jueves. 28.03.2024

Dilemas estratégicos de Podemos

En el actual proceso que culmina en su Asamblea Ciudadana (Vistalegre 2), Podemos se enfrenta a un dilema: la consolidación o no de su capacidad transformadora. Lo que se ventila es el avance o el retroceso (o estancamiento) de la dinámica del cambio sociopolítico e institucional en España (y su influencia en la Europa del Sur), así como su capacidad de arraigo social, estímulo de la participación y la activación cívica y carácter de la representación política de las demandas populares. Esta dinámica afecta al grado de refuerzo o debilitamiento de las fuerzas del cambio y la acción articuladora de Podemos con sus aliados (Izquierda Unida en Unidos Podemos, las confluencias –En Comú Podem de Catalunya, En Marea de Galicia, Compromís de la Comunidad Valenciana-, así como las candidaturas municipalistas y otros grupos menores). Todos los sectores progresistas, partícipes del cambio político y social, estamos involucrados por sus decisiones y consecuencias.

Dos son las tareas principales en el medio plazo -hasta los años 2019/20- que se van a decidir. Una, adaptar y dotarse de una orientación política que, desde los grandes valores constitutivos de justicia social, igualdad y democracia, defina el camino, los objetivos, las prioridades políticas, las fuerzas sociales y las alianzas implicadas; todo ello con los objetivos de consolidar y ampliar el movimiento popular y avanzar en el cambio sustantivo, institucional y socioeconómico. Otra, conformar un mejor instrumento representativo y articulador, un partido-movimiento con una distribución del poder interno e institucional más transparente, democrática  e integradora, junto con una vinculación más fluida y participativa con sus bases sociales, los movimientos cívicos y la sociedad.

Son evidentes las diferencias políticas y organizativas que han cristalizado, aparte de otros grupos menores, en tres grandes sensibilidades o tendencias (pablistas, errejonistas y anticapitalistas) con sus equipos (representados simbólicamente por Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Miguel Urbán) y sus documentos políticos correspondientes: Plan 2020, ganar al Partido Popular, gobernar España; Desplegar las velas: un Podemos para gobernar, y Por la Revolución Democrática, por una Marea Constituyente. La confrontación afecta a los dos temas clave: por un lado, la estrategia política y de alianzas y, por otro lado, la configuración del partido-movimiento y la distribución del poder interno y su legitimidad.

Hasta este momento, la imagen pública, amplificada por los medios, es de profunda división. Aunque a veces se habla de proyectos complementarios, la polarización es abierta y las diferencias de fondo parecen insalvables. La dinámica es de confrontación de tendencias para conseguir apoyos y lealtades y obtener la mayoría de la organización. Está la incógnita sobre el desarrollo posterior de los equilibrios conseguidos en las estructuras dirigentes, el alcance de las divisiones internas y el grado de compromiso compartido sobre la orientación política y la dirección y el liderazgo aprobados.

Se presupone que hay un interés común por fortalecer Podemos (y sus aliados), que debería ser más patente; además, hasta ahora, es un fenómeno exitoso y no existen otras opciones operativas. Ambos hechos dificultan una dinámica hacia la escisión de unos u otros. Pero existe el riesgo, si no se cierra bien este proceso, de consolidar la dinámica de dar prioridad a la acción por la mejor colocación relativa frente a los otros, del enquistamiento de la fractura y la prolongación de la pelea interna por mejorar cada cual las posiciones orgánicas, la hegemonía política y organizativa. Como dice Chantal Mouffe (En torno a lo político, 2007), vieja conocida de los dirigentes de Podemos, la diversidad puede ser una fuente de fortaleza, pero [si es excesiva, sin compromisos básicos y sin regulación] puede plantear problemas serios. En todo caso, la presión de la gente por la unidad y la participación democrática pueden ayudar deslegitimando las posiciones sectarias y autoritarias.

Un marco interpretativo sesgado

El conflicto no se produce según el marco interpretativo que define el documento de Errejón y su equipo: dos proyectos antagónicos en los que la garantía para ‘avanzar’ o ‘ganar’ la tiene un grupo (errejonista) y la de perder o ser marginal el otro (pablista). Esa valoración interesada puede recoger mejor los apoyos a su opción de alguna gente inscrita. Pero a costa de reinterpretar negativamente la estrategia de Podemos seguida este último año, dejando de lado, precisamente, el posicionamiento sobre la principal iniciativa estratégica: la apuesta por un Gobierno de progreso compartido con el Partido Socialista y el rechazo a una posición subalterna en el pacto continuista de PSOE-Ciudadanos. Así, justifica la necesidad de un cambio de rumbo político y aspira a la hegemonía organizativa en la dirección: el futuro para ser útil y ganador estaría en las manos de su corriente, desplazando a la tendencia pablista.

