viernes. 29.03.2024

El nacional-populismo de Torra-Puigdemont

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La derecha independentista catalana ha promovido una fuerte polarización frente al Estado español, un nacionalismo radical no inclusivo y en confrontación con la otra mitad de la sociedad catalana no independentista

La derecha independentista catalana es nacionalista y neoliberal. Sus expresiones políticas neoconvergentes, desde el PDeCAT y Junts per Catalunya hasta el actual proyecto de la Crida Nacional per la República, bajo el liderazgo de Carles Puigdemont, han acentuado a través del procès su proyecto independentista. Han promovido una fuerte polarización frente al Estado español, un nacionalismo radical no inclusivo y en confrontación con la otra mitad de la sociedad catalana no independentista. Asimismo, han generado una gran activación movilizadora, discursiva y retórica.

Paralelamente, las derechas unionistas del Partido Popular y Ciudadanos, están intentando consolidar un movimiento nacionalista de carácter españolista y conservador, dentro y fuera de Cataluña, para oponerlo al proceso independentista. El anterior Gobierno de M. Rajoy se ha caracterizado por sus políticas socioeconómicas neoliberales y regresivas, así como por el inmovilismo institucional y las medidas autoritarias y represivas respecto del conflicto catalán. Además de su rigidez neocentralista y antinacionalista (periférica), su último giro de gran nacionalismo exclusivista dirige su mirada contra la inmigración.

La confrontación institucional-nacionalista, dirigida por ambas derechas, ha pasado su fase más álgida. Algo ha empezado a cambiar en los dos conglomerados no homogéneos. Por un lado, el desalojo del poder gubernamental del PP de Rajoy, con una crisis de poder y relato de las derechas, tentadas de profundizar un giro derechista y de nacionalismo reaccionario. Asimismo, el nuevo Gobierno socialista, cuyo presidente Pedro Sánchez ha sido investido por las fuerzas alternativas y nacionalistas, ha abierto un nuevo clima político, con expectativas de un talante más social y un abordaje más dialogante de la cuestión territorial.

Además, superando el bipartidismo, persiste una gran corriente popular crítica, representada por Podemos, Izquierda Unida y sus aliados y convergencias (catalana, gallega, valenciana… y agrupaciones municipalistas), con un proyecto de país de países diferenciado, democrático y plurinacional y una apuesta decidida por la democracia social y económica; es decir, existe una tercera posición distinta a la de las dos derechas y susceptible de colaboración y competencia con el proyecto socialista para promover un cambio de progreso en España.

Por otro lado, se ha iniciado en el bloque independentista una reflexión interesante para reajustar su estrategia a la nueva realidad y a sus dificultades para imponer de forma unilateral la República. Dejo al margen la valoración detallada de las posiciones de Esquerra Republicana de Catalunya, más realistas en la búsqueda de salidas a la cuestión nacional y con mayor sensibilidad en lo social y que, según algunas encuestas, puede acceder al liderazgo independentista en el medio plazo. Y me centraré en la crítica al sector hoy dirigente del procés y liderado por Puigdemont / Torra: su intensificación nacionalista e independentista busca mantener su hegemonía y esconder su responsabilidad en la grave cuestión social existente en Cataluña. Es, pues, una estrategia instrumental de una élite gobernante para conservar su poder institucional y económico, sus políticas neoliberales y su hegemonía político-cultural.

Su fragilidad es que no responde a la diversidad nacional catalana ni a las necesidades socioeconómicas de la mayoría social. Tampoco se asienta en una valoración realista de las relaciones de fuerzas en España y Europa. El objetivo real no sería la construcción de una República independiente (el fin) en pugna con el Estado español sino alimentar un procés (el medio) con la combinación de un discurso de emplazamiento rupturista y una gestión autonómica adaptativa y ventajosa, que garantice la auténtica finalidad de mantener su hegemonía institucional y la continuidad de sus políticas neoliberales con la subordinación de las capas populares y los demás agentes sociales y políticos.

Tras esta pequeña síntesis del contexto, el objeto de estas reflexiones es la valoración de los fundamentos ideológico-políticos del nacionalismo catalán representado por el liderazgo de C. Puigdemont, en el marco del conflicto nacional y social en Cataluña y España.

Sin llegar al extremo de otros nacionalismos excluyentes, xenófobos y autoritarios de varios países europeos o al antagonismo total con otras naciones o sectores de distinto origen étnico-cultural, esos rasgos de confrontación nacionalista-institucional de ambas derechas se pueden interpretar bajo la lógica de un nacionalismo no inclusivo, también llamado etnopopulismo, basado en el conflicto nosotros / ellos que busca la supremacía nacional en una sociedad plural. Es una polarización nacional singular, vinculada a la realidad plurinacional española, aunque más cerca del populismo autoritario y de derechas de C. Schmitt que del populismo democrático y de izquierdas de E. Laclau.

Este ensayo explica en qué sentido se puede hablar de etnopopulismo para analizar el nacionalismo radical de Puigdemont y la actual élite dirigente del bloque independentista, así como la reacción españolista de las derechas unionistas; por qué la lógica populista es incapaz de ofrecer una salida al conflicto social y nacional en Cataluña, y cuáles son las principales limitaciones del enfoque nacional-populista y las estrategias políticas que priorizan la independencia y esa construcción nacional.

La conclusión es clara: es necesaria una tercera opción política, integradora-transversal en lo nacional e igualitaria-solidaria en lo social, junto con el desarrollo de una teoría social, crítica y realista, para garantizar la superación de esa dinámica de confrontación hegemonizada por ambas derechas exclusivistas, neoliberales y regresivas y abrir una nueva etapa de cambio de progreso, democrático y solidario, en Cataluña y en España. 

El populismo como lógica de antagonismo y construcción discursiva

Comienzo por precisar algunos conceptos. ‘Popular’ es distinto de ‘populista’. Algunos autores lo confunden y a todo tipo de descontentos sociales y movimientos populares y nacionales los llaman populistas. Desde el poder establecido para descalificarlos. Desde ámbitos progresistas para visibilizar y reconocer un proceso que, dada la crisis y confusión de distintas formulaciones de izquierda, en una situación de orfandad teórica, anuncia dos rasgos básicos: su carácter popular y su tendencia ascendente.

La palabra ‘popular’ también está sujeta a la disputa por su significado. Incluso derechas europeas han formado el Grupo Popular en el Parlamento europeo y en España se llaman Partido Popular. No obstante, todavía en el lenguaje habitual la palabra popular se asocia a la gente común, a los de abajo, a las clases trabajadoras y capas medias (estancadas o descendentes), diferenciados de las élites dominantes y oligarquías. Es menos confusa y tiene menos contraindicaciones que el significante ‘populismo’, y es más flexible y realista para describir el actual proceso sociopolítico que el convencional de clase social homogénea, el de individualismo liberal o el de la fragmentación postmoderna.

Sin embargo, populista no tiene solo esa acepción sociodemográfica e indefinida políticamente, sino que posee un sentido teórico de antagonismo e idealismo discursivo, como preponderancia constructiva de la política y el sujeto. También tiene un sentido político más polisémico y problemático al estar asociado a todo tipo de corrientes sociopolíticas, desde la extrema derecha a la extrema izquierda pasando por el centro y el nacionalismo. Además, incorpora no solo a movimientos ‘populares’ (de capas dominadas) sino a procesos de composición mixta, popular y oligárquica o de clases dominantes, así como nacionalistas (o neo-imperialistas).

Por tanto, para el enfoque populista la palabra ‘pueblo’ (o ‘nación’) y ‘popular’ no hace referencia a la pertenencia (real) a una situación o estatus social y económico de subordinación. Tampoco a una experiencia relacional y cultural de la gente común o popular de subalternidad y en conflicto con las capas dominantes (sean el 1% o, más realista, el 20%) con unos intereses, demandas y expresiones sociopolíticas y culturales diferenciados.

Para el enfoque populista son significantes cuyo significado se ha construido discursivamente por el relato, los mitos o la adhesión política promovidos por una élite. Es decir, el pueblo catalán sería no el que vive y trabaja (e interactúa) en Cataluña, concepto inclusivo con su ciudadanía civil y social reconocida, sino las personas que son (esencialmente) o se sienten (subjetivamente) catalanes nacionalistas (independentistas), excluyendo de ese significado a los no nacionalistas.

Con la prioridad de ese discurso y el consiguiente esfuerzo de socialización cultural o nacionalización identitaria, el etnopopulismo o el nacionalismo exclusivista puede construir una realidad virtual de cierre identitario, despreciando la realidad real de la interacción social concreta de la gente y su conformación sociopolítica a través de su experiencia relacional, sus vínculos sociales o su práctica político-cultural e interpretativa.

Por tanto, es insuficiente esa lógica procedimental de lo político como construcción discursiva del sujeto. Del determinismo esencialista o estructuralista se pasa a la indeterminación posestructuralista. Supone un reduccionismo del ámbito propio de lo social y la relación de fuerzas sociales, políticas y estructurales, según los contextos y trayectorias. Para esa versión idealista postmoderna es secundario la propia experiencia de subordinación de la gente, sus prácticas sociales y culturales, vividas e interpretadas. Lo importante sería la intensificación de la nacionalización del relato, controlando, eso sí, todos los aparatos de poder cultural, mediático e ideológico. La deriva peligrosa es el fanatismo y la imposición autoritaria de una doctrina y su aplicación.

Hay que precisar bien el carácter sustantivo de cada tendencia sociopolítica llamada populista, en los ejes principales en que se han dividido los campos político-ideológicos en los últimos siglos: autoritario, reaccionario, regresivo, segregador y dominador, o bien, democrático, progresista, igualitario, solidario y emancipador. Entre esos dos campos hay zonas intermedias, pero no vale la transversalidad como opción global. Existen intereses compartidos y objetivos comunes de toda la humanidad. Pero, en situaciones de desigualdad y dominación la solución no es el consenso centrista. La actitud cívica debe ser la confrontación frente a las oligarquías poderosas, opresoras o élites dominantes, en defensa de las capas subalternas, oprimidas o ‘populares’, con unos valores de igualdad, libertad y fraternidad.

En definitiva, la teoría populista es una lógica política basada en dos elementos: el antagonismo entre dos polos (nosotros / ellos; abajo / arriba), y la construcción de la política y del sujeto social a través, sobre todo, del discurso de un liderazgo. O sea, al igual que el marxismo clásico, conserva la dialéctica hegeliana; pero a diferencia de su materialismo, da un vuelco hacia el idealismo (hegeliano o postmoderno) en la interpretación y la configuración de la política. Hay una minusvaloración de la realidad social, que se considera fragmentada y pasiva, y una infravaloración de la interacción sociopolítica y cultural y la experiencia de los distintos actores. No se valora suficientemente la relación de fuerzas y las condiciones sociohistóricas, económicas y estructurales de los actores concretos. Las bases sociodemográficas y sus intereses son secundarios. La realidad se construye con el discurso (de la élite), con los mitos y relatos que, en la medida que hay gente que los asume, permiten la constitución del pueblo. Es la política, entendida como discurso de una élite (o representación popular), el agente activo.

Con ocasión de la crítica acertada al marxismo mecanicista o el determinismo economicista (no tanto al determinismo político-institucional y étnico-cultural que suelen practicar), el enfoque populista se pasa al extremo contrario del constructivismo idealista, basado en la voluntad y la subjetividad, hacia el culturalismo como palanca transformadora a gestionar desde las instituciones públicas conquistadas desde esa hegemonía cultural previa.

