jueves. 25.04.2024

Entre el mal y el caos

PALM BEACH, FL:  Newlyweds Donald Trump Sr. and Melania Trump with Hillary Rodham Clinton and Bill Clinton at their reception held at The Mar-a-Lago Club in January 22, 2005 in Palm Beach, Florida. (Photo by Maring Photography/Getty Images/Contour by Getty Images)

En EEUU no existe prácticamente paro, un 6%, sino el trabajo en precario que ahora busca imponerse en toda Europa. Al pueblo americano nadie le enseñó que tras su idolatrada bandera descansa una obscena concentración de su riqueza. Desconcertada, la América blanca, no entiende que le está ocurriendo: “¿Dónde quedaron los tiempos de bonanza? ¿Qué fue de lo que éramos? Sin duda la culpa es de los negros. Antes eran esclavos. ¿Acaso buscan ahora ocupar nuestro lugar? ¿Y la frontera? El muro sin duda es la solución. Expulsando a todos ellos quizá nos vuelva a tocar un mayor reparto de la tarta”. De esta manera tan ruda podría resumirse el pensamiento de buena parte de la clase media tradicional norteamericana. “Nos quieren quitar las tierