jueves. 28.03.2024

Casado pisa la manguera de Abascal

Poco he leído sobre uno de los asuntos más destacados del “histórico” discurso de Pablo Casado el pasado jueves en la bufonada que fue la moción de censura de Vox. Esto es, el estruendo de aplausos y la euforia de los diputados de la bancada del PP. ¿Alguien duda que ese estruendo y euforia no se habrían dado en caso de que Casado hubiera defendido una abstención?

Los diputados del PP se enteraron a la vez que cualquier humano con la tele encendida de lo que ellos mismos iban a votar. A ellos, esa disciplina férrea, de sumisión, casi humillante parece que los enorgullece. La disciplina de voto en el Congreso de los diputados es extrema y puede llegar a ser comprensible, pero lo del otro día fue un paso más allá y es síntoma también de la ausencia de auténticos liderazgos en beneficio de fábricas de fans. Es síntoma de ausencia de referentes políticos en beneficio de influencers mediáticos. Es síntoma de ausencia de democracia interna en los partidos políticos. De ausencia de criterio, de pensamiento y de debate. Cierto que el grado de democracia interna no parece ser igual en todos los partidos.

El problema es que Pablo Casado ha dado muestra muchas veces de que sus palabras se las lleva el viento, que sus discursos son papel mojado

Si allá por siglo el VI a.C., Platón y Aristóteles abrieron el melón contra los sofistas, defensores e impulsores de las artes de la palabra: retórica (para persuadir y convencer) y erística (para discutir), en la actualidad poco queda de las artes de la palabra por bien estructurado, contundente y bien expresado discurso que preparara Pablo Casado en casa junto a su señora esposa.

El problema es que Pablo Casado ha dado muestra muchas veces de que sus palabras se las lleva el viento, que sus discursos son papel mojado. “Si no viere en sus manos la señal de sus clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”, espetó Santo Tomás nada menos que a Jesús recién resucitado. Y eso que al santo se le suponía un cierto grado de seguidismo hacia Jesús, quien se enfadó y le recriminó su falta de fe.

Lo de creernos al jefe del PP no puede ser un acto de fe, y a estas alturas menos. No olvidemos que hace año y medio, el 26 de abril de 2019, los teletipos escupían unas declaraciones muy importantes de Pablo Casado, cuatro meses después de que con él volviera “el PP de verdad”. En aquel reciente final de abril el candidato del Partido Popular abría la puerta a Vox para entrar en su futuro Gobierno, al tiempo que aconsejaba a Abascal y Ciudadanos, “no pisarse la manguera”. Ahora, Casado ha sido el primero en pisar la manguera de Abascal.

Hace un año y medio decía el joven presidente del PP que ni los electores de un partido ni del otro, entenderían una falta de entendimiento. Pero Casado se ha cansado (malditos pareados) de que el líder de PP-Vox sea Abascal y “hasta aquí hemos llegado”. Es público y notorio que Vox es una escisión del PP. Que el PP se rompió sin que trascendiera una furibunda crisis en los medios de comunicación. Por eso, el discurso del otro día pareció el de la ruptura fuera de tiempo, porque tuvo que darse hace unos años y fuera de lugar, porque el Congreso de los diputados no está para dirimir debates internos de los partidos políticos.

Todo indica que votantes y afilados del PP y Vox necesitan unos días para digerir las palabras de Casado en el Parlamento, pero a efectos prácticos esto tiene pinta de hablar de cambiarlo todo para que todo siga como está. Por eso Casado seguirá sin liderar nada, porque para liderar hay que hablar, pero también hay que actuar, y quien ya está actuando es Jiménez Losantos y Cayetana Álvarez de Toledo.

Es más que inverosímil (lo cual no significa que no pueda ni deba ser cierto) que Casado lidere el PP y obligue a Isabel Díaz Ayuso a hacerse a un lado. La presidenta de Madrid es capaz de conformar antes un nuevo partido junto a Vox que quitarse de en medio, no en vano se crió en los pechos políticos de Esperanza Aguirre, criadora del cuervo Abascal como recordó el propio Casado.

Ahora toca lidiar con lealtad institucional frente a la pandemia en un nuevo estado de alarma; toca aprobar unos presupuestos generales mirando a Europa; toca renovar el Consejo General del Poder Judicial; toca elegir un nuevo Defensor (o Defensora) del Pueblo…

Nadie pide al PP que implote, pero es muy complicado mantener a Díaz Ayuso y al alcalde José Luis Martínez-Almeida gobernando a rebufo de Vox, mal copiando los discursos de Donald Trump o retirando del callejero a Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero. Se comprometió Pablo Casado en su día a “liderar la España de los balcones” en una clara alusión a la existencia de, al menos, dos Españas: la de los balcones y la de los ventanucos. El jueves aseguró con otro tono que “el PP no quiere ser otro partido del miedo, de la ira, del rencor y la revancha, del insulto y de la bronca, ni de la manipulación, la mentira y la involución frentista”.

No quiero animar al desaliento, pero como Santo Tomás, “hasta que no meta mi mano en su costado, no creeré”.

Casado pisa la manguera de Abascal