Por tanto, la lógica populista ofrece un rasgo común dialéctico-procedimental —antagonismo e idealismo discursivo—, pero no es una ideología política —como el socialismo, el liberalismo, el republicanismo, el conservadurismo o el nacionalismo—. Y es compatible con (casi) todas ellas. Así, como estrategia y teoría política es incompleta o ambigua y necesita explicitarse acompañada con partes, más o menos eclécticas, de esas ideologías tradicionales. Junto con el carácter de cada uno de los dos polos —dominantes y dominados (y otros intermedios o mixtos)—, el tipo de interacción y los objetivos de su trayectoria dan lugar a distintos populismos, algunos antagónicos entre sí, precisamente por lo sustancial, por su distinto sentido político o nacional y su actitud más radical (hacia un extremo u otro) o más moderada (centrista o transversal).

La lógica populista, incapaz de ofrecer una salida al conflicto en Cataluña

En lenguaje de E. Laclau (y de C. Schmitt), el choque en Cataluña sería entre dos nacionalismos o etno-populismos excluyentes y polarizados, construidos discursivamente, que han sido capaces de arrastrar y representar a sectores populares relevantes, para recomponer su doble hegemonía cultural e institucional, con su representación política respectiva. Sería un perfecto ejemplo de validez de la lógica dialéctica del antagonismo (populista, nacionalista o marxista) para explicar los procesos políticos. Aparte del populismo de derechas y el populismo de izquierdas, tendríamos el populismo de confrontación nacionalista o, más bien, los nacionalismos de confrontación populista. Todo bajo la dialéctica del antagonismo nosotros / ellos y la supremacía del discurso en su construcción, es decir, de la dialéctica de contrarios y el idealismo hegeliano o postmoderno en la conformación de ambos sujetos.

Sin embargo, la tesis aquí mantenida matiza esa interpretación y es la contraria en su conclusión normativa: la incapacidad de la lógica populista para explicar y ofrecer una salida de progreso al conflicto nacional y social en Cataluña y con el resto de España. Ese es el enfoque relevante para las fuerzas del cambio y sectores progresistas y alternativos.

Por supuesto, esa dinámica de polarización contiene elementos de antagonismo y se puede interpretar desde diversas teorías del conflicto social y político, incluido el enfoque populista… de derechas. Pero ambos actores principales, el bloque independentista —Junts per Catalunya / ERC / CUP— y las derechas españolistas —Ciudadanos y PP— reniegan de esa nominación y esa teoría explicativa y legitimadora. Su retórica dominante es nacionalista y liberal, junto con formas rupturistas.

Aparte de la insuficiencia del pensamiento liberal, hay que superar el discurso de ‘clase’ y el discurso de ‘nación’, pero también la interpretación populista que, afortunadamente, tiene poco peso entre las fuerzas del cambio en Cataluña. La mirada principal durante el procés ha sido la nacionalista de ambos lados, que, aunque con rasgos comunes, no hay porqué asimilarla a la teoría populista. Dicho de otra forma, la lógica populista, la dialéctica idealista de lucha de contrarios, hegeliana o postmoderna, tiene cierto parecido con (parte de) la realidad, pero es abusivo encajar toda la lucha nacionalista (o la lucha de clases y popular) bajo ese enfoque extremo, antagonista e idealista, con polos abstractos. Tampoco sirve para explicar bien la realidad catalana y menos para aportar una estrategia igualitaria y emancipadora.

Podríamos decir que su lógica de confrontación tiene más que ver con la polarización política y discursiva de C. Schmit, como ideólogo del populismo de derechas (extremo), con la supremacía e imposición étnica y nacional frente a los otros, que del populismo de izquierdas (o socialista, progresista y de clases dominadas) de E. Laclau y Ch. Mouffe, con su dicotomía abajo / arriba o democracia / oligarquía. O sea, la confrontación entre nacionalismos autoritarios y xenófobos, dominantes en el centro y este de Europa, así como la experiencia nefasta en la I Gran Guerra mundial, los nazi-fascismos de los años treinta y cuarenta del siglo pasado o las guerras de los años noventa en la antigua Yugoslavia, están asociadas más a la versión del nacionalismo excluyente o etnopopulismo de extrema derecha que al populismo de izquierda. Pero, son, sustantivamente, conflictos (étnico)nacionalistas (o inter-imperialistas).

