viernes. 19.04.2024

Los estados de la política

Algunos hablan de estructuras políticas líquidas, participación líquida, alternativas líquidas...

“La tragedia de la ciencia es la destrucción
de una bella hipótesis por un hecho desagradable”
.
Thomas H. Huxley

La frase de Huxley podría aplicarse a la política cuya tragedia viene a ser muy similar a la que sufre la ciencia y es que bellas alternativas son destruidas por realidades desagradables. Pero empecemos por el principio.

Me resulta extraño el uso que se hace de estados de la materia para explicar la sociedad cuando ésta es mucho más compleja, y sin duda igualmente interesante que cualquiera de los problemas de la física. Ésta práctica es bastante habitual en ciencias sociales motivada, quizás, por un afán excesivo por presentar el carácter científico de sus discursos cuando falla lo que hay de ciencia aplicada en la reflexión sobre la sociedad. Esta crítica ya fue denunciada con bastantes argumentos y mucha ironía por Alan Sokal y Jean Bricman en su libro “Imposturas intelectuales” y no voy a insistir en ello. Pero este mismo proceso sucede incluso entre diferentes ciencias sociales, que trasponen sin criterio argumentos de entre disciplinas, simplemente, porque suenan bien. Si entre las ciencias aplicadas y las ciencias sociales pueden utilizarse ejemplos como analogías, aplicar conceptos mecánicamente de un área de conocimiento a otra, lleva a una confusión difícilmente superable.

Así, algunos politólogos, contraponen en sus discursos las estructuras sólidas, como sinónimo de lo viejo, con estructuras líquidas que sería lo nuevo. Nadie de momento habla de estructuras políticas gaseosas o plasmáticas que completan los cuatro estados de la materia a los que se podría acudir para embellecer con terminología moderna las explicaciones de nuestra sociedad y proponer alternativas.

Probablemente nadie hace referencia a estos dos últimos estados porque lo de estado gaseoso tiene referencias escatológicas y lo plasmático a ni se sabe a qué remite.

Sinceramente, me hubiera gustado leer alguna crítica de los clásicos del pensamiento marxista a estas aportaciones pues, a pesar de lo que se cree, estos personajes tenían un sentido del humor muy corrosivo como se comprueba en algunas partes de su obra “La Sagrada Familia o crítica de la crítica crítica”. Esto, partiendo de la hipótesis, aún por confirmar, que un filósofo alemán del siglo XIX puede tener sentido del humor en algún grado.

Aceptemos, no obstante, el juego y veamos cómo se caracterizan los estados de la materia y a qué nos estamos refiriendo cuando lo transponemos a la política.

Lo que caracteriza al estado sólido de la materia es que las partículas están unidas por fuerzas de atracción muy grandes, por lo que se mantienen fijas en su lugar; sólo vibran unas al lado de otras.

Sus propiedades son claras; tienen forma y volumen constantes, se caracterizan por la rigidez y regularidad de sus estructuras, no se pueden comprimir, pues no es posible reducir su volumen presionándolos pero se dilatan: aumentan su volumen cuando se calientan, y se contraen disminuyendo su volumen cuando se enfrían.

¿Qué tiene que ver esto con la política? Realmente tiene que ver lo que uno quiera. Obviamente la palabra clave es “rigidez” que es la palabra mágica que condena lo sólido al Averno. Porque nadie puede estar en contra de que una institución o sistema tenga forma y volumen constante, regularidad de las estructuras –estas propiedades garantizan la de seguridad jurídica–, que no se pueda comprimir – es decir, la institución no se deja presionar por fuerzas externas, aumenta o disminuye su volumen en tanto las condiciones externas varían. Pero ¿Por qué algo rígido tiene ese valor negativo? Quizás porque imbuidos de un pensamiento Zen aplicamos aquello de lo “quebradizo de lo rígido frente a lo adaptativo de lo flexible”. Esta es una idea, sin duda, muy bonita pero, frente a la avalancha de recortes y ataques de la derecha europea, las mareas y sus reivindicaciones se han manifestado valientemente rígidas frente a la actitud pusilánime y adaptativa de la socialdemocracia... por el bien común, un bien que incluía, parece ser, los intereses de las oligarquías industriales y financieras.

