automáticamente el compromiso por un proyecto compartido y un cambio sustantivo. El contrato social y democrático se basa en la confianza y la participación ciudadana en los dos aspectos: tipo de proyecto, necesariamente democrático e igualitario, y élite representativa y gestora (el para qué y el quién). Son las dos caras de la misma moneda.

Las posiciones programáticas de Unidos Podemos (y confluencias) con el pacto PSOE-C’s, en materia socioeconómica y territorial, son antagónicas en lo fundamental. Los que apoyan la Comisión gestora actual del PSOE consideran que es imposible el intento y que solo obedece a la conveniencia de Sánchez de mantener su liderazgo interno. El equipo de Sánchez podría haber avanzado una prioridad negociadora con las fuerzas del cambio, lo que le suponía un cambio programático y de articulación de un nuevo equilibrio en sus alianzas. Es lo que temían los poderosos y sus aparatos mediáticos que, simplemente, no podían aceptar ni esa mera hipótesis.

Pero, la actitud de Sánchez y su equipo (incluido personas más avanzadas como O. Elorza, J. Borrell o M. Iceta) no ha llegado nunca a traspasar esa línea roja (que sí lo hace Pérez Tapias de Izquierda socialista). La retórica de un Gobierno alternativo o de izquierdas solo esconde un gobierno socialista, con la mutua neutralización y subordinación de Unidos Podemos (y aliados) y Ciudadanos, con su completa hegemonía representativa y gestora y sin un compromiso de cambio significativo de las políticas socioeconómicas y territoriales, incluso democráticas.

Su propuesta concreta parece que consistía en un Gobierno socialista con participación de independientes afines a Unidos Podemos y Ciudadanos, con un proyecto solo de recambio gubernamental, con un programa continuista ‘renovado’, con pequeñas reformas sociales y de regeneración democrática. Su chantaje a Unidos Podemos, con palabras más amables, era similar al de la pasada legislatura: subordinación, o pretexto para seguir con la campaña de aislamiento.

El eje alternativo debe ser un acuerdo intermedio y compartido entre PSOE y Unidos Podemos (y aliados). El equilibrio no puede darse entre una dirección económica presidida por L. Garicano y J. Sevilla, con algunas concesiones limitadas en el área social, y una leve regeneración democrática, junto con un bloqueo del tema territorial. 

Además, al rechazar Ciudadanos esa vía tripartita, solo quedaría la opción de un acuerdo con Unidos Podemos (y aliados), con un giro social a sus políticas económicas y mayor profundización de la democratización institucional, incluido el tema territorial, y la regeneración democrática. Además, debería ser seguido de una negociación con las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas, que conllevaría  cierta flexibilidad para tratar el tema territorial, cosa a la que el equipo de Sánchez también se oponía.

¿Qué sentido tenía la oferta retórica del PSOE de negociación tripartita con Unidos Podemos y Ciudadanos?. Evidentemente, no la de dar pasos serios y constructivos en ese sentido, sino ganar protagonismo y conformar un pretexto para seguir criticando a Unidos Podemos como supuesto responsable de la continuidad del PP. El objetivo de lo que llaman proyecto socialista autónomo tampoco era avanzar en la difícil formación de un Gobierno alternativo, sino ensanchar la representatividad del PSOE (la ilusión de conseguir al menos 100 diputados) a costa de Unidos Podemos y confluencias (que deberían quedarse en no más de 50). Por tanto, no era una propuesta unitaria y constructiva para cambiar las instituciones y las condiciones de la gente, sino un discurso ventajoso para el plan de Sánchez de entrar en la campaña de las próximas elecciones generales con mayores garantías para su preponderancia frente a Unidos Podemos.

Pero ese plan era de aplicación improbable, sobre todo por la dura oposición de Ciudadanos. Solo cabía la versión de la búsqueda de apoyo de las fuerzas nacionalistas, lo que suponía acordar también seriamente con Unidos Podemos y las confluencias el programa de giro socioeconómico y flexibilidad en la cuestión territorial. Podría ser transitable; es lo que deseaba, por ejemplo, M. Iceta. Pero es dudoso que correspondiese al diseño de Sánchez: disputar, tras las nuevas elecciones generales, la hegemonía del PP, al mismo tiempo que recuperar el bipartidismo (imperfecto) y distanciarse respecto de Unidos Podemos y aliados, a los que se les sometería a la presión clásica: PP o PSOE, con el cierre del cambio sustantivo.

Para el grupo de Sánchez el fundamento de esa propuesta tiene, sobre todo, un componente instrumental: cómo evitar su prolongado declive representativo y de poder y, especialmente, cómo reforzar quién gestiona ese debilitado poder institucional (él mismo).

Para el poder establecido, de fuera y de dentro del Partido socialista, ese plan conllevaba cierto riesgo: generar una expectativa de desalojo gubernamental de la derecha, mantener su inestabilidad, generar confianza alternativa en el grupo dirigente. No obstante, no estaba inscrito en una rectificación de la estrategia socialista pasada: por un lado, de giro a la derecha en materia socioeconómica y visión centralista en materia territorial, reafirmados por el pacto con Ciudadanos; por otro lado, de acoso total contra Unidos Podemos y las fuerzas nacionalistas, aun con algún guiño amable.

Por tanto, esa idea de Sánchez no era consistente para abrir un nuevo ciclo de confianza y colaboración entre las fuerzas progresistas para desplazar a las derechas y abrir una dinámica de cambio. Por supuesto, no es comparable con el giro a la izquierda del laborismo británico, con Corbyn; ni siquiera, con la alianza más pragmática (en condiciones más favorables por su mejor correlación de fuerzas y la ausencia de problemática territorial) del Partido socialista portugués con el Bloco y el PCP. Tampoco es debido a ninguna reflexión o reorientación de la estrategia pasada o la encrucijada de la socialdemocracia europea para distanciarse de su consenso con la estrategia injusta e insolidaria del poder liberal conservador. Tiene poco recorrido.

En definitiva, no hay solución española progresista de la mano del PSOE. Su núcleo dirigente lo impide. Una parte de su estructura y la mayoría de sus bases sociales deberán participar en ella. Pero la respuesta principal está en el devenir del movimiento popular y la ciudadanía crítica y el fortalecimiento de Unidos Podemos y las confluencias.

El PSOE, sin soluciones a su crisis