jueves. 28.03.2024

¡Te he oído toser, no digas que no!

rus

La vida cada vez es más un juego de palabras.

Un juego curioso; aparece un término un día como tantos, y a partir de ahí empieza a tomar vida propia. Se va introduciendo en nuestra cotidianeidad tomando un protagonismo que llega a ser excluyente de todo lo demás. Aún no teniendo racionalidad  se convierte en determinante de nuestras acciones y preocupaciones. El coronavirus pertenece, como otros sucesos vividos “las vacas locas” o la “gripe aviar”, al cólera o peste de nuestro tiempo. 

Con ello quiero decir que aparte del mal que estas enfermedades contagiosas provocan y han provocado a lo largo de la historia de la humanidad, están los daños político- económicos generados y los morales (por llamar a unos y otros de alguna manera).

Vivir en la sociedad del espectáculo, donde lo que cuenta es la imagen que más tiempo se mantiene como tema del momento, dicho en castellano… “a ver si dejamos de hacer el caldo gordo” a los sajones cuando unos se van y otros nos niegan con tanto trending topic, termina teniendo consecuencias

Las cifras entre 21.000 y 143.000 muertos por cólera cada año, y entre 1.3 y 4 millones de casos detectados según la OMS, demuestra que hay un gran número de enfermedades infecciosas que pululan por el mundo. La peste de hace un siglo fue la última pandemia que se llevó por delante a 10 millones de personas y el último gran brote se produjo hace apenas 3 años con 100 muertos en Madagascar. En el otoño pasado la prensa internacional daba cuenta de la aparición de distintos casos en China.

En épocas que considerábamos oscuras de la Historia, los culpables del cólera o la peste podían ser los judíos o cualquier enemigo interior o exterior que fuera menester llevarse por delante. La Inquisición católica, o la que se ponía al servicio de otros dogmatismos de pensamiento, siempre estaba dispuesta a avivar el fuego ¡nunca mejor dicho!

Los daños político-económicos hoy, pueden afectar a cualquiera que se ponga por delante, queda poco para oír que la llegada a España del coronavirus es responsabilidad del Gobierno “fasciocomunista”.

Que vivimos, no ya en una sociedad líquida, sino gaseosa, insípida e incolora es cada vez un hecho incontestable, pero no podemos pecar de ingenuidad eternamente pues algo se nos llevará por delante. No se trata de  ser conspiranoico pero, como casi nada es casual, que esto suceda cuando la crisis comercial entre China y EEUU está librándose, o que cuando la tecnología China del 5G iba a efectuar un despliegue en Barcelona durante el Mobile, o que existan distintas barras de medir para unas cosas u otras, me hace recordar a aquellos judíos que murieron en la hoguera junto a los muertos por la peste negra, que según decían ellos  habían causado.

Vivir en la sociedad del espectáculo, donde lo que cuenta es la imagen que más tiempo se mantiene como tema del momento, dicho en castellano… “a ver si dejamos de hacer el caldo gordo” a los sajones cuando unos se van y otros nos niegan con tanto trending topic, termina teniendo consecuencias. A los poderes públicos hay que exigirles que estén a la altura de su responsabilidad. La OMS no debe ser un conductor timorato de esta crisis. España, como otros países contribuye a financiarla, en nuestro caso con un 2,44 % del presupuesto del Organismo de Naciones Unidas para la Salud; a los Gobiernos hay que pedirles diligencia  para afrontar cualquier tipo de crisis, y ser, sobre todo, los intermediarios de las explicaciones y soluciones entre el problema y los ciudadanos. Ahora bien, lo que sí hay que pedir a los medios de comunicación es que no contribuyan a la creación de la espectacularidad de un problema, generando una angustia innecesaria e irresponsable. Igualmente hay que pedir a la comunidad científica que asuma el liderazgo que debe ocupar en un problema de esta naturaleza siendo realmente los que den certidumbres a una comunidad que está acostumbrándose a dejarse guiar por prontos de patio de vecindario.

Si en el pasado, sin las redes sociales y sin ciudadanos armados de un pregonero en cada bolsillo, eran capaces de culpabilizar al vecino y lapidarlo, ahora somos mucho más vulnerables al existir una predisposición a asumir todo aquello que se nos ponga al alcance.

Los daños morales que se pueden generar, pueden ser irreparables. Cuando de verdad venga el lobo no cerremos la puerta para que no entre.

En todo caso, el consejo de ser más limpios nunca viene mal. 

¡Te he oído toser, no digas que no!