Pero está claro que, en el marco cognitivo de la posmodernidad, gana lo líquido frente a lo sólido a pesar de las connotaciones positivas que tiene el concepto “sólido” cuando lo unimos a otros conceptos como solidez intelectual, solidez ética, trayectoria profesional sólida. Sinónimo aquí de firmeza, fortaleza, cohesión, asentado, establecido con razones fundamentales y verdaderas.

Acudir a esta terminología, al concepto “liquido” es muy cool, concepto que es muy claro cuando se profundiza en ella pero que se queda en mero postureo cuando se plantea a la ligera y más cuando se utiliza para proponer modelos y sistemas de participación alternativos ya que, esa “modernidad líquida”, en su definición estricta, conduce a las personas a actuar individualmente frente a las agresiones del sistema.

¿De dónde viene la confusión?

El concepto fue establecido por Zygmunt Bauman en “Modernidad líquida” pero a diferencia de las lecturas o los usos leves del término, Bauman no contrapone lo sólido frente a lo líquido sino que establece estos dos estados como dos caras de una misma moneda y, desde luego, no lo expone como propuesta sino como una estricta descripción de la sociedad a la que hay que hacer frente. De ahí que esta utilización indiscriminada

Así, quien reclama la liquidez como instrumento para la emancipación o exclusivamente para la acción política, está reclamando una alternativa distópica sobre la que el propio Bauman reflexionó en sus últimos años.

Por otra parte, cabe recordar que como el propio Bauman dice en su libro como introducción del libro, la modernidad siempre ha sido líquida, ha fluido y ha pretendido “derretir los sólidos”, frase que, para los amantes de lo nuevo simplemente porque suena a nuevo, es una idea de Marx.

“Todas las relaciones sociales tradicionales y consolidadas, con su cortejo de creencias y de ideas admitidas y veneradas, quedan rotas: las que las reemplazan caducan antes de haber podido cristalizar. Todo lo que era sólido y estable es destruido; todo lo que era sagrado es profanado, y los hombres se ven forzados a considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas con desilusión”

Posteriormente Max Weber también utilizó esta terminología ambos no con la intención de destruir las ideas preconcebidas, establecidas, sólidas para construir unas nuevas igualmente sólidas. Nada, por tanto, en estos autores, remite a que lo “líquido” sea el estado ideal, sino que es el instrumento para construir una nueva sociedad.

El discurso de Bauman va mucho más allá y fue controvertido porque sostuvo un punto de vista, cuanto menos chocante para un sociólogo, al afirmar que “el comportamiento humano no puede explicarse primariamente por la determinación social o discusión racional, sino más bien descansa en algún impulso innato, presocial en los individuos”. No pretendo discutir la totalidad del pensamiento de Bauman, ni hacer partícipe de sus ideas a aquellos que hablan de la necesidad de adoptar actitudes líquidas en política, ni pretendo en este artículo disertar sobre este autor, simplemente trato de evidenciar que el uso “vulgar” que se hace de este concepto cool tiene unas consecuencias poco deseables para aquellos que las usan con demasiada ligereza. Particularmente para aquellos que lo usan desde posiciones de izquierda radical.

Esta ligereza en el uso del término, supone aceptar este estado líquido como el ideal. Algunos hablan de estructuras políticas líquidas, participación líquida, alternativas líquidas, etc. Pero llevada a sus últimas consecuencias, convertida la “licuefacción” en propuesta política, se estaría afirmando la necesidad de la desregulación, la flexibilización, la inutilidad de los valores comunes, la libertad individual por encima de todo interés general, el libre mercado, etc. Porque es exactamente eso lo que viene a denunciar Z. Bauman: “los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados”.

