jueves. 28.03.2024

Más que un club

Cruzados disfrazados de políticos, docentes del gansterismo y otras groseras almas del mundo, siguen chapoteando en la ciénaga de la invertebrada patria

Borrachos y decadentes, cuenta Ortega en su España Invertebrada, los visigodos fueron expulsados de toda Europa hasta que, de portazo en portazo, terminaron por cruzar los Pirineos. Aquí encontraron, por lo visto, su Magaluf particular.

Al albor del siglo VIII, estas elites visigodas fueron barridas y expulsadas hacia el norte peninsular por los primeros expedicionarios árabes. Desde una cristología poco arraigada aún, la población asimiló el nuevo orden sin dificultad. En tiempos de una fe sencilla, cristianos y judíos eran, a fin de cuentas, gentes del Libro. Pero el rumbo de las presuntas sinergias andalusíes terminaría por truncarse al decaer, nos dice Américo Castro, la magia electrizante de sus caudillos.

Con la unión dinástica de Isabel y Fernando, asistimos a la primera gran limpieza político-religiosa: la expulsión de los judíos. Tradicionalmente, las elites judías no sólo ocupaban puestos relevantes en lo político o económico; eran también científicos, médicos, humanistas… Representaban el I+D peninsular de la época. Los Reyes Católicos nunca renegaron de ellos. Desde el extraordinario oculista que operó de cataratas a Juan, padre de Fernando, devolviéndole la vista, al célebre ginecólogo de Isabel, Lorenzo Badoz, muchos de sus colaboradores u hombres de confianza seguían siendo judíos.

La expulsión, fruto de la codicia, la envidia y el fanatismo religioso, fue puro populismo. Una cuestión estratégica para los reyes, que no escondía el empeño de príncipes de la Iglesia como Mendoza, Talavera o Torquemada, que vieron su oportunidad. Con la amputación de Sefarad, la península comenzaba a alejarse de la modernidad. La Inquisición había nacido para perseguir a los conversos o "cristianos nuevos" que eran también perseguidos.

La Solución Final se trasladó luego a los moriscos. Si el know how de los judíos entrañaba vanguardia y conocimiento, el know how morisco se caracterizaba por la calidad de todo el entramado de relaciones terciarias: talleres, comercios, manufacturas, artesanía, agricultura… “Doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural” le dice el tendero Ricote a su viejo amigo Sancho Panza (Quijote II, 54).

La Contrarreforma cerró el círculo de la Iglesia y la oligarquía feudal. También los europeos eran herejes dignos de morir en la hoguera, de modo que para mayor gloria de Dios, nos alejamos del rumbo político de Europa, y posteriormente, de toda crítica e Ilustración. ¿Qué Luz era la de Trento sino la más siniestra oscuridad? Todo ocurriría fuera y quedaría prohibido dentro. “Los españoles que no son quemados son tan adictos a la Inquisición que se enfadarían mucho si se suprimiese” decía Montesquieu. "España nada aporta" añadía Morvilliers.

El proyecto España, erigido al socaire de una exclusiva comprensión católico-imperialista, se develaba como la empresa que garantizaba todas las aspiraciones de sus custodios. Una suerte de club privado, garante del acceso al dinero público, y refrendado, eso sí, con todas las bendiciones posibles. A partir de ahí, oscurantismo, represión, corrupción, caciquismo y catequesis, hasta la consabida reconquista mora a órdenes del golpismo africanista, y gracias al apoyo de Hitler, Mussolini, la Iglesia y el capital. “¿Qué negocio es éste de la Guerra Civil?” clamaba Azaña, presidente de una democracia reconocida en todo el mundo, frente a los sempiternos violadores de la Ley, tan ansiosos por volver a hacerla suya. 

Pero el enésimo aplastamiento del genio creador del pueblo español no desapareció, ni mucho menos, con la plácida muerte en la cama de todos esos delincuentes. “España es una democracia sin bachillerato” le gustaba decir en las tertulias televisivas al filósofo Gustavo Bueno, poco sospechoso, desde luego, de albergar antiespañolidad alguna. En efecto, cabe preguntarse si un pueblo sin educar puede llegar a ser un pueblo libre. No le faltaba razón a un intelectual audaz y sin ambages como Puente Ojea al aludir a la incultura como el mejor aval para seguir garantizando el espurio proyecto: “Cuarenta años de implacable adoctrinamiento católico en la docencia –señala en La Cruz y la Corona– que continúa recibiendo la protección de los actuales poderes públicos han (…) perpetuado el pensamiento confesionalista y la vocación nacionalista de la derecha española que han nutrido al franquismo, produciendo generaciones sucesivas (…) que son insensibles, en el mejor de los casos, al debate ideológico o político, o que han asimilado en el peor, los estereotipos de un ideario católico que destruye el juicio crítico y paraliza la mente”.

Cruzados disfrazados de políticos, docentes del gansterismo y otras groseras almas del mundo, siguen chapoteando en la ciénaga de la invertebrada patria. Reflejados en sus aguas, vemos grandes números macroeconómicos, redenciones por corrupción, desmantelamiento social, precariado, emigrados y españoles de segunda abriendo heridas por desear dar sepultura a sus mayores... Completan el deprimente espectáculo ajusticiamientos de twitteros, de titiriteros, de drag queens, contadores de chistes, humoristas acosados o autobuses con vulvas y penes. Todo sin anestesia. “España es una gran nación" reitera satisfecha una ininteligible vanidad.

Más que un club