jueves. 28.03.2024

Podemos no es antipluralista

La derecha política y mediática está embarcada en una campaña de acoso político contra Podemos...

La derecha política y mediática está embarcada en una campaña de acoso político contra Podemos. Una de sus acusaciones favoritas es la de ser un partido político populista y totalitario que seguiría el modelo supuestamente dictatorial del gobierno venezolano. Diversos dirigentes socialistas e intelectuales afines han desarrollado también una crítica hacia esta fuerza política, con su identificación con el populismo y su supuesto carácter antipluralista. Nos centramos en este plano político-ideológico, evaluando el sesgo tergiversador y sectario de ese descrédito infundado.

Se pueden mencionar dos textos significativos, de carácter teórico, publicados en el diario El País. Uno de José Álvarez Junco: “Virtudes y peligros del populismo” (11-11-2014), donde refiriéndose al populismo señala que “su afán por eliminar las cortapisas democráticas abre un peligroso camino a la tiranía”. Otro de José María Ruiz Soroa: “El peligro de una sociedad sin divisiones” (9-1-2015), donde expone que “Podemos no reconoce diversas opciones sino que coloca fuera de juego a quienes considera sus adversarios, de forma que contradice el pluralismo democrático y en ese sentido preciso es totalitario”. Como veremos, esas descalificaciones a Podemos, afirmando un carácter antidemocrático y autoritario, son injustificadas.

Este texto tiene dos partes. Primero evalúa algunas opiniones críticas sobre Podemos en el plano ideológico y critica su vinculación, como un todo, con el Frente Nacional francés y el populismo neofascista europeo. Segundo, explica la superioridad ética y democrática de las fuerzas alternativas en España respecto de las élites dominantes. Un amplio análisis del populismo se puede ver en: http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/aanton/publicacion/otrasinvestigaciones/Acerca_populismo.pdf

El supuesto carácter antipluralista de Podemos

Aunque más explícita en los primeros autores citados, otra valoración negativa de la orientación político-ideológica de la dirección de Podemos, como antipluralista y tendente al totalitarismo, la encontramos en Eugenio del Río, “¿Es populista Podemos?” (Página Abierta, 236, enero-febrero, 2015).

El comienzo del texto es un justo y emotivo rechazo al fascismo cruel, excluyente y totalitario de Le Pen y el Frente Nacional francés, referencia, según se dice, de los populismos europeos. Se destaca la nefasta experiencia de la ultraderecha europea, definida acertadamente por su totalitarismo (aparte de otros rasgos como el nacionalismo y la xenofobia). La búsqueda de complicidad emocional del lector, al extenderse al conjunto, es inapropiada ya que se realiza como introducción y marco de un documento dedicado a enjuiciar a Podemos, cuyas características se asocian con esa corriente reaccionaria y autoritaria. El desarrollo del texto vincula los planteamientos ideológicos de Podemos con los de esa experiencia totalitaria. Ambas experiencias se meten en el mismo saco y se pone el acento en sus rasgos comunes y su misma denominación. Señala en qué consiste la identidad populista y sus componentes ideológicos y políticos (dicotomía, autoritarismo hegemonista) que serían compartidos por ambas realidades, sin destacar los elementos antagónicos de fondo que hay entre ellas.

Admite la existencia de cierta diversidad entre distintos populismos. Pero su insistencia en calificar a Podemos como populista, el hacer hincapié en su conexión o pertenencia común al populismo europeo, cuando se acaba de denunciar (merecidamente) el totalitarismo del Frente Nacional francés y afirmar que es la referencia principal del conjunto, sirve para destacar la semejanza con esa experiencia odiosa y rechazable de la fuerza política española y descalificarla ideológicamente. Así, se induce al lector a la predisposición injustificada y prejuiciada contra ella, cuando el componente principal de su identidad se basa en una actitud emancipadora y democrática.

Por otro lado, el texto reconoce algunos méritos políticos de esa organización y constata consecuencias ‘estimulantes’ para el proceso político e institucional; en ese sentido señala una dinámica positiva, un campo práctico común.

En los textos citados se da un salto injustificado de emparentar al partido liderado por Pablo Iglesias con la dinámica política representada por Marine Le Pen, el Frente Nacional francés y el populismo de derechas del neofascismo xenófobo o ultra-conservadurismo europeo. Se apoyan en aspectos secundarios y discursivos, cuando la distancia sustantiva con ellos es todavía mayor que con el poder establecido o la casta.

