jueves. 28.03.2024

Tierra de nadie

El conflicto en esta franja de tierra tan deseada no se limita a Ucrania. La franja en conflicto es una zona estratégica para ambas partes, no sólo por razones económicas sino también por razones geoestratégicas.

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Entre la Europa occidental y la Europa oriental hay una inmensa franja de tierra que está en disputa pero que hoy tiene su guerra caliente en Ucrania. Esa franja va desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro en su frontera limítrofe con la Federación Rusa y desde el Mar Báltico hasta el mar Adriático en la frontera más occidental. En su interior países del antiguo bloque soviético como Estonia, Lituania, Letonia, Bielorrusia, Ucrania, Polonia, Eslovaquia, Chéquia. Hungría, Moldavia, Rumanía, Bulgaria y las antiguas repúblicas yugoslavas que todavía hoy están en disputa a pesar de la progresiva incorporación a la Unión Europea de alguna de ellas. Los datos demográficos y económicos de este conjunto de países desequilibraría en un sentido u otro el potencial económico de la Unión Europea (UE) o la Unión Económica Euroasiática (UEEA).

Esta Unión Euroasiática es un proyecto diseñado por el Presidente Putin pero no sólo es su deseo personal. Forman parte de ese proyecto además de Rusia, Armenia y Bielorrusia. Otros miembros que se pueden incorporar son Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán. Georgia y Moldavia, junto a Ucrania, fueron invitadas para unirse tanto a la Unión Europea como a la Unión Económica Euroasiática.

Estos países optaron por firmar acuerdos bilaterales de asociación a la Unión Europea el 21 de marzo de 2014. Sin embargo, las regiones de Moldavia (Transnistria), Ucrania (República Popular de Donetsk) y Georgia (Abkhazia y Osetia del Sur) han expresado su deseo de unirse a la Unión Aduanera Euroasiática e integrarse a la UEEA por presiones de Rusia, utilizando razones lingüísticas, culturales e históricas, pero cuyos verdaderos motivos, que no escapan a nadie, son de carácter económico y estratégico y excusa, que no causa, del conflicto en Ucrania.

Por su parte a los actuales gobernantes de Hungría les gustaría incorporarse a ese bloque pero se interponen dos problemas, Ucrania que la separa físicamente de Rusia y su pertenencia a la UE desde 2004 que la separa políticamente. Su actual gobierno nacionalista comparte principios ideológicos con Putin y, de hecho, es considerado por muchos países como un verdadero caballo de Troya en el seno de la Unión Europea. El acuerdo nuclear entre Rusia y Hungría entra en conflicto con las normas y acuerdos europeos y con la misma política exterior de la UE y, desde ese punto de vista, es una disfunción evidente para un acción coordinada en este ámbito. La Comisión Europea está estudiando el acuerdo entre Hungría y Rusia para el desarrollo de dos reactores nucleares en suelo húngaro y en concreto, para la ampliación de la central nuclear de Paks. Este acuerdo se aprobó hace poco más de un año por el Parlamento de Hungría y a pesar de estar valorado en unos 12.500 millones de euros, fue otorgado sin licitación pública. Además recientemente Budapest ha firmado un acuerdo con China para “fortalecer las relaciones militares” y de ayuda económica que también está siendo estudiado por la Comisión Europea. No es una casualidad, a mi entender, la visita que hace unas semanas en plena negociación de la enésima ronda de paz por el conflicto en Ucrania, realizó el presidente ruso Vladímir Putin a Budapest. Algunos analistas creen que Rusia podría utilizar este acuerdo para influir en un país comunitario y bloquear las sanciones europeas a su país, cuestión sobre la que se ha posicionado en contra el primer ministro Orbán.

No parece que la UEEA sea un bloque económico comparable a la UE, pero la intención de Putin no es construir un espacio económico de la misma dimensión para competir con este, sino lograr territorio y sus recursos y un espacio de presión y freno a la expansión de la UE hacia el este. El problema es que estas pretensiones territoriales rusas no entran en conflicto con las pretensiones territoriales de Hungría o Bielorrusia hacia otros países, y por este motivo, son pretensiones compatibles que hacen posible el acuerdo estratégico entre todas las partes y la conformación de un bloque político en el centro de Europa. Cuenta además con la neutralidad, por diversas razones, de otros países del antiguo Pacto de Varsovia, como Moldavia, Chequia, Eslovaquia, Polonia, etc. que les obliga a adoptar una actitud de “laissez faire, laissez passer” ante Rusia o mantener un perfil bajo de oposición a las actividades militares que desarrolla este país.

