martes. 16.04.2024

El cambio tras la experiencia griega

¿Cómo y con qué fuerzas disponibles se frena la austeridad y el autoritarismo y se fortalece un horizonte de progreso?

La realidad griega mantiene y actualiza el interrogante: ¿Cómo y con qué fuerzas disponibles se frena la austeridad y el autoritarismo y se fortalece un horizonte de progreso? La respuesta puede ser operativa para buscar objetivos comunes, aliados y estrategias adecuadas; o bien puede ser un instrumento retórico, al servicio de intereses corporativos y sectarios en el legítimo pero secundario objetivo de recomponer un mayor protagonismo de cada cual en el espacio político-electoral. Pronto el pueblo griego se va a definir en sus elecciones generales por las estrategias y fuerzas políticas que le van representar mayoritariamente. Pero podemos adelantar algunas reflexiones.

Desde una óptica emancipadora e igualitaria, el reto de las izquierdas y el pueblo griego sigue siendo derrotar a la vieja élite político-institucional, responsable la aguda crisis socioeconómica, beneficiaria de la oligarquía local e impulsora de las políticas de austeridad. Y poner las bases de la modernización económica, la cohesión social (con programas de apoyo a los sectores más empobrecidos y desfavorecidos por los recortes) y la democratización del Estado y la vida pública. Es necesaria una alternativa transformadora como contrapunto a la obligada aplicación (provisional) del memorándum regresivo. Es una gestión ambivalente, que necesita el mantenimiento de una orientación anti-oligárquica y de progreso y una perspectiva de solidaridad europea con el objetivo de una Europa más justa, social y democrática.

No es nada fácil. Existe el riesgo de la adaptación gestora y corporativa de las élites gubernamentales y estatales (sin reciclar todavía) y la pérdida de impulso transformador de las izquierdas. Está por ver el reajuste interno entre el papel del ala moderada de Syriza (con el vicepresidente Dragasakis, procedente del sector crítico del partido socialista), la tendencia transformadora o radical –en el sentido griego de firme y de fondo- (con el núcleo en torno a Tsipras y el grupo 53) y la consolidación o no de la opción más a la izquierda (Plataforma de izquierdas-Unidad Popular y Partido comunista-KKE). El desafío para las fuerzas emancipadoras y de izquierda, en todo caso, es la constitución de un nuevo liderazgo social y político, con un nuevo discurso y estrategia y una profunda dimensión ética, democrática y transformadora.

Enfrente se ha evidenciado el carácter autoritario, antisocial e inmisericorde del poder establecido europeo. Se ha manifestado públicamente la determinación del bloque liberal-conservador-socialdemócrata, representado por el Gobierno alemán de coalición, de imponer una gestión regresiva y tecnocrática de la crisis e impedir una política económica alternativa, con mayor sensibilidad hacia las demandas populares, y una construcción europea más justa, democrática y solidaria.

Caben extraer algunas lecciones analíticas: ¿Se ha infravalorado la determinación reaccionaria de los poderosos, con un fuerte consenso institucional, y cierta legitimidad social en los países centrales (y la presión neofascista)? ¿Se ha confiado excesivamente en las propias fuerzas (legitimidad democrática del gobierno de Syriza, apoyo popular en el referéndum)? ¿Se ha sobrevalorado el descrédito político de la derecha y el Pasok, sin calibrar la capacidad estructural de la oligarquía económica y financiera griega, sus vínculos con el poder europeo y su capacidad de desarticulación económico-financiera? ¿Se ha dado excesiva credibilidad a los falsos atajos de la salida del euro y la eurozona, incluido los planes B parciales, en las condiciones de fragilidad económica, debilidad financiera, aislamiento institucional, cuando la dependencia económica, financiera, productiva, de la deuda acumulada, etc.- generada por las élites griegas en varias décadas es muy fuerte?

