viernes. 19.04.2024

Aprender de la historia

Atribuir el estallido de una guerra a elementos circunstanciales es querer ocultar las verdaderas causas e intenciones de dicha guerra...

“Las guerras comienzan cuando se desea, pero no terminan cuando se quiere”
Maquiavelo

Atribuir el estallido de una guerra a elementos circunstanciales es querer ocultar las verdaderas causas e intenciones de dicha guerra. La I Guerra Mundial tiene su origen en la transformación económica de un continente y de las tensiones sociales que eso provocó, la pérdida de poder de sectores sociales y del advenimiento de un nuevo actor social, la clase obrera, que no se resigna a tener un papel secundario en la historia así como la urgente necesidad de la burguesía centroeuropea de disponer de recursos minerales para la industrialización de los países, hasta ese momento hegemónicos, que veían peligrar el mantenimiento de los privilegios heredados nacionales y de clase. Las tensiones étnicas, culturales, fronterizas o las desavenencias personales entre el Káiser y el Archiduque Francisco Fernando, los acuerdos y desacuerdos entre el Zar y la República Francesa o Alemania son cuestiones secundarias que favorecieron el clima bélico pero no son la causa del conflicto.

Igualmente la II Guerra Mundial poco o nada tiene que ver con la defensa de los derechos humanos y la protección de la población europea frente a un malévolo dictador y sí tiene que ver, y mucho, con la defensa y consolidación de una posición dominante de los nuevos países industrializados y sobre todo, como mecanismo para reactivar una economía que había llegado, en pocas décadas, a colapsarse ante la imposibilidad de mantener las tasas de crecimiento que se habían producido desde finales del siglo XIX. En este caso coincidieron las fluctuaciones cíclicas de corto alcance con las ondas de los ciclos largos, todas ellas a la baja lo que llevó al convencimiento de que la única opción era reiniciar el sistema, partir de cero, generar nuevas necesidades que permitan seguir acumulando, es decir, se llegó al convencimiento de que una guerra era buena.

Ninguna guerra es igual a otra pero en todas ellas las causa económicas y los conflictos entre actores emergentes y actores en declive están en el origen de las mismas. Cuando se da además de estas dos circunstancias, una crisis económica con endeudamiento excesivo de algunos países con otros, las tensiones se incrementan exponencialmente puesto que la deuda externa, en cualquiera de sus formas, no es más que aquello que un país le debe a otro y ese endeudamiento les impide abordar políticas interiores.

Si hasta las crisis económicas de principios de siglo XX los países ricos e industrializados disponían de mecanismos de compensación, de intercambio comercial o de externalización de su pago mediante mecanismos alternativos tales como la cesión de territorios, con sus mercados, recursos y mano de obra, la cesión del patrón monetario común, la aparición de nuevas tecnologías que incremente la competitividad o de acuerdos geopolíticos mecanismos todos ellos que permitían pagar la deuda entre países, hoy en día, la globalización, la crisis de los países industrializados y la saturación de todos los mercados ha hecho que la deuda de algunos países no puede ser compensada mediante esos mecanismos alternativos y los acreedores exigen el pago inmediato en metálico. Además hay que tener en cuenta que los mercados con los jugaban los países ricos hasta el momento se han convertido en economías emergentes que compiten en igualdad de condiciones, cuando no en condiciones más ventajosas, en la reclamación de nuevas posiciones económicas lo que reduce, aún más, esa capacidad de desviar o aplazar el pago de la deuda.

En su libro “El Retorno de la Economía de la Depresión”, el economista Paul Krugman analizó las crisis económicas que sacudieron a diferentes países del mundo en la década de los 90. Para Krugman en las crisis recientes intervienen mecanismos complejos que provocan la propagación de los sus efectos hacia diferentes regiones del mundo y causan reacciones en cadena que a su vez, provocan cambios inesperados en diversos lugares, de manera que lo que beneficia a un país puede perjudicar o fortalecer a otro. Las crisis en los 90 constituyeron una alerta que indicó que los problemas de la década de los 30 habían vuelto al escenario mundial.

Krugman explicó que la demanda agregada era (y es), otra vez, incapaz de aprovechar la capacidad productiva instalada ya de por si sobreinstalada, la cual en momentos de recesión se incrementa. Los economistas neoliberales cayeron en el grave error de subestimar las recesiones y se concentraron únicamente en el cambio tecnológico y en el crecimiento económico a largo plazo, mientras que en la práctica todas las economías sufren recesiones consecutivas que destruyen los progresos anteriores. Krugman considera que se debe responder de acuerdo con las diferentes situaciones, y además, propone analizar a fondo el carácter de las crisis, pues son evidencias de problemas estructurales que deben ser solucionados. Pero como sucedió en los años treinta, los cambios necesarios son obstaculizados por doctrinas dogmáticas de una ortodoxia obsoleta.

Cuando se dice que hay que aprender de la historia para no repetirla habitualmente se hace referencia a que no hemos de olvidar las trágicas consecuencias de un conflicto armado generalizado pero pocas veces se hace mención que lo que no hay que olvidar son las causas que las provocaron. Las causas profundas, las causas reales no las aparentes.

Aprender de la historia supondría replantearse el papel que los estados europeos, la Unión Europea, Rusia y los Estados Unidos de América están teniendo en el actual conflicto de Ucrania y afirmar que son los intereses económicos, de cómo se va a salir de esta crisis económica y de quién va a ganar con la salida de la crisis lo que está en juego.

¿Que se juega en Ucrania? De nuevo los recursos económicos, de nuevo una posición geoestratégica, de nuevo qué países y dentro de ellos que actores, sacan provecho de la salida de la crisis mundial y qué países se van a quedar sometidos o supeditados a los ganadores. La cooperación internacional ha demostrado que es un instrumento insuficiente para garantizar un periodo de estabilidad económica. Es la hora del conflicto.

La integración de Ucrania en uno u otro bloque económicos (occidente vía U.E. o Rusia) no depende de las afinidades ideológicas o de las virtudes democráticas, si es que alguno las tiene, de uno u otro actor sino de los beneficios que estos ofrezcan a sus partneirs. Eso actúa sobre un escenario ya de por sí conflictivo por la particular historia que arrastra Ucrania desde la finalización de la Guerra de Crimea, pero las coincidencias étnicas, lingüísticas, culturales de unos con otros (el este de Ucrania con Rusia y el oeste con la Europa unida) es un mero divertimento, una mera distracción. De la misma forma que es una distracción presentar la integración en la UE como la solución democrática y la vinculación económica con Rusia a la reacción antidemocrática. Lo que está en juego son los recursos económicos existentes en la región y sobre todo la posición estratégica de paso de recursos petrolíferos y gasísticos y el control que ello supone en un mercado cada vez más obstruido por su dependencia de unos pocos productores para el mantenimiento de la industrialización, es decir, de los privilegios económicos.

El control de las economías con pocos extractores de petróleo y gas, un incremento desmesurado de la demanda y una reducción de la oferta, convierte a los transportistas en pieza clave de la economía actual. Rusia quiere hacer depender a Europa de sus recursos petrolíferos y gasísticos. Y por supuesto no dejar que ningún país de su órbita deje de depender de Rusia. En el centro de esta guerra en ciernes está Gasoducto Ruso-Ucraniano cuya administración y régimen impositivo fue la aparente causa del contencioso que sostuvieron a principios del año 2006 Moscú y Kiev. Este gaseoducto sale de Rusia y atraviesa Ucrania, dividiéndose en este país en dos ramales, el más importante en capacidad va hacia el norte a través de Polonia, rumbo a la Unión Europea y uno que va al sur, hacia los Balcanes y Turquía. Desde luego no se debe permitir ese dominio a Rusia pero no por la vía de jugar de jugar a Risk con un tablero a escala real, sino por la vía de garantizar a Europa la necesaria independencia energética.

Por su parte lo que necesita Ucrania es un actor que se enfrente a las oligarquías locales, el poder ruso y a la ambición europea. Pero esa necesidad poco le preocupa a Merkel, Obama o Putin. Lo que está en juego es otra cosa y en este peligroso juego existe una contraparte, el Presidente Ruso, que aspira a convertir de nuevo a Rusia en un imperio donde no se ponga el sol controlando a su población de cualquier veleidad antipatriotica y al resto de países a cualquier pretensión de condicionar su política interna y externa. Ha aprendido de China que es la capacidad económica la que determina su impunidad.

El Presidente Ruso no se va a limitar a provocar un conflicto armado localizado en una parte de Ucrania. Va a extender ese conflicto a toda la región para controlar el paso de sus oleoductos y los de terceros países por Rusia o por zonas controladas por Rusia. Pero más allá de ese control militar de la región, Putin va ha interferir en la Unión Europea favoreciendo aquellas opciones políticas, de cualquier pelaje, que pongan en duda la unidad de la Unión Europea creando así un enemigo interior que destruya desde dentro a Europa. Bien harían los gobiernos europeos en vigilar las ayudas que partidos euroescépticos de extrema derecha o antisistema reciben a partir de ahora pero sobre todo, bien harían los gobiernos europeos en construir una Europa de los ciudadanos con menor dependencia energética del petróleo y el gas en lugar de persistir en una Europa imperial.

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