La lógica interpretativa dominante en los medios de comunicación es la unir los ‘extremos’ (de derecha e izquierda) frente a la supuesta centralidad del establishment y el consenso liberal-conservador-socialdemócrata. Ambas tendencias, desde las dos orillas contrapuestas, presionan al poder establecido, pero ese emparejamiento desconsidera el aspecto sustantivo de que el significado y la dirección en que lo hacen, el por qué y el para qué, son de signo contrario. Su sentido político es antagónico: en un caso es reaccionario y opresivo, y en el otro, progresista y emancipador. Unos observan la complicidad con los poderes fácticos, aun con demagogia populista, y otros pretenden su transformación en beneficio real de las capas populares.

Con la selección y la exposición enfática de algunos rasgos comunes de Podemos con el populismo (muchos compartidos con otras corrientes liberales y socialistas, como el hiperliderazgo personal o la centralización organizativa) se asimila todo a una misma dinámica. Los rasgos autoritarios del populismo derechista se muestran para caracterizar al populismo; en ese conjunto se incluye previamente a Podemos, aunque sea democrático-radical, y su imagen queda descalificada con la misma crítica de antipluralismo.

La combinación de esa lógica con la dinámica sustantiva reaccionaria del Frente Nacional francés u otros populismos regresivos y excluyentes sí conforma una tendencia autoritaria. Pero es contraria al significado globalmente positivo, desde el punto de vista democrático, igualitario y emancipador, del movimiento cívico español y la representación social y política alternativa. Al insistir en nombrar a éste o una parte relevante del mismo con la misma denominación de populista, con similar sesgo autoritario, se produce una manipulación. El resultado es, por una parte, la descalificación de fuerzas alternativas democráticas, y por otra parte, la legitimación y el embellecimiento de las actuales élites dominantes, con su prepotencia autoritaria y su estrategia antisocial.

Se magnifican algunos rasgos negativos de Podemos y se asocian con ese modo populista, dicotómico y hegemonista. Pero la posición de promover la movilización popular frente a las élites dominantes y la aspiración a ganar la mayoría social, no necesariamente es simplificadora y totalizadora. Lo contrario sería renunciar al conflicto social, no confrontar con los poderosos y desistir de influir o conquistar el poder. Es decir, llevaría al reforzamiento del actual bipartidismo.

Desde posiciones de ‘centro’ o tercera vía se olvida que las buenas tradiciones de las izquierdas transformadoras no son comunes a las de las derechas, sino su más rotundo y persistente rechazo. El actual consenso liberal-socialdemócrata de la austeridad y la gestión política prepotente pretende descalificar la oposición popular crítica: intenta apropiarse de la representación de los valores democráticos, de fuerte sentido simbólico, cultural y de legitimación, y adjudicar los valores antidemocráticos y la vinculación con la extrema derecha a las fuerzas auténticamente igualitarias y de progreso. En consecuencia, hay que tener una actitud crítica rigurosa para impulsar la igualdad, la libertad y la participación cívica y democrática, y no caer en la deformación y el sectarismo.

Superioridad ética e ideológica de las fuerzas alternativas

El establishment defiende el mantra del consenso y la paz social para asegurar su continuismo en el control del poder económico y político. Reaccionan visceralmente contra un modo de hacer política basado en la participación popular en el conflicto social y que busca un cambio de ese equilibrio desigual. Para los poderosos esa pretensión transformadora contra las ventajas y privilegios al poder establecido, siempre es totalitaria, restringe ‘su’ libertad de seguir dominando. Aunque existen experiencias históricas con rasgos populistas de derecha (el nacional-socialismo, o el neofascismo actual), cuyo acceso al poder supuso la implantación del totalitarismo, podemos afirmar que no toda pugna popular frente al poder establecido lleva necesariamente un contenido totalitario o excluyente, ni tampoco liberador. Depende de su sentido ético.

Es evidente que la visión liberal indiferenciada (y la postmoderna fragmentada) de la sociedad y el consenso social y político han servido para legitimar una prolongada hegemonía de unas oligarquías basadas en una fuerte desigualdad y una posición de subordinación popular. En otros casos, con relevante participación cívica se han conformado sociedades democráticas, integradas y menos desiguales.

El populismo europeo dominante, por su carácter reaccionario, regresivo y autoritario, está más emparentado con la derecha conservadora y las élites dominantes de la UE. Podemos es afín al conjunto de movimientos sociales y fuerzas alternativas, democráticos y de izquierda, empezando por el movimiento 15-M y las mareas ciudadanas hasta la Izquierda Plural y Syriza. Poner a Podemos bajo el mismo el rótulo de populismo que al Frente Nacional francés o al neofascismo europeo, cuando son antagónicos en su significado sustantivo fundamental, tergiversa lo fundamental de la realidad, que es su diferencia. Sirve para descalificar y neutralizar las dinámicas alternativas progresistas y democratizadoras; supone sectarismo ideológico y político hacia unas tendencias emancipadoras y anti-oligárquicas. Sobredimensiona los errores de las posiciones críticas por la izquierda o alternativas y prioriza su rechazo. Al mismo tiempo, relativiza las deficiencias y el necesario cuestionamiento de las estrategias impopulares del poder establecido.

