viernes. 29.03.2024

La tormenta perfecta de la crisis española

La crisis española ha devenido en una tormenta perfecta; poliédrica en los ámbitos: económica, moral, política e institucional, y en los actores: Casa Real, Gobierno, partidos políticos, parlamento...

La crisis española ha devenido en una tormenta perfecta; poliédrica en los ámbitos: económica, moral, política e institucional, y en los actores: Casa Real, Gobierno, partidos políticos, parlamento... Es una quiebra sistémica provocada por el agotamiento de la asunción del postmodernismo como ideología, tomando por postmodernismo la tendencia dinamitadora de la ética y las propias ideologías por modelos conceptuales banalizadores de la cultura como conocimiento y de la política como instrumento cívico de equilibrio social. Un pragmatismo utilitarista fomentado en la génesis de la Transición para doblegar cualquier tipo de pensamiento crítico. Pero como afirmaba Robert Musil, el Estado “no consta sólo de Corona y de pueblo con Administración en el medio, sino que hay además otra cosa: el pensamiento, la moral, la idea” (El hombre sin atributos).

El ortopédico modelo heredado de la Transición consolida que los poderes no sujetos al control democrático sean tan influyentes que resulte casi imposible realizar una política afín a las mayorías sociales si esta política no se compadece con los intereses de los poderes fácticos económicos, sociológicos y financieros. Cuando el interés general desaparece del horizonte del sistema la corrupción se convierte en la única regla del juego. La falta de credibilidad se incrusta en todos los intersticios institucionales creando un déficit democrático muy dificultoso de sobresanar ya que  como resaltó Bernard Crick,  la clave de bóveda de la política democrática es la persuasión y “parte de la persuasión consiste en dialogar; la otra parte, es dar ejemplo” (En defensa de la política).

Ya nada será como antes. Sin persuasión ni ejemplo, con una democracia débil con relación a las élites fácticas, con unas políticas estructurales que amplían la desigualdad hasta extremo indecorosos, que siembran la pobreza en amplias capas de la población en beneficio de las minorías organizadas sin pudor alguno, donde la indiferenciación de las ofertas partidarias produce desconcierto y desamparo en la ciudadanía, sean cuales sean los derroteros futuros de la economía, no podrá volverse a la normalidad sistémica, si es que alguna vez la hubo.

La gente lo está pasando mal pero los políticos actúan como si no pasara nada. Ortega, en otra encrucijada crítica, ya advertía:  “La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces ésta: «¡En España no pasa nada!» La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años.” Al igual que en el relato de Ray Bradbury donde un personaje grita que la gente corre porque llega una tormenta y el que le acompaña le aclara que ellos son la tormenta, la política condicionada por la democracia débil y la influencia no sujeta al escrutinio ciudadano de las élites económicas y financieras, condiciona que la gente no vea a los políticos como los actores que les protegen de la tormenta sino como la misma tormenta.

Desconociendo esa verdad que nos anuncia la película de Vincent Ward, “Más allá de los sueños”, cuando un personaje afirma: "El pensamiento es la realidad. Lo físico es la ficción", en este tiempo resignado y amargo donde la pobreza material se difunde junto a la pobreza de las ideas para beneficio de mercaderes y usureros, el complejo pragmático, postmodernista, ha dejado sin instrumentos de defensa a las mayorías sociales más castigadas por la irracionalidad de una injusticia presentada como inconcusa.

La tormenta perfecta de la crisis española