viernes. 29.03.2024

Aciertos estratégicos, errores y límites en el espacio del cambio

pablo iglesias

La experiencia popular de exigencia democrática y de justicia social, con una crítica a la anterior clase política, ha sido la base de la conformación de un electorado indignado y diferenciado de ‘esa’ socialdemocracia o ‘esa’ izquierda no despegada entonces de la tercera vía socioliberal y las políticas neoliberales de austeridad. Su perfil de desconfianza a esa clase gobernante y su ideario estaban definidos desde el comienzo del proceso de indignación progresista: más justicia social y más democracia; otra representación política alternativa. Ha constituido la base social y electoral de las fuerzas del cambio. Es el nuevo espacio político configurado en torno a Podemos, Izquierda Unida y su convergencias, aliados y candidaturas municipalistas que tocó techo en los años 2015/16.

Arrogarse la representación de los de abajo, de la gente, frente a los de arriba no es suficiente

Frente a algunas ilusiones, una parte de ese electorado de progreso estaba sin consolidar en su compromiso por la nueva política y representación institucional, que ha estado sometida durante estos cuatro años a un fuerte desgaste político y mediático. Sus aciertos estratégicos, incluida la conformación de una nueva representación política e institucional, fueron insuficientes para hacer frente a las dificultades externas. Sus errores políticos, discursivos y organizativos, con la amplificación mediática, aumentaron su impacto destructivo. Los límites de la inmadurez política, en particular para la construcción y unidad de todo el conglomerado sociopolítico con suficiente arraigo social, en unas condiciones extremadamente adversas, han desbordado las capacidades colectivas de esta nueva élite política representativa del espacio del cambio. No se han arbitrado mecanismos convincentes para su superación, mientras se mantenía la creencia de poseer credenciales propias suficientes y se pronosticaba erróneamente la incapacidad renovadora del Partido Socialista.

No valen algunos análisis simplistas y los discursos que le acompañan. Arrogarse la representación de los de abajo, de la gente, frente a los de arriba no es suficiente. Se ha complicado, al menos, desde el año 2015, en que hubo que realizar algunos acuerdos con el PSOE en Ayuntamientos del cambio y Comunidades Autónomas. ¿Dónde está la dirección socialista, con los de arriba o con los de abajo? Todavía se complica más la respuesta tras el acuerdo de la moción de censura, el apoyo a la investidura de Sánchez y el acuerdo político y presupuestario posterior.

Pues bien, la respuesta es que está en los dos sitios a la vez y según qué circunstancia y momento tiene mayor relevancia una vinculación u otra y, por tanto, la actitud normativa a adoptar. Hoy parece que hay un consenso amplio en que, al menos, el Gobierno socialista cuenta con una amplia representatividad de los de abajo, defiende un planteamiento reformador progresista (limitado y en algunos ámbitos) y hay margen para establecer una colaboración política y gubernamental.

Pero, entonces, es más obligado clarificar el carácter de ese proyecto y esa nueva-vieja estrategia y evaluar el perfil y el discurso específicos de las fuerzas del cambio. Hay que empezar por la constatación no de un bloque progresista homogéneo y conjunto que tiende a absorber a la fuerza minoritaria sino de dos fuerzas con puntos comunes, un relativo estatus quo diferenciado y capaces de acordar un proyecto de cambio.

Las ofensivas políticas y mediáticas de los poderes establecidos, incluido las más siniestras cloacas del estado, fueron sistemáticas para conseguir su destrucción como fuerza institucional operativa

Por ejemplo, está clara, a nivel popular y mediático, que sin la presencia y la presión de Unidas Podemos y el conjunto de grupos y movimientos sociales, el Partido Socialista solo y sin ese condicionamiento no implementaría tantas medidas favorables para la gente ni utilizaría tanta retórica progresista, feminista o ecologista. Hay una pugna sociocultural y política por ampliar, reconducir o apropiarse aspiraciones legítimas de significativos sectores sociales. La cuestión evidente es que esa experiencia de exigencia reivindicativa, por un lado, y gestión gubernamental reformadora, por otro lado, ha sido insuficiente para frenar el desplazamiento de dos millones de votos de Unidas Podemos hacia el Partido Socialista. Pero, lo que también está claro es que es una experiencia que ha contribuido a mantener a cerca de cuatro millones afines a ese espacio.

Por otro lado, considero que fue un acierto estratégico la controvertida posición mayoritaria de la dirección y las bases de Podemos e Izquierda Unida contra la subordinación al pacto gubernamental del PSOE-Cs con un proyecto continuista y neoliberal en lo socioeconómico y lo territorial. Representaba una dinámica de normalización política con el aislamiento de la tendencia de cambio sustantivo. El coste de semejante actitud de no doblegarse ante un continuismo estructural, con un simple recambio parcial de la representación política y algunas reformas secundarias y abundante retórica, ha sido enorme.

Las ofensivas políticas y mediáticas de los poderes establecidos, incluido las más siniestras cloacas del estado, fueron sistemáticas para conseguir su destrucción como fuerza institucional operativa. Pero haberlo aceptado, con una adaptación a ese marco hegemónico, hubiera causado un desconcierto, subordinación y fragmentación de todo el campo sociopolítico que apostaba por un cambio real de progreso.

Ese acierto en mantener abierta la presión por el cambio sustantivo es la causa de tanta animadversión de los poderes establecidos y los partidos políticos dominantes hacia Unidas Podemos y sus confluencias. Suponía una situación defensiva que ha persistido durante tres años de aislamiento institucional, mediático y político. No obstante, hay que recordar que, precisamente, junto con la resistencia del segundo Sánchez y la mayoría de la militancia socialista y la configuración del ‘sanchismo’ como opción diferenciada frente a las derechas y el susanismo, ha permitido abrir el ámbito institucional hacia un cambio progresista en España (incluido Cataluña).

En este espacio se han cometido muchos errores políticos. El principal por su relevancia para el momento actual quizá sea la infravaloración de esa estrategia socialista de acorralamiento y la cobertura del conjunto del poder, ya perfilada en diciembre de 2015, junto con la respuesta, en forma de emplazamiento público, a través de una propuesta supuestamente a la ofensiva de un Gobierno paritario, pero irreal respecto del equilibrio de fuerzas y las formas, los recursosy la falta de disponibilidad socialista. Suponía cierto subjetivismo analítico y una inclinación institucionalista y voluntarista respecto del poder real y los efectos comunicativos del discurso, fácilmente catalogados de pretenciosos o prepotentes.

Se ha ganado en realismo y menor arrogancia, pero esa experiencia de la mayor trascendencia estratégica, aparte de la crítica externa sistemática y el acoso mediático, ha sido fuente de la división interna, en particular con el errejonismo, y de incomprensión entre algunos sectores. No se debatió de forma serena y unitaria en el proceso de Vistalegre II, demuestra falta de cohesión política y estratégica y es una demostración de incapacidad para afrontar el análisis de las causas del debilitamiento del espacio del cambio y articular la renovación correspondiente.

En el fondo se ha producido una polarización entre las estrategias de adaptación a una dinámica dominante normalizadora (vestida de flexibilidad política, talante amable o de pretendido ensanchamiento a la influencia de las mayorías sociales) o, bien, de reafirmación política y firmeza por un cambio real de progreso, con un campo sociopolítico significativo, aunque con algunas tendencias sectarias.

Estamos en otra etapa. Ese marco estratégico ha cambiado con la nueva situación, precisamente por el éxito de las dos dinámicas resistentes y alternativas a la vez, la del ‘sanchismo’ y la de la mayoría de Unidas Podemos y sus confluencias. Ahora existe relativo consenso en la colaboración con el Partido Socialista, justificada por un contexto diferente, la necesidad mutua y un proyecto de cambio más definido y compartido. Pero la reflexión estratégica todavía es pertinente, condiciona los argumentos y la posición final ante el Gobierno de cooperación y, especialmente, debe clarificar las tareas políticas a medio plazo.

Aciertos estratégicos, errores y límites en el espacio del cambio