jueves. 28.03.2024

Un lamentable juicio a la política

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Lo que ha evidenciado este juicio al Procés es un estrepitoso fracaso de la política española. El mayor fracaso político de la historia democrática

Mi ingenuidad redomada me lleva a dos creencias que a lo mejor ambas son falsas, y cuando me quiera dar cuenta puede ser demasiado tarde. Tarde para mí por haber perdido el tiempo en esfuerzos inútiles, esos que según dicen, conducen a la melancolía. La primera, y una es consecuencia de la otra, es creer que la política tiene más importancia en nuestra la vida de lo que solemos darla. No somos conscientes de que es determinante, lo creamos o no, en nuestro desarrollo vital. Por ello no podemos decir: ¡anda y que les den! La segunda, los ciudadanos no votan por impresiones sino por convicciones, se esfuerzan en entender lo que está pasando y sus consecuencias. El ruido y la alharaca político mediática lo intenta, pero no los confunde. ¿Ingenuidad?

Así las cosas. No sé si los ciudadanos que dentro de poco tendrán que ir a las urnas a decidir el futuro de todos, están prevenidos de que durante la ya iniciada y larguísima campaña, y hasta que el 26 de mayo se abra la última urna con la última papeleta van a ser bombardeados con: ¡han vendido España a los independentistas! ; van a ser sujetos pasivos de una brutal “guerra sucia” electoral en la cual habrá sitio para todos, incluso para los defensores de brujería sanitaria como el icónico Bosé. “Cataluña”; “España”; “las intensidades del 155”; “los indultos” y un largo etcétera de blasones existencialistas, todo lo que tenga que ver con el endiablado Procés. Un cúmulo de medias palabras construyendo un espejo distorsionado de la realidad. Paralelamente en el juicio, irán pasando sesiones, donde se proyectará una tercera dimensión de lo sucedido.  Nada que nos permita entender fielmente lo ocurrido para así ser incapaces de descifrar lo que va a suceder, pues algo tendrá que pasar.  

Hay cosas que no ofrecen dudas. España es inequívocamente un Estado de Derecho donde prevalece la ley y el respeto al ordenamiento jurídico por encima de las veleidades de enardecidos salva-patrias de orientaciones diversas. La separación de poderes es efectiva garantizando la independencia del cumplimiento de las normas sin interferencia del poder político. Prueba irrefutable de ello es que el cuñado del monarca duerme en prisión en cumplimiento de una sentencia, y por el banquillo han pasado ministros, diputados, consejeros, empresarios, sindicalistas… nadie queda al margen de la ley y nadie puede decir lo contrario y ser tomado en serio. Por ello, todos debemos sentirnos orgullosos de que el sistema jurídico constitucional, aunque perfectible, funcione.    

Si tomamos distancia del juicio del Procés, buscamos encontrar la realidad y no imágenes, sin miedo a las palabras y a lo que significan, tendremos que concluir que: el juicio no es un juicio a Cataluña, como a algunos les gustaría pensar; no lo es al independentismo como ideología política; y no es tampoco el juicio contra unos golpistas que subvirtieron el orden constitucional. No es tantas cosas como algunos quisieran hacernos creer o sobre todo contarnos. Si es un juicio que adolece de fortaleza jurídica, los meses transcurridos han evidenciado que no parece que desde la ley nada justifique la permanencia en presidio durante tanto tiempo, nada ha evidenciado que existan pruebas irrefutables de rebelión y sedición, ni de uso ni de pretensión de uso de la violencia, y lo peor y más grave que la producida el famoso 1 de octubre no mereció ni la atención del Presidente del Gobierno.   

Hay en la acusación pública, palmarias debilidades argumentales desde el punto de vista  jurídico,  más son opiniones políticas propias de la tribuna parlamentaria que no corresponden a un proceso judicial. Eso propicia que las defensas de los acusados quieran convertir la bravuconería dialéctica de aquellos días en el teléfono escacharrado. Nada fue lo que parecía. Los héroes independentistas han mutado a simples nacionalistas cabreados e incomprendidos. Los testigos son Presidentes de Gobierno, Vicepresidentas, Ministros del Reino de España, dando una versión patética de la política. Lo que ha evidenciado este juicio al Procés es un estrepitoso fracaso de la política española. El mayor fracaso político de la historia democrática. Carece de sentido seguir ajustando cuentas sobre quiénes son los responsables del deterioro democrático, pues los vencedores se sientan en la sala de juicio como acusación particular, no de los procesados, sino de la democracia española. Quieren enjuiciar a la democracia española en su conjunto desde el modelo de descentralización política hasta la política contra la violencia de género.  

Lo peor. El juicio va a terminar siendo una puesta en cuestión del sistema judicial, lo cual no es bueno para nadie y perdería el valor de la justicia anteriormente comentado. Si al final la cuestión se salda con una severa sentencia, como políticamente piden algunos, nos encontraremos con recursos tanto a la justicia constitucional como a la europea. Si la sentencia es rechazada por la Justicia Europea no solo será cuestionada nuestra judicatura sino que el conflicto catalán podría tomar una deriva que hasta ahora no ha tenido. Aunque no sea lo buscado, convertir el juicio penal a los presuntos sediciosos, en un juicio político, nos metería en un callejón sin salida. Por ello, esperemos que la sentencia no olvide el perímetro que tiene fuera de lo judicial, que el gobierno que salga de las elecciones pertenezca a los que piensan que negociación es la única salida posible y los líderes independentistas juzgados, y los que no, piensen que para encontrar salidas políticas, como han dicho en el juicio, se requiere ofrecer posibilidades y no encerrarse en lo imposible, en lo político, y en lo carcelario, en lo personal. El fracaso de la política del pasado no tiene que serlo del futuro.     

Un lamentable juicio a la política