viernes. 19.04.2024

Genovés vive en su abrazo

La parte positiva del periodismo es la posibilidad que brinda de conocer y aprender de grandes personas. Tal fue el caso de Juan Genovés que nos ha dejado en estos días complicados y complejos. Quizá cuando España más necesite su “Abrazo”.

Era Genovés tan grande como humilde. Español universal. Otro español universal maltratado por España porque la rojería, la inteligencia y el criterio propio nunca han sido buenas tarjetas de visita en nuestro país.

El destino, o vaya usted a saber si la casualidad quiso que su infancia estuviera impregnada de miedo. Un miedo diferente al de nuestras actuales incertidumbres. Era un miedo a esas bombas fascistas que descargaban sobre su Valencia natal, junto a su casa, próxima a la Estación del Norte, arrasando la vida y la luminosidad de su ciudad.

Como a mis padres, como a tantos padres y abuelos de hoy, la maldita guerra civil coincidió con su infancia. Entre los seis y los nueve años vivió con la guerra, sin conocer otra cosa. Tanto es así que inocentemente preguntaba a sus padres que si cuando no había guerra la gente iba al cine.

El miedo infantil transmutó en miedo juvenil bajo el franquismo. Contaba que era su padre muy de regalar ese consejo tan de la época y que algunos seguimos con él metido en el cerebro: “no te signifiques”. Era un miedo abrumador que silenciaba hasta las más relevantes historias familiares. De hecho, contaba Genovés que hasta sus cuarenta años no supo que su abuelo fue sindicalista fundador de UGT en Valencia y que incluso Pablo Iglesias - “el de verdad”, decía- dormía en su casa, ubicada en el barrio obrero.

Así que cuando el joven Juan se metió en política y se afilió al PCE de la clandestinidad, su padre le decía que estaba loco. Él, para tranquilizarle, acuñó una de sus frases favoritas: “soy demasiado anarquista para ser comunista”.

A pesar de su monumental obra, en nuestro país Juan Genovés es conocido por “El Abrazo”. Ese símbolo de la Transición, que hoy vive en el Congreso de los diputados y hecho escultura en la plazuela de Antón Martín gracias a las Comisiones Obreras de Madrid, se gestó en el estudio de su casa. Era su estudio un magnífico lugar para reuniones clandestinas porque contaba con dos puertas… Allí una noche se reunió la Junta Democrática y se decidió hacer urgentemente un cartel para pedir la amnistía de los presos políticos. Así que ya que estaban en su estudio…, pues le cayó el encargo ¡para el día siguiente!

“¡Eso es imposible!” - se desesperaba Genovés.

Comenzaron entonces a buscar alguna obra ya realizada y José Sandoval (que ya en democracia dirigiría Mundo Obrero) dio con él. Gracias a una impresionante organización en menos de veinticuatro horas estaba imprimiéndose y distribuido.

Lo malo de “El Abrazo” es que supuso la detención de Juan. Narraba nuestro artista cómo la policía intentó humillarle. Cuando le trasladaron a la DGS le bajaron del coche en la calle Preciados para que recorriera esposado toda la Puerta del Sol flanqueado por dos guardias.

Fueron tiempos muy difíciles y de compromiso. Tras su primera y exitosa exposición en la galería Marlbrough le propusieron instalarse en Nueva York. Pero él declinó la oferta porque la lucha estaba aquí. Así que pasó de exponer en la más importante galería neoyorquina a pintar murales en las chabolas de Madrid mientras huía de los grises. Recordaba con amargura un día que la policía fue a buscarle a su casa. Él no estaba y terminaron encañonando a su hijo de 14 de años, que se negaba a abrir la puerta.

Pero Genovés fue mucho más que “El Abrazo”. Su genialidad son sus multitudes. Enormes murales en las que el artista -incansable trabajador- pintaba persona a persona porque consideraba que cada individuo conformaba una multitud.

“Pero sin mogollón de gente junta”, explicaba.

Cómo no, en sus cuadros intentaba crear “el espacio del miedo”. Hoy contemplamos esa obra y nos recuerdan a nuestras ciudades bajo pandemia. Repletas de individualidades distanciadas. Seguro que desde el cielo de la rojería, Genovés tiene una gran perspectiva y nos ve como a sus figurillas. En un gran mural, distanciados pero creando colectividad y con un atronador silencio envolviendo lo todo.

Genovés vive en su abrazo