Una actitud más activa, sin embargo, mantiene el primer ministro húngaro Orbán. ¿Qué quiso plantear el primer ministro húngaro, cuando el pasado 26 de julio en la ciudad rumana de Băile Tușnad ante un público de origen húngaro, en el que habló de que el imperio austrohúngaro había perdido dos tercios de sus súbditos tras la I Guerra Mundial, pero que él seguía contando con ellos?.

Sus arengas nacionalistas y su renuncia a un estado de libertades públicas, sus declaraciones a favor un sistema que no se sostenga en los beneficios de un estado del bienestar, en la recuperación de las raíces cristianas, su oposición a una “europa federalista”, sus comparaciones entre su pertenencia a la UE con la URSS, junto a sus alianzas políticas con la derecha nacionalista de Le Pen, augura un futuro repleto de tensiones internas y externas para la UE que, siendo paralelas confluyen en el medio plazo. No en vano algunos dirigentes europeos ya han solicitado que se le aplique a Hungría las sanciones más duras contemplados en el artículo 7 del Tratado de Lisboa contra un estado miembro.

Ante esta situación la izquierda ha de actuar con mucho tiento. Sin dejar de denunciar lo que sea pertinente, ha de evitar alimentar tentaciones rupturistas con sus críticas a la Unión Europea, como sí hace por el contrario, el Partido Popular Europeo, al que pertenece Orbán, al considerar un asunto menor y de carácter interno, las declaraciones públicas como las mencionadas. También la Comisión Europea se abstiene de opinar al respecto aunque la propia oposición húngara a Orbán reclame medidas a las instituciones europeas ante lo que es una afirmación que confirma los hechos y no una mera declaración exagerada de intenciones. Esta no pasaría de ser una bravuconada si no fuera acompañada de medidas tales como la aprobación de una constitución declaradamente confesional, la persecución a los gitanos y las organizaciones civiles -a las que califica de activistas políticos pagados por países extranjeros-, los recortes a la transparencia y a la libertad de información y sus referencias a los méritos de Singapur o Turquía como ejemplos a seguir.

Así pues, el conflicto en esta franja de tierra tan deseada no se limita a Ucrania. La franja en conflicto es una zona estratégica para ambas partes, no sólo por razones económicas sino también por razones geoestratégicas. Los datos de población, superficie total, superficie agrícola, producto interior bruto, recursos naturales mineros, etc son muy reveladores de su potencial. Sólo los países más grandes de esta franja (Polonia, Bielorrusia, Ucrania, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria) suponen un tercio de la población de la EU28 (130 millones), una superficie un tercio de la UE28 (1,5 millones de km2) aunque a penas una 6% del PIB de la UE28. Por otra parte su auténtico potencial radica en su posición entre dos bloques que, al margen de que se integren o permanezcan en uno de los dos mercados comunes (UE/UEEA), su relación ambivalente entre ambos ya le vale a Rusia para desestabilizar a la Unión Europea restándole crecimiento y fortaleza a su política exterior.

Para Rusia, con 17 millones de km cuadrados y una población superior a los 143 millones de habitantes, esta franja de tierra tiene un valor muy superior al que lo tiene para la UE. La mayor parte de la población de la Federación Rusa está localizada en la zona europea y el fortalecimiento del comercio con la europea del este le permitiría explotar adecuadamente sus recursos naturales y ampliar un mercado interior muy deteriorado y dependiente de estructuras arcaicas de producción y consumo.