Definidos así los respectivos proyectos políticos (el documento de Iglesias no entra a valorar la estrategia de Errejón) la confrontación antagónica es evidente. Pero la realidad es distinta. Por una parte, hay muchos elementos comunes, a veces instrumentalizados para legitimar la posición propia, pero que conforman el bagaje y la experiencia popular de todo el proceso de cambio en España. Por otra parte, existe una diferenciación discursiva entre los líderes, de gran peso simbólico pero con algunos fundamentos artificiales, junto a un contundente reagrupamiento, a veces simplemente sectario, y una polarización de poder, aun con un espíritu dominante en la gente inscrita y bases electorales de unidad y colaboración.

El fortalecimiento o debilitamiento de Podemos y su influencia política no viene derivado de si gana Errejón (tampoco de si gana Iglesias) sino de profundizar y destacar ese proyecto común y una dirección plural y unitaria, a los que no sería muy difícil de acceder con voluntad, tolerancia y pragmatismo. Las diferencias (y deficiencias) políticas que existen, incluso sustantivas, podrían haber dado lugar a la formación de debates, sensibilidades y candidaturas diferentes, con el correspondiente reequilibrio de fuerzas en los órganos dirigentes según la representatividad de cada cual y el ajuste de la orientación política, según el predominio de unas ideas u otras. El marco de debate y decisión hubiera sido más unitario y el objetivo compartido de avanzar y ganar más eficaz. No ha sido así y, en seguida, voy a analizar por qué.

Antes, concluyo esta consideración previa: la resolución del dilema de si este proceso de Asamblea Ciudadana sirve para potenciar o reducir la función política de Podemos no viene derivada de la apuesta por que ganen unos u otros (lo que tiene muchas implicaciones importantes). Va a venir de si se mejora o empeora la capacidad de articular un proyecto compartido y unitario y una dinámica integradora y democrática. La solución no es la imposición de la mayoría que salga sino la regulación del pluralismo, la actitud integradora, la lealtad a las decisiones mayoritarias y la relativización de las grandes diferencias discursivas, algunas construidas instrumentalmente para sacar ventaja comparativa. En definitiva, con el desarrollo práctico del proyecto compartido, dejando en un segundo plano las diferencias que deberán ir resolviéndose con la experiencia práctica y el debate constructivo. Y ese reto está por ver cómo se afronta, incluso en las semanas posteriores. 

Son positivos y necesarios los gestos de contención y los compromisos parciales de todas las partes implicadas (aquí conviene citar la actitud encomiable de mediación de Carolina Bescansa y Nacho Álvarez, que han presentado la dimisión de sus cargos orgánicos por la frustración de su intento).  No obstante, han tenido un impacto limitado y todo aboca a una confrontación abierta de proyectos y candidaturas a las estructuras dirigentes. Se trata de explicar el alcance y la profundidad de las diferencias, la dinámica del conflicto y sus efectos y, sobre todo, analizar el horizonte que se abre según qué estrategia y qué nuevo equilibrio de fuerzas se produce.

Diferenciación estratégica sin fundamentos reales

Me centro en el análisis del documento de Errejón y demás firmantes, el más complejo y difícil de valorar. En la primera parte (hasta la página 18) se hace un repaso crítico de la estrategia de Podemos tras el 20-D, el diagnóstico de dos estrategias contrapuestas y los objetivos generales de su alternativa; en la segunda parte se desarrollan con ideas genéricas, y en la tercera se concretan con medidas razonables. Veamos algunas definiciones y argumentos de lo primero, donde se concentra la polarización.

Tras la afirmación de la existencia de las dos estrategias, el documento no entra en la explicación o posicionamiento ante la estrategia real seguida por Podemos y liderada por Pablo Iglesias (y compartida por Errejón y la mayoría de su equipo). Construye y le adjudica una estrategia ficticia, con la que se contrapone fácilmente. Está basada en actuaciones secundarias u opiniones de determinadas personas, pero no considera lo más relevante de la estrategia expresada en el documento de Iglesias.

Así, elabora discursivamente diversas dicotomías interesadas: su estrategia consistiría en ganar o avanzar posiciones sociales e institucionales, la contraria en perder, estancarse o retroceder; la primera, en ir a la ofensiva y con iniciativa, ensanchando apoyos, la segunda a la defensiva, con los convencidos y en el extremo del tablero; la primera, con la transversalidad como garantía de relación amplia y abierta con la gente, la segunda, encerrada en los ‘sectores empobrecidos’, preocupada solo por ‘aglutinar a la izquierda’, ‘resistencialista’ y ‘huyendo de compromisos institucionales’.

Conecta con el esquematismo que se ha formado en los medios: moderación (mayorías) frente a radicalidad (minorías); instituciones (utilidad) frente a protesta en la calle (marginalidad inoperativa). Solo que es irreal y refleja el pasado, la hegemonía del bipartidismo y la ausencia de un gran campo sociopolítico y electoral popular y progresista.

La descalificación del documento hacia la política representada por Iglesias es global: “Podemos está perdiendo un tiempo precioso”… “Si continuamos por la misma senda resistencia­lista que iniciamos tras el 20D, la restauración estará mucho más cerca”. Por tanto, esta supuesta estrategia ‘resistencialista’ traería consecuencias favorables para el adversario político. Implícitamente se llega a la lógica del ‘enemigo interno’ que (objetivamente) bloquea el proyecto propio y beneficia al bloque de poder oligárquico o al Partido Socialista. La cultura sectaria y cainita se esparce por las redes sociales y en todas las direcciones y tendencias. Es la vieja tradición en las izquierdas y sectores progresistas desde la Revolución francesa y la 1ª Internacional (las derechas y las oligarquías disciplinan a la gente con su poder).

En ese marco dicotómico y sesgado, no caben transacciones, solo vencer para cambiar de estrategia política y núcleo hegemónico. Ante la alternativa entre promover un Podemos ‘ganador’ y ‘nuevo’, con amplio respaldo social e institucional, frente a un Podemos ‘perdedor’, minoritario y aislado (que reproduciría las ‘viejas deficiencias comunistas’), están claras las opciones prejuiciadas. Nadie quiere lo segundo. La capacidad de motivación y cohesión se inclina hacia la solución nueva y ‘ganadora’. Si en relación a la descalificación que algunos realizan de Izquierda Unida, ese discurso todavía tiene algo de efectividad, respecto de la estrategia explicada en el documento de Iglesias no tiene credibilidad. Su debilidad o ilegitimidad es que es una construcción discursiva irreal, en función de crear una identidad para el reequilibrio de poder interno. La consecuencia es que muchas críticas y aportaciones concretas interesantes de ese documento del grupo de Errejón se desactivan ante la impugnación global de la estrategia pasada que, además, en gran medida ha sido compartida por ellos y legitimada muy mayoritariamente.

Se pueden admitir muchos errores y deficiencias en el proceso de negociaciones con el PSOE en torno al Gobierno de progreso, así como las dificultades de la coalición con Izquierda Unida. El propio documento de Iglesias afirma: “Durante ese periodo sufrimos un desgaste notable, cometimos fallos y el redactor de este documento cometió errores”. Hubiera sido un buen ejercicio entrar en la valoración en profundidad sobre qué aspectos de comunicación, argumentos y decisiones tácticas fueron erróneos o insuficientes. Solo muy parcialmente se hizo en su momento y ahora tampoco se entra, perdiendo la ocasión para debatir con seriedad, colectivamente y mejorar. En todo caso, hay que señalar que algunas equivocaciones derivan del sectarismo pero otras de lo contrario, de la ingenuidad sobre las oportunidades de acuerdo con el PSOE o la infravaloración de las dificultades, aun manteniendo la mano tendida.

La apuesta por un Gobierno de progreso era acertada

El principal eje estratégico de Podemos (y sus aliados), el apoyo a un Gobierno de Progreso, compartido (en composición y programa de cambio real) y el rechazo a una posición subalterna que llevaba a legitimar el continuismo en España, fue avalado por el 90% de los doscientos mil participantes en la consulta -y, por supuesto, de la gran mayoría de IU y las convergencias- y con el acuerdo del propio Errejón (que hace unos días ha vuelto a ratificar defendiendo la ‘autonomía’ de Podemos frente al pacto PSOE-Ciudadanos); no así de algún persona significativa de su equipo. Ese es el elemento estratégico relevante que ha condicionado todo el año 2016 y que todavía impacta.

El concepto de estrategia expresa la actuación decisiva para cambiar sustancialmente las relaciones de poder. Pues bien, esa estrategia compartida con IU y las confluencias, era correcta. La contraria de avalar ese gobierno continuista, además de la división interna, habría producido el desconcierto y la disgregación de las propias bases electorales que no hubieran comprendido la renuncia al cambio.