En la teoría populista el para qué se infravalora, y Podemos tiene todavía un limitado desarrollo programático. Pero no se puede decir que el presente y el futuro de esa organización y su impacto institucional están tan abiertos o indefinidos como para permitir una evolución en sentido totalitario o reaccionario. El discurso y el proyecto de Podemos, de sus dirigentes, sus activistas y sus bases sociales, es mucho más progresista (claramente a la izquierda o con los de abajo) que las clases gobernantes actuales, incluida la cúpula socialista (que estaría con los de arriba y con posiciones comunes con la derecha). Y así lo ven sus potenciales electores, muchos con una leve pertenencia ideológica respecto de este eje izquierda-derecha, pero definidos frente a los poderosos y corruptos.

En España se ha fortalecido el carácter social, progresista y democrático de la ciudadanía indignada, a través de su experiencia contra la austeridad y los recortes sociales y la prepotencia política de las élites gobernantes, así como por su cultura cívica y de justicia social. Se ha consolidado una ciudadanía activa con una participación democrática en la protesta social y la acción sociopolítica con unos objetivos clave: democracia, derechos sociales… El discurso de Podemos ha enlazado con ello y está más claro y es más democrático y progresista que la gestión del bipartidismo del PP y PSOE. Es decir, su inserción en este contexto de pugna sociopolítica contra este poder establecido antisocial y prepotente, así como las características progresistas del movimiento popular y las élites asociativas, son la base de este fenómeno y le imprimen gran parte de su carácter. El significado del discurso del cambio y de ganar las instituciones para implementarlo tiene un sentido liberador y de progreso, frente a las tendencias realmente autoritarias y regresivas existentes. Por ello y para ello han tenido un importante respaldo cívico a su representación.

Los ejes iniciales de su programa (Más derechos, más democracia), su oposición a la casta por sus políticas de recortes y austeridad, su prepotencia y su corrupción, junto con sus proyectos de transformación socioeconómica, de orientación socialdemócrata clásica, y política, democratizadores y participativos, añaden a esa forma de hacer política un perfil nítido social y democrático. La polarización sociopolítica y la hegemonía cultural, con el objetivo de ganar la mayoría en las instituciones, adquieren un sentido emancipador. En el plano político e ideológico son más progresistas y respetuosos con los derechos humanos y sociales que el partido socialista y no digamos que la derecha. Y conllevan una dinámica democratizadora, más firme y consecuentemente opositora, contra las tendencias autoritarias, antisociales y reaccionarias de las élites dominantes.

La ambigüedad ideológica, en términos clásicos de izquierda-derecha (y centro), de su esquema político es relativa. Es oportuna para evitar la asociación con el partido socialista y su gestión antipopular, desligarse de las peores tradiciones comunistas o burocráticas y atraerse apoyos de sectores descontentos con la deriva regresiva del bipartidismo y auto-ubicados ideológicamente en el centro o la derecha. Pero sus objetivos de defender y representar las demandas de los de abajo, con mayor igualdad y democracia, lo vinculan con lo mejor de las izquierdas transformadoras.

En definitiva, la reafirmación en la defensa de la gente, hoy expresada en una ciudadanía indignada y crítica, y la incorporación de la cultura cívica de los derechos humanos, sociales y democráticos, presente en la ciudadanía activa y el tejido asociativo español, le dan a estas fuerzas alternativas un perfil igualitario y emancipador frente a la dinámica prepotente y antisocial de las élites poderosas. La representación de esa dinámica de cambio político hacia un modelo más social y democrático confiere a las fuerzas alternativas una mayor legitimidad ciudadana. La vinculación parcial con el populismo, incluido el nombre, no les beneficia, sino que les perjudica, ofreciendo un flanco débil ante sus adversarios, con inmenso poder mediático.

La lógica del conflicto social frente al actual poder establecido y la construcción democrática y participativa de un sujeto popular que aspira a representar a la mayoría social, deben estar íntimamente imbricadas con las demandas populares progresistas, su experiencia y su cultura cívica, el respeto a su diversidad interna y un proyecto igualitario y emancipador. En ese sentido, Podemos y las fuerzas alternativas en España, construidas sobre una base popular progresista necesitan reforzar su talante democrático y la dinámica emancipadora. Pero, comparativamente, mantienen una superioridad no solo política sino también ética e ideológica respecto de la derecha y la socialdemocracia, cuya gestión gubernamental impopular ha incumplido sus compromisos sociales y ha demostrado la fragilidad de sus valores cívicos y democráticos. 

Podemos no es antipluralista