viernes. 29.03.2024

El pecado original

Ya sólo la náusea permite identificar a un patriota honesto de la satisfecha vanidad que distingue a los centinelas patrios.

“Porque no sé lo que hago, pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago (…) porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo, no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí. Por consiguiente, tengo en mí esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega (…) ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro señor; yo, que con la mente sirvo a la ley de Dios, y con la carne a la ley del pecado” (Romanos, 7, 15-25). Todo un cachondo, el de Tarso, redactando sus Epístolas.

Es importante comprender la fe de nuestros gobernantes. No es que se lo lleven crudo porque sean corruptos, es que son corruptos porque así les ha hecho el Creador; a su imagen y semejanza. El problema de quienes no entienden la idea de España reside en su falta de fe; en no leer las Escrituras. “Se siembra en corrupción y se resucita incorrupto” (1.Cor.15, 42) anuncia Pablo. ¿Cómo completar entonces el virtuoso círculo de nuestra redención si no es pecando primero? Una vez derramada la gracia sobre nosotros, ya estamos tardando en prevaricar.

“Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”. La resignada sentencia de Isaías (1.3), bien puede extrapolarse a nuestros lares. O bien “todos son iguales” o hablamos por el contrario de “casos puntuales", un sin fin de singularidades que nada tienen que ver con la gran trama (bajo distintos nombres) organizada por el partido de gobierno durante décadas, por mucho que así lo constaten los jueces. Los españoles, pacíficos, mansos y pobres de espíritu renovaremos el mandato de nuestros representantes. Ya lo dijo un eminente auspiciador de aeropuertos sin aviones en clara referencia a los enemigos de España: “no han comprendido nada”. No le falta razón. ¿Es que alguien piensa aún que la esencia de nuestros dilectos oputarras descansa en el silicio o en combatir el fornicio? Lo que les permite conciliar el sueño es refugiarse en la liturgia. La carga de la conciencia resulta mucho más soportable bajo el palio de la fe.

Redimidos

La crucifixión del indignado Nazareno (en su condición de Mesías histórico) es la palmaria demostración de que No se puede; el triunfo definitivo de los magnates del Templo y la aristocracia parasitaria del imperio, sobre aquellos con hambre y sed de justicia. Tras el hombre políticamente peligroso, subversivo contra el orden político y social, emerge el Cristo de la fe; la conversión paulina sirve tanto a judíos como a gentiles; a circuncidados y a incircuncisos. Nuestros gestores se saben pecadores. Les basta la confesión de un sacerdote o las obras encaminadas a la indulgencia, para redimir todos sus pecados. En palabras de Fernando de Orbaneja, “para la Iglesia católica, el pecado original es la corrupción de la humanidad. Como consecuencia de ello, todos los seres humanos salvo María, son pecadores por el mero hecho de nacer”. Asumido esto, poco más queda por concluir desde la lógica costalera: "puesto que todos nacemos pecadores, he de apresurarme”. Al grito de "tonto el último" no albergan duda alguna de cuál es la manera de honrar al Altísimo.

Ya sólo la náusea permite identificar a un patriota honesto de la satisfecha vanidad que distingue a los centinelas patrios. Al tiempo, el bipartidismo vuelve a ganar enteros en las encuestas. Éstas ya no predicen el futuro, sino que nos influyen para que lo hagamos realidad. La sociedad se entrega a ojos ciegos a sus prescriptores. Todo queda atado y bien atado. El gran burdel prevalece. Salteadores que ni responden ni dimiten, devoradores de lo público, cristoguerrilleros de fina sonrisa, cardenales a caballo… Hombres de honor, en definitiva, cuya única religión son sus propias aspiraciones y un inmenso desprecio por su pueblo. ¿Alguna patria da más?

El pecado original