No obstante, al menos en el ámbito social y en la convivencia ciudadana en España y en Cataluña, la intensificación de la segregación, el autoritarismo y la supremacía nacional y racista no han llegado a esos extremos de imposición institucional neofascista o fanatismo identitario generalizado. Por tanto, el populismo de extrema derecha (o la acusación a ambos de fascismo) tampoco es aplicable al grueso de la gestión de los dos campos en conflicto, los dos bloques de poder representados por Puigdemont-Torra / Arrimadas-Rajoy y Rivera-Casado, aun con excesos verbales de algunos de sus dirigentes. Sería necesario que la dinámica conflictiva subiera otro peldaño cualitativo en la agudización de la confrontación nacional y la segregación sociocultural, cosa hoy improbable, salvo para la deriva antinmigración.

En consecuencia, políticamente, es contraproducente nombrar igual —populismo— o establecer un campo común (emergente) entre fuerzas progresistas (incluso centristas y de izquierda radical) y la nueva extrema derecha o tendencias xenófobas y autoritarias, por el simple hecho de representar una polarización de élites nacionales distintas entre sí. Algunas coinciden en cierto soberanismo patriótico y son opuestas al consenso europeo de la austeridad y a la construcción europea con déficit democrático y la subordinación de los países periféricos bajo la hegemonía liberal-socialdemócrata (alemana). Son reajustes y nuevas jerarquizaciones entre las élites políticas nacionales en el proceso de construcción de una nueva clase política europea, liberal-conservadora, hegemónica y de matriz alemana.

El motivo de sumarlas para aparentar supremacía histórica o intelectual tiene poco recorrido y credibilidad para definir objetivos, aliados y estrategias, cuando lo sustantivo es el antagonismo tan fuerte entre esas dos tendencias contrapuestas por su modelo social y democrático. Y, en todo caso, sobre qué estrategia de cambio se implementa para conformar una tendencia contrahegemónica por una Europa más social y democrática.

Un ejemplo que explica esos límites analíticos, políticos y teóricos del enfoque populista lo tenemos, precisamente, en Cataluña, en su interior y en relación con el Estado español. Es uno de los territorios europeos de mayor antagonismo y confrontación política en los términos nacional-estatal, no en lo social, que ha aparecido subordinado. Se ha conformado una unidad en cada campo nacional-estatalista sin la clásica transversalidad catalanista, entrada en crisis; o sea, esa polarización ha conseguido absorber su respectiva transversalidad en lo social (capas trabajadoras, élites acomodadas, poder económico e institucional), aun con algunas asimetrías. Al mismo tiempo, ha habido una dificultad para la alianza social progresista de las capas populares frente a ambos poderes establecidos y transversal y mestiza en lo nacional.

Esa realidad entrecruzada añade complejidad analítica y estratégica. Así, el discurso y la identificación, ciudadana y de las élites, con el enfoque populista son muy pequeños tanto por los dos bloques principales —independentista y constitucionalista—, cuanto por la tercera posición, social, integradora y solidaria, de los comunes (y parte del Partido Socialista). Esta tercera identidad política tiene fuertes raíces históricas, culturales y sociopolíticas. En los últimos tiempos se ha tenido que reafirmar en la superación de los dos bloques nacionalistas en confrontación, y desarrollar una actitud transversal basada en la convivencia intercultural y diferenciada del exclusivismo de las dos tendencias dominantes. Así, la opción más unitaria tiene dos componentes: la apuesta por una menor división nacional en la sociedad catalana, con la implementación de una solución dialogada y democrática; la prioridad de una agenda social favorable a la mayoría de las capas populares.

Esa posición es lo contrario del antagonismo nosotros / ellos del nacionalismo o etno-populismo de ambas derechas. Así, ninguna de las tres tendencias está necesitada de una nominación populista por mucho que, especialmente, el grupo de poder que representa Puigdemont haya practicado con su procés su particular versión de nacionalismo etno-populista.

El nacional-populismo de Torra-Puigdemont