Para Rusia reducir la competencia económica de la UE, ampliar su influencia en el mediterráneo oriental, cerrar acuerdos con China, atar a los socias actuales de la UEEA y extender esta a más países (que podría llegar a incorporar a Vietnam), son vitales para su consolidación como potencia mundial, asumiendo una fuerte depreciación del rublo y un empeoramiento de las condiciones de vida de los rusos. Este empeoramiento sería compensado con el fortalecimiento del sentimiento panruso y el propio liderazgo de Putin en estas disputas. Sólo el impacto que las sanciones tienen en sus actuales socios de la UEEA, especialmente a Kazakstán y Bielorrusia, puede mermar las aspiraciones expansionistas rusas aunque es evidente que son socios menores en el juego de ajedrez ruso cuya estrategia está marcada por Moscú.

Otro elemento que puede crear oposición en el seno de la UEEA es que en el ejemplo ucranio se ven amenazados muchos países fronterizos de Rusia en los que conviven numerosas comunidades rusas. En ese conflicto pueden verse reflejados ellos mismos que pueden ver en esos movimientos un adelanto de lo que puede pasar en sus propios territorios algo que, para estos países, es mucho más amenazador que la promesa incumplida de EEUU de que nunca integraría a los antiguos países del Pacto de Varsovia en la OTAN. Pero con todo, la oposición al poder de Putin es muy limitada.

Parece obvio que los conflictos en esta franja de tierra tiene su origen en la política norteamericana de romper su palabra de no expandirse hacia los antiguos países del Pacto de Varsovia que empezó con la campaña de bombardeos aéreos contra Serbia aliado de Rusia, en 1999, y también, durante el mismo año, tuvieron lugar las adhesiones de Polonia, la República Checa y Hungría a la OTAN. Vino después la creación de una fuerza de reacción rápida en Praga, en 2002, seguida en 2004 de una oleada de incorporaciones de 7 países más –Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia– gracias a las cuales la OTAN alcanzó las fronteras de Rusia.

No es de extrañar, en esta escalada, las recientes declaraciones del Presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncke o de Javier Solana de crear un ejército europeo así como el incremento de la presencia de fuerzas de la OTAN en toda la frontera con Rusia. Estas acciones son contestadas por esta con un incremento de vuelos en territorio de la OTAN. Hace escasamente unas semanas aviones españoles de la OTAN interceptaron seis aviones militares rusos dentro del espacio aéreo polaco, constatándose que se han cuadruplicado las acciones militares de las fuerzas armadas rusas en el último año en la frontera incluso con invasión de espacio aéreo. Así lo ha dicho el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. Tampoco hay que olvidar que en Polonia prosigue la instalación de misiles estadounidenses, supuestamente desplegados allí para interceptar hipotéticos misiles intercontinentales que podrían ser lanzados por el «Eje del Mal», o sea Irán y Corea del Norte. Mientras escribo este artículo se publica la noticia de que acaban de desembarcar tropas norteamericanas en los países báltico que se instalarán durante, al menos, tres meses para realizar maniobras militares en el Báltico. Si esto no es una escalada bélica, se le parece bastante.

El surgimiento de Putin y el fortalecimiento del nacionalismo ruso tiene su origen en las acciones de Washington y, lamentablemente, no encuentro muchas diferencias en la acción de los presidentes demócratas o republicanos en este asunto. Estas acciones junto a la crisis económica global, son el caldo de cultivo del nacionalismo ruso y la convergencia con los gobiernos conservadores de centroeuropa. En este escenario, la política exterior europea debería estar orientar a una mayor independencia de los intereses norteamericanos, al menos en aquellas cuestiones en la que los puntos de vista, cuando no los intereses, son contrapuestos. Podemos tener una política exterior común en cuestiones tales como la guerra contra el ejército del Estado Islámico pero no tenemos porqué coincidir en la solución a la cuestión palestina. Podemos estar de acuerdo en oponernos a la política expansionista de la Federación Rusa pero no tenemos porqué estar de acuerdo en la forma de solucionar esta cuestión que, desde luego, no pasa por retomar la guerra fría.

En todo caso, la decisión de Rusia o Europa/EEUU en este asunto radica en si alguna de las dos partes está dispuesta a renunciar a esta franja de tierra. Para ambas partes supone renunciar a un territorio cualitativamente interesante para su consolidación como potencia mundial en un escenario en el que los polos de poder se desplazan hacia oriente con lo que parece improbable que la solución pase por esa renuncia y sí, por el contrario, por encontrar un sistema de convivencia de los intereses en conflicto.

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