jueves. 28.03.2024

La Revolución tranquila

Ser hoy “revolucionario” no es otra cosa que apelar a la higiene democrática, reconciliarse con la política...

La Revolución americana conforma el preludio histórico de la Revolución francesa que en 1789 supone una verdadera transformación de la razón continental. Una clase social en ascenso, una burguesía cada vez más poderosa, termina por enfrentarse a una aristocracia caduca. En el cuadro de esta revolución se desarrolla paralelamente un movimiento campesino, autónomo respecto del burgués. Si sus aspiraciones son distintas, sus objetivos más inmediatos coinciden en buena medida con los de los burgueses: la destrucción de las relaciones feudales de producción y la asunción de unos derechos fundamentales que van a elevarlo a la categoría de ciudadano.

En dicha Revolución, es la persistente reacción de la clase dominante a cualquier intento de redistribución de la riqueza, su afán por seguir acaparando todo el poder, lo que va a acabar con todos ellos. En un primer momento no se buscaba demoler el edificio, sino modificarlo. Pero la intelectualidad burguesa se ve arrastrada por la transversalidad del fenómeno revolucionario. Ciertamente, la Revolución contempla la instauración de la burguesía como nuevo grupo social que a partir de ahora se hace con el dominio de los medios de producción, pero consagra también las bases ideológicas de la modernidad: soberanía popular, derechos fundamentales del hombre, legislación positiva, etc. Si muchos de estos principios pueden terminar en conceptos jurídicos puramente formales, no es menos cierto que a partir de entonces se afianza el concepto ilustrado de “progreso” como razón de ser del hombre que convive en sociedad. Ninguna restauración podrá ya enterrar la nueva comprensión de la sociedad.

Hasta ahora el mundo ha sido para el hombre una realidad “objetiva”, invariable, dada por Dios. La esencia de esta realidad, el sentido del universo y del individuo, conforma un devenir otorgado, inevitable para la inmensa mayoría de la población. En este mundo dado dicho orden, aun siendo impuesto, no se percibe como ajeno a un hombre que encuentra su sentido y su certidumbre en dicha verdad. El ser humano no había cobrado aún conciencia de sí mismo, conciencia de vivir una situación invertida. Su despertar es el despertar de su conciencia subjetiva: ¿es el hombre el que pertenece al mundo, o es el mundo el que pertenece al hombre? Lo absoluto estaba hasta ahora en las cosas, en las sustancias o en las esencias, pero no en el hombre. La doctrina filosófica y social de la Revolución francesa, capaz de transformar la sociedad, de derribar instituciones políticas, se presenta como verdadera antesala del hombre social, de la ciencia histórica y de un materialismo filosófico que está por llegar.

Durante la segunda parte del XIX y primera del XX, son las revoluciones sociales y la toma de conciencia del proletariado en tanto clase, quienes discuten en el plano histórico su condición de grupo dominante a la burguesía, pero también quienes logran garantizar la adquisición pactada de los nuevos derechos sociales. En otras palabras, la paulatina y costosa conquista de la democracia real se traduce en una gradual socialización del poder, en despojar poco a poco de poder a quien lo acapara en detrimento de la gran mayoría social. ¿Qué son los derechos fundamentales sino la democratización de los antiguos privilegios? Quien convierte hoy el derecho a la sanidad, a la educación, a las pensiones, a un trabajo digno, a las coberturas sociales, en situaciones ponderables no hace otra cosa que atacar nuestra democracia.

Frente a este sentido histórico del progreso, la versión del hombre enemigo del estado ha permanecido desde entonces a la ofensiva. La sempiterna erosión del sistema, la apropiación de la edificación común en beneficio de cada aspiración individual, se configura como la única base filosófica del capitalismo real una vez éste se libera de cualquier versión mixta o amenaza histórica. Para el liberalismo puro, sólo el hombre propietario se erige en sujeto de derecho político; "la libertad" representa así el conjunto de condiciones que permite al poderoso ejercer su poder coactivo sobre el resto de la sociedad sin ningún tipo de control. Si éste desea libertad para hacer lo que le dé la gana en sus relaciones con los demás, el débil busca por el contrario el reconocimiento de oficio de esa libertad para no quedar sometido a una voluntad ajena. Si uno precisa de reglas, de justicia y de normas que lo amparen, el otro no está dispuesto a que nadie regule su modo de acrecer, sus relaciones de producción o sus plusvalías.

Pero el asalto final de la aristocracia global al bienestar, no sólo implica la descomposición del estado social, lleva también aparejada la gradual desaparición de la gran clase media, siempre conservadora hasta que se siente amenazada. La nueva política se impone: ¿a quién le importa que a la gente le vaya mal si a la economía le va bien? En este proceso de descomposición, la sociedad es hoy consciente de que sus principios de convivencia y su patrimonio están siendo saqueados. Es ésta una Revolución del pensamiento, tranquila e incruenta, donde El Terror siempre lo protagonizan los mismos. En tanto el poder se aristocratiza, lo hace también su ley, la voluntad elevada a derecho de unas élites transnacionales que se han apropiado de la política, del estado y de unos representantes convertidos en capataces de aquellas.

Quienes reaccionan hoy a las resultas del nuevo orden son los pensionistas que ven amenazada su tranquilidad; los ahorradores estafados por sus entidades financieras; los médicos en guardia contra la privatización de la Sanidad; los asalariados despojados de sus derechos adquiridos; los más aptos y capaces, obligados a abandonar su país y sus raíces; los intelectuales, a los que al igual que hace un siglo y hace dos, les sigue resultando imposible no abochornarse de esta España; los profesionales de la ciencia, la investigación o las energías renovables que contemplan la ignominia; los desahuciados lanzados al río cada día de manera ilegal; los gran dependientes abandonados a su suerte; los enfermos que ven pasar los meses sin el suministro de su vital medicina; los estudiantes que ven suspendidas sus becas... Todos ellos se sitúan en vanguardia del Tercer Estado. Es en definitiva, una clamorosa demanda de sentido común frente a la política de la indecencia.

¿Para qué quieren gobernar? Nuevas leyes entran en vigor para ocultar el malestar social bajo la alfombra. Hasta 30.000 € de multa para todo aquel que se le ocurra protestar ante un desahucio, ante el Congreso, o simplemente grabar una agresión policial. Saben que la sublevación del pensamiento es mérito suyo y ya sólo piensan en reprimirlo. Al español le toca definitivamente escoger entre “ciudadano” o “habitante”. Frente a la servidumbre de la política y la entrega de una soberanía nacional abierta de piernas, la Revolución del sentido común sólo persigue reivindicar la democracia real. No hay bolchevismos sino el temor de algunos a ver frustradas sus aspiraciones. El derecho al voto es la única gran arma de la Revolución democrática. Alentarla es preservar nuestra memoria y nuestra identidad. Ser hoy “revolucionario” no es otra cosa que apelar a la higiene democrática, reconciliarse con la política, recobrar la ilusión por votar sin olvidar que "recuperar un gobierno" no significa "recuperar el poder". En toda Revolución, lo verdaderamente importante es siempre inventar el final.

La Revolución tranquila