Fuera de Podemos, precisamente en sectores de Izquierda Unida (Gaspar Llamazares), algunos socialistas procedentes de IU (López Garrido), junto con algún dirigente de Compromís (Baldoví) y de los grandes sindicatos, sí plantearon más tarde y abiertamente ese dilema: Participar o avalar un Gobierno de apoyo tripartito con PSOE y Ciudadanos, renegociando el pacto de estos últimos. Podría ser un interesante debate estratégico pero la realidad se impuso. Ni Ciudadanos ni la dirección del PSOE, tal como explicó Pedro Sánchez, estaban por la labor; su estrategia continuaba siendo el aislamiento o subordinación de Unidos Podemos y el continuismo económico, político y territorial con solo un recambio de élite gubernamental, con una hegemonía clara de ambos.

Incluso la hipótesis desesperada de Sánchez como Secretario General socialista, de emplazar a Unidos Podemos y confluencias (más la abstención de nacionalistas y sin abandonar a Ciudadanos) con un aval para un Gobierno socialista -con independientes- era, sobre todo, una estratagema preelectoral. Su vista estaba puesta en incrementar su hegemonía interna y en las nuevas elecciones anticipadas en las que esperaba modificar a su favor la distancia con Unidos Podemos para negociar con mayor ventaja y rompiendo la paridad representativa. Pero, como se sabe, el poder establecido y los barones socialistas defenestraron a Sánchez y anularon esa hipótesis (que, por cierto, si gana Sánchez las primarias del Congreso socialista, -cosa improbable, pero todo podría pasar-, volvería a plantear, junto con el NO a Rajoy y las elecciones anticipadas).

Por tanto, no había alternativa a la estrategia de Unidos Podemos y sus aliados de En Comú Podem y En Marea. La triple alianza por la gobernabilidad del PP deja poco margen para un cambio gubernamental y sus principales políticas (techo de gasto, bloqueo territorial…), aunque sigue siendo imprescindible su deslegitimación pública y el aprovechamiento institucional de sus resquicios. Por supuesto, la estrategia izquierdista, consistente en negar la posibilidad de cualquier acuerdo, mínimamente positivo, con el PSOE, sí que habría sido contraproducente; pero ese sectarismo extremo prácticamente nadie lo defiende.

Existen bases para un acuerdo estratégico e integrador

En consecuencia, el documento de Errejón no menciona ni realza lo principal: El acierto estratégico de Podemos (e Izquierda Unida y las confluencias), aun con errores significativos en su implementación. Ha sido compartido por la gran mayoría del núcleo dirigente y por las bases, aunque se haya resentido una parte del electorado ante el machaque propagandístico de socialistas y liberal-conservadores. Reconocer los errores y limitaciones permite actualizar los ejes estratégicos y legitimar la dirección, pero su opción, sin fundamentos discursivos sólidos, ha sido la impugnación de la orientación general y el énfasis en la ruptura estratégica, el cambio de rumbo político, sin explicar propuestas muy diferentes, y el reequilibrio orgánico.

Por otra parte, sus deducciones dicotómicas y la caracterización de izquierdista, radical, marginal o sectario de la política de Iglesias no se atienen a la realidad de su diseño estratégico: “La tensión restauración-cambio requiere el impulso de un bloque político y social, de carácter popular, capaz de anudar a los diferentes sectores sociales que quieren avances y de articular no solo un plan alternativo de gobierno, sino un nuevo proyecto de país”… “Debemos articular y defender los intereses de la mayoría social que ha sufrido la política de saqueo; esto solo es posible desde el pro­tagonismo de los sectores populares que avanzan en la construcción de un pueblo sin miedo”… “Situar en el centro de la agenda institucional las ne­cesidades reales de las personas”… “De­bemos seguir construyendo el bloque histórico, social y popular”… “Hoy tenemos que poner todos nuestros recursos instituciona­les, políticos y organizativos al servicio de la articulación de una nueva voluntad popular” (la negrita es del original). Incluso en los títulos de ambos textos aparece el objetivo de gobernar desplazando a la derecha.

En el documento de Iglesias no se cuestionan los pactos con el PSOE en los ámbitos municipales y autonómicos. Solo se constata unos hechos en el plano estatal o gubernamental: la mayoría de la Gestora socialista y el bloque de poder que representa se han reafirmado en dos ejes de su estrategia política y de alianzas: colaborar con las derechas, garantizado la estabilidad institucional y el continuismo de la política económica y territorial, con ligeros maquillajes; una voluntad compartida con el poder establecido de neutralizar y debilitar la dinámica de cambio que representa Unidos Podemos y sus aliados.

El avance necesario y significativo se puede producir en el campo social y cultural, en el ensanchamiento del electorado, en el arraigo social y la articulación de la base popular; e, igualmente, en el ámbito representativo y de gestión institucional en los ámbitos territoriales. Pero, en el campo de la gobernabilidad estatal, dada la voluntad de la dirección socialista de favorecer el Gobierno de Rajoy (a no ser que cambie o Pedro Sánchez vuelva a la Secretaría General y, entonces, veríamos), los cambios posibles son limitados y condicionados por la presión social y sus dificultades de legitimación ciudadana. En ese triple nivel, con sus características específicas, es donde hay que desplegar la iniciativa y la vinculación con la gente.

Es verdad que entre ambos documentos hay algunas diferencias sustanciales de contenido y lenguaje, incluso de filosofía política o ideología; en particular, respecto del capítulo sobre las tareas de ‘fuerza de Gobierno’ y ‘construir pueblo’ (más desacuerdos habría entre ellos y el documento anticapitalista, “Por la Revolución Democrática”). Pero esas ideas sintéticas aludidas antes no son muy diferentes y pueden ser base para conformar un punto de acuerdo sobre unos objetivos generales compartidos. Aunque, hoy por hoy, dada la limitada experiencia práctica y teórica, su elaboración no puede ir mucho más allá de afrontar las tareas a medio plazo de desarrollo de un amplio movimiento popular y ganar capacidad de representación y gestión en las instituciones territoriales y gubernamentales tras el objetivo del cambio sustantivo en España. Y en el horizonte, la transformación del equilibrio de poder liberal conservador, hegemónico en la Unión Europea, auténtico reto estratégico popular y progresista y del que apenas se habla.

Una tentativa de explicación de la contundencia del equipo de Errejón es su creencia de que posee un armazón teórico y una certeza estratégica superiores, por lo que su proyecto lo defiende con auténtica firmeza y cohesión. Puede ser funcional para el agrupamiento de una tendencia interna en torno a esas ideas y liderazgos, que podría ser incluso mayoritaria.  O, al mismo tiempo, para  la negociación desde una posición de fuerza y firmeza de las cuotas de poder orgánico según su representatividad y el condicionamiento de la estrategia a seguir. Pero ello a costa de extremar discursivamente la diferenciación política con el equipo de Iglesias, desgastar muchas y buenas energías políticas, organizativas e intelectuales en una batalla en la que se ventilan ventajas relativas pero donde pierden todos.  Y, adicionalmente, en caso de sacar mayoría, una dificultad añadida para ejercerla de forma integradora.

La recomposición de la unidad, dentro de la diversidad, y la iniciativa y articulación política para el nuevo ciclo, costarán conseguirlas. Exige voluntad y capacidad, pero el nivel necesario de ambas está por demostrar, gane quien gane. El reto es garantizar que, a partir de ahora, ganamos todos.

En definitiva, el debate realista, argumentado y unitario, imprescindible para ajustar la estrategia y la organización y dar coherencia interna y capacidad de influencia y articulación política, se ha sustituido por una polarización infundada y extrema. La confrontación es muy real y contundente en su expresión político-organizativa y mediática, pero con pocos fundamentos con la realidad de Podemos (y sus aliados) y, sobre todo, respecto de sus necesidades estratégicas. En ese sentido, el plan para la Asamblea Ciudadana está a punto de ser fallido. Solo queda esperar que no empeore y reiniciar el proceso. Frente al sectarismo y la intransigencia, presentes en algunas personas y ámbitos, es necesario el pragmatismo, la tolerancia y el auténtico compañerismo.

Hay poco debate estratégico, poco diálogo, y la confrontación injustificada no tiene marcha atrás. La legitimidad de los proyectos la podrá determinar el conjunto de personas inscritas, así como la preponderancia de la política a seguir y la hegemonía en la distribución del poder interno. Solo cabe esperar la negociación de una tregua o un compromiso básico sobre el respeto a los equilibrios mandatados y la altura de miras colectiva para articular una política consensuada, ya que de manera realista no hay grandes diferencias estratégicas aunque sí discursivas.  Y, además, una integración organizativa basada en la colaboración, el respeto al pluralismo y la unidad. El temor, la venganza y la prepotencia de los ganadores, sean unos u otros. El riesgo, la prolongación del conflicto y el estilo poco democrático de afrontarlo, con el debilitamiento del proyecto. La solución, superar el sectarismo interno, afianzar la integración y volcarse en defender a las capas populares y promover el cambio social y político.

Dilemas estratégicos de Podemos