viernes. 19.04.2024

El PP, el Niño Jesús y la Cañada Real

En los últimos días hemos oído un nuevo capítulo del “ocurrenciario nacionalcatólico” del PP (porque no alcanza nivel de argumentario aquello que carece de argumentos) en las bocas de Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado. La una, falseando estrambóticamente la historia de Occidente y el otro metiendo al líder histórico de la religión católica en el Congreso de los diputados, utilizando el nombre de “Jesús” en vano, que como se entere el Papa Francisco lo mismo les llama al orden.

En el PP, que parecen saber mucho de pesebres (Kitchen, Púnica, Gürtel…), andan este año con obsesión de portales de Belén, de Niño Jesús y con espantosas bombillas rojas y amarillas navideñas en la capital, por aquello de la bandera. Evidentemente, si hubieran utilizado la del municipio de Madrid, habría quedado muy morada y si hubieran utilizado la de la Comunidad de Madrid, pues muy roja.

Tres de los cuatro evangelistas escribieron aquello de “dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, que a día de hoy en España quedaría: “dad a España lo que es de España y a Pablo Casado lo que es de Dios”. Y es que, actualizando el relato de San Juan (18:36), el reino de Pablo Casado no es de este mundo. Él sigue crispando, ahora  porque “hay que celebrar el nacimiento de Jesús”.

Nadie niega la influencia del catolicismo en nuestro país y en el de tantos inmigrantes latinoamericanos que viven y/o malviven en España, pero no está de más conocer que la religión católica se apropió (hace bien poco) estas fechas de fiesta pagana celebrada por los siglos de los siglos y por multitud de culturas y pueblos diferentes, diga lo que diga la presidenta de la Comunidad de Madrid, que a veces cuesta creer que aprobó el Bachiller Unificado Polivalente de sus tiempos. Si se ojea algún texto de su época se concluye que no fue a clase cuando se explicó la filosofía en Grecia, desde los presocráticos hasta el estoicismo o el epicureísmo pasando por Sócrates, Platón o Aristóteles.

Obvia Ayuso que Tomás de Aquino copió al filósofo persa Avicena (sí, el de la película El Médico), estudioso de la filosofía griega; o que el también andalusí de Cordoba, Averroes,  fue el “comentador de Aristóteles” creando escuela hasta París. Calla que Tomás de Aquino coincidía bastante con otro cordobés andalusí aunque judío, Maimónides, autor de la “Guía de perplejos”. No, el Niño Jesús no es la cultura occidental, es una pequeña parte, religiosa, de ella. Occidente no existiría sin Grecia. El Nacimiento de Jesús es una bonita metáfora para que en el futuro, los malos y las malas se portaran bien. El Niño Jesús no habría nacido en el hotel en el que se confinó Ayuso de una forma harto sospechosa. El Niño Jesús habría nacido en la Cañada Real, sin luz porque la presidenta de turno se la corta. El portal de Belén tiene más aspecto de Cañada Real, entre barro y mal olor; entre miseria y pobreza. Y sí, también entre delincuentes como los que flanquearon la cruz de Jesús.

Llega la Luz

Estos días se celebra el solsticio de invierno en el hemisferio norte (y el de verano en el sur). En estos días, el sol alcanza su cenit en el punto más bajo y desde ese momento, el día comienza a alargarse progresivamente en detrimento de las noches hasta llegar al solsticio de verano (la Noche de San Juan para los católicos). Solsticio significa “sol inmóvil”, ya que el astro rey en estos momentos cambia muy poco de posición y parece estar quieto en el horizonte.

El solsticio de invierno es un gran acontecimiento de la Naturaleza: el Sol comienza a impregnar de energía, luz y calor la vida en nuestro planeta. En el solsticio de invierno, los pueblos antiguos adoradores del Sol celebraban con grandes fiestas el “nacimiento del astro rey” con fiestas, bailes, hogueras o recolección de plantas mágicas como el muérdago.

Los pueblos prerromanos, durante los tres días anteriores al 24 y 25 de diciembre festejaban el retorno del Nuevo Sol. Desde hace miles de años, y para las más diversas culturas y sociedades, la época de la Navidad ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia. Así, el nacimiento de los principales dioses solares jóvenes de las culturas agrarias precristianas: Osiris, Horus, Apolo, Mitra (el gran competidor del cristianismo que según su leyenda nació en una gruta, murió crucificado y resucitó al tercer día), Dionisios o Baco (denominado el Salvador)…, es situado en el solsticio de invierno. Igual ocurrió, hace relativamente poco en comparación con los anteriores, con Jesucristo, el salvador cristiano.

No fue la casualidad quien decidió que el “Niño Jesús” naciera un 25 de diciembre, fecha en la que hasta finales del siglo IV de nuestra era se conmemoraba el nacimiento del Sol Invictus en el Imperio Romano. En realidad, durante los primeros siglos del cristianismo nadie celebraba el nacimiento de Jesús, entre otras cosas porque en ningún sitio se explicaba cuándo nació. A partir del siglo III a algunos teólogos les dio el punto de celebrar el nacimiento de Jesús y empezaron a barajar fechas hasta que el papa Fabián (236-250), con un par, calificó de sacrílegos a quienes quisieran determinar la fecha del nacimiento del nazareno. Lo que estaba claro era que en el solsticio de invierno no nació si hacemos caso al Evangelio de Lucas, que decía que “unos pastores pernoctaban al raso”. En invierno, pernoctar al raso por la zona era sinónimo de muerte por hipotermia.

Así las cosas, cuando los católicos ya habían adaptado para sí a los dioses romanos de una forma u otra (que ya habían adoptado a los griegos), se decidió que Jesús nació entre la noche del 24 al 25 de diciembre. Corrían los años 352-366 y, como si no puedes con tu enemigo, únete a él, la fiesta pagana de los romanos (Natalis Solis Invicti), pasó a ser la del nacimiento de Jesús (que desde el año 325 también era Dios). Por ello, San Agustín exhortó a los creyentes a que ese día no lo dedicasen “al Sol, sino al creador del Sol”. También, luego, la metáfora de los curas decía que Jesús es la luz. Bueno, la luz era la del Sol que en el solsticio de invierno empieza a acompañarnos más tiempo.

Así pues, cada cual que celebre lo que le dé la gana sin sobreactuar, que es lo que queda poco elegante. Ni dar la vida por el Niño Jesús, ni abrasarnos con “feliz solsticio de invierno”, que estas modas, como la de “que la tierra le sea leve” cuando uno se muere también indican poco progreso y un cierto ánimo “anti”. Ya saturan las imposiciones en ausencia de tolerancia y responsabilidad incluso con las fiestas, que son un invento para celebrar, no para discutir. En resumen, ¡felices fiestas en lo posible!

El PP, el Niño Jesús y la Cañada Real