De hecho la afirmación sobre una sociedad moderna “liquida” es una descripción, no una propuesta. Al menos Bauman no ofrece teorías o sistemas definitivos, se limita a describir nuestras contradicciones, las tensiones no sólo sociales sino también existenciales que se generan cuando los humanos nos relacionamos. Por parte de Bauman se constata, no se desea. Y sin embargo los posmodernos (también en su sentido más vulgar) le compran el término y lo usan a su libre albedrío para establecer formalmente, una alternativa política (o al menos una acción política estética) basada en la “liquidez”.

De esta forma, el uso de la “licuefacción” en política sólo puede ser entendido en su contexto concreto, casi intervención por intervención, discurso por discurso, para saber qué es lo que quieren decir cuando la usan. Así los partidos políticos “sólidos” o, si se prefiere, enquilosados, se le contraponen soluciones “líquidas” o estructuras para “nuevas formas de hacer política” pero se utiliza en su sentido más tradicional de las soluciones ya que, lo que se está afirmando es la necesidad de que estas estructuras, y por extensión todas las instituciones que rigen nuestra vida social, se abran a la crítica, la participación, la democracia. Pero ¿qué hay de nuevo en eso? Poco o nada. De hecho la modernidad es un devenir de soluciones líquidas desde este punto de vista.

Y esta licuefacción (insisto en su sentido vulgar y como proposición política) curiosamente va en paralelo -y de ahí la contradicción inherente- con la búsqueda de alguna identidad por aquellos que presentan el concepto como proposición y no como constatación. Identidad que se constituye así, en un último refugio de la necesidad de algo sólido.

¿Por qué se revitalizan ahora precisamente los sentimientos nacionalistas, gregarios, territoriales, de pertenencia a un grupo sea por orientación sexual, género, interés gremial, o cualquier otra característica individual sin conexión con otros intereses? Porque aunque se reclama una cosa, se busca la identidad como último refugio de los sólido, en el fondo como “máscaras de supervivencia”, tablas de salvación en un mundo de indefiniciones. Se reclama la liquidez pero se busca lo sólido aunque algo no demasiado rígido para no dejar de ser cool, sin darse cuenta de que con esta actitud, como analiza Bauman, se cae en las garras de una modernidad líquida que les subyuga.

No es suficiente la pertenencia a la raza humana para pertenecer a algo, ni por supuesto a una clase social, ni a una alternativa política, ni a cualquiera de las estructuras existentes que actúan globalmente para organizarnos colectivamente. Estas pertenencias han dejado de ser objetivas para dar paso a aquellas otras que, perteneciendo al ámbito de lo subjetivo, son más “sólidas”. Quizás la religión y la nación – y otras pertenencias trasversales - sobreviven a todas las demás, lo cual no deja de ser curioso y merece otra reflexión a parte.

En este paso de la modernidad "sólida" a la "líquida", se ha creado un escenario sin precedentes para la práctica de la vida individual, por lo que las formas sociales se han diluido y no sirven como marco de referencia para la acción humana. Se necesita, por eso, algo más individual que les permita enmascarar su necesidad de reclamar lo líquido pero sobreviviendo con algo sólido, pues esta modernidad líquida se hace insoportable en soledad ya que, al final, todo ser humano busca establecer su relato teleológico.

Esa proclamación de lo líquido, elevada a la categoría de sistema ideal, incluso de propuesta política, supone la renuncia a cualquier acción racional, inteligente y colectiva de emancipación puesto que se renuncia a cualquier acción colectiva que no les permita expresarnos individualmente. En última instancia, y cómo máxima concesión, se aceptan esos marcos “rígidos” siempre y cuando, el que reclama la “liquidez” se convierta en representante de los demás, pues sólo así el “liquidador” puede expresarse individualmente criticando lo sólido. Pero cuando la acción política no es racional, entonces es, por definición, irracional, emotiva, pasional y su devenir imprevisible.

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