Conllevan algunos interrogantes normativos y varias consideraciones estratégicas: Qué orientación y desarrollo programático es coherente con el desarrollo de fuerzas emancipadoras. Cómo se construye desde la ambivalencia el movimiento de resistencia contra la austeridad y por la democracia y se transforma en ‘alternativo’, con nuevas y capaces élites (asociativas, políticas, intelectuales) y con solo mínimas fuerzas económico-institucionales. Cómo se combina el ‘realismo’ de la constatación de la inmensidad del poder dominante europeo (sin falsas expectativas en el papel de los aparatos socialdemócratas y en particular la Francia de Hollande y la Italia de Renzi, aunque reconociendo sus matices) y la impotencia del cambio inmediato en ese ámbito, con la búsqueda y la conformación de otro terreno del conflicto sociopolítico, desde fuera del marco institucional y económico-financiero europeo.

Al mismo tiempo, hay que reconocer la escasa capacidad de transformación estructural y del poder, así como la dificultad de derrotar a corto plazo la estrategia conservadora de austeridad, que tiene la articulación de un reformismo (o radicalismo) democrático y soberano, en un solo país débil, con amplia legitimación social pero sin suficiente consistencia interna, de alianzas externas y bases económico-estructurales.

El riesgo es doble. Por un lado, el posibilismo adaptativo con la incorporación de la izquierda radical a la simple gestión de los planes impuestos, siguiendo la senda de la socialdemocracia gobernante. Por otro lado, el conservar un discurso alternativo pero sin conexión con las condiciones estructurales e históricas reales y los procesos de configuración de las dinámicas y actores de cambio. En los dos casos se debilita el papel de una fuerza política alternativa, su voluntad y su práctica transformadora y su credibilidad social.

Entre las condiciones de este conflicto la dirección de Syriza ha sobrevalorado la fuerza de la legitimidad democrática de su posición, incluidos el efecto de sus argumentos, en relación con el poderío de la Troika, amparada no solo por los grandes poderes financieros e institucionales sino por cierta credibilidad entre una base social moderada, especialmente en los países centrales. En ese sentido, aunque la primavera griega (y las expectativas de cambio en España) tengan una amplia simpatía social, la realidad era la ausencia de aliados internacionales de peso y de una solidaridad amplia y activa entre las capas populares europeas. La debilidad representativa de la izquierda unitaria europea y los movimientos de resistencia anti-austeridad, la amplitud de las propias bases de la derecha, las presiones de la ultraderecha en diversos países y la confianza social todavía existente en la socialdemocracia son factores que favorecen el continuismo y perjudican al cambio. 

Por otro lado, entre los sectores radicales de la Unidad Popular, además de infravalorar estas dificultades no profundizan, dada la capacidad de reacción del poder, en las consecuencias internas de su posición: mayor agravamiento de la crisis social y económica, sin preparación sobre los costes para la sociedad y el sufrimiento adicional, así como la falta de una disponibilidad popular firme, articulada y masiva para afrontarlos.

El plan liberal-conservador de gestión y salida de la crisis avanza, con su marco institucional (la Europa alemana). El despliegue en este lustro de un importante movimiento popular progresista y su traducción en cierto poder institucional en algunos países como Grecia y España constituye un gran desafío a esa estrategia, abre nuevas expectativas frente a la resignación, genera algunos avances para la gente y conforma algunas bases políticas para articular una pugna sociopolítica y cultural más prolongada.

Pero se puede decir, a raíz de esta experiencia griega, que esa dinámica de avance ha tocado techo, al enfrentarse al auténtico muro del poder, sin capacidad suficiente para doblegarlo. Todavía existe un gran desequilibrio de fuerzas que solo se puede modificar con mayor amplitud de una ciudadanía crítica, más intensidad de la participación democrática de la ciudadanía activa y la renovación, maduración y unidad de las élites sociopolíticas alternativas.

Sin embargo, para salir del relativo bloqueo de las dinámicas de cambio, es necesario transformaciones cualitativas en esos campos, aprovechando las ventajas de legitimidad social o ruptura de la hegemonía político-cultural y abordando las desventajas de la desigualdad de poder y las inercias estructurales. El conflicto social de fondo va para largo (al menos este próximo lustro) y va a definir el modelo social europeo que salga tras este periodo de crisis sistémica y de oposición popular a la austeridad y el autoritarismo.

Uno de los aspectos más dañinos es la dinámica fratricida entre las fuerzas progresistas. Está arraigada en las tradiciones de las izquierdas y parece que no se salva en la división interna de Syriza. A veces, se prima la visión corporativa o sectaria para ocupar un espacio político y una colocación institucional en detrimento del otro, cuando el objetivo es ‘acumular’ fuerzas contra el adversario principal, la Troika y la oligarquía griega. Se suman argumentos contra el otro, desde la culpabilidad mutua de la derrota hasta la prepotencia excluyente de unos y la demagogia –la acusación de traición- de otros. A pesar de las discrepancias estratégicas conviene frenar la deriva sectaria y competitiva entre fuerzas progresistas, especialmente nefasta ante los fracasos o las dificultades. Todavía más cuando lo que se ventila es la posibilidad de que la derecha dé un vuelco hacia la profundización de la gestión regresiva y autoritaria y la destrucción de las dinámicas de cambio, tal como aspiran todos los poderosos europeos y que conformaría un triste fin de ciclo para las expectativas de cambio en ese país.

En todo caso, estas enseñanzas asentadas, sobre todo, en la experiencia griega hay que adecuarlas para el caso de España, con problemáticas comunes pero con diferencias relevantes a las de Grecia. Aquí existe, por una parte, mayor capacidad y autonomía económica, productiva y financiera y, por otra parte, otra distribución del sistema político, con una significativa base social socialista, todavía no desafecta de una dinámica continuista y con un PSOE que mantiene unas expectativas electorales similares al conjunto de fuerzas alternativas. Entre ellas, se ha consolidado la hegemonía de Podemos, pero todavía con cierta fragmentación y dificultad para superar al partido socialista, convertirse en la fuerza principal del cambio y poderle imprimir un carácter sustancial o profundo.

La concreción del objetivo de ‘ganar’ aboca, en el mejor de los casos de una completa convergencia popular, a que Podemos y sus aliados consigan en el Parlamento una mayoría relativa respecto del PSOE y pueda apostar por la iniciativa en la conformación de un gobierno de progreso con la participación o apoyo de éste. Ello supone la reelaboración de un plan de acción gubernamental unitario, con unas bases de apoyo social y parlamentaria mayoritarias. Definir la particularidad de ese programa de cambio es priorizar las medidas inmediatas o de emergencia social y los planes a medio plazo o transformaciones estructurales e institucionales, con el doble componente, democratizador y de reforma socioeconómica y consolidación de los derechos sociolaborales y servicios públicos. La implementación de ese gobierno de progreso y su programa supone concretar el alcance del cambio, prevenir la reacción de las derechas y el poder financiero y establecer los equilibrios respecto de la UE y su reforma.

Las elecciones generales en España son una nueva oportunidad en Europa, no para un asalto definitivo, pero sí para dar un paso sustancial en una pugna prolongada en un contexto de debilidad de la legitimidad o credibilidad social del poder establecido y cierta capacidad popular de cambio.

La otra hipótesis, más probable tras la experiencia griega, es el cierre a esa dinámica de cambio institucional a través de un consenso de fondo del PP y el PSOE, con la exigencia y el apoyo del poder europeo y el acuerdo conservador-socialdemócrata. Se arbitraría un pacto de estado entre ambos partidos que situaría la pugna popular contra la austeridad y el autoritarismo, en el horizonte de una democracia social más avanzada y solidaria en Europa, desde la oposición parlamentaria y la protesta cívica. El ciclo sociopolítico por el cambio tomaría nuevas formas de resistencia popular y oposición institucional. Pero el futuro para poder imprimir un cambio sustancial está abierto.

El cambio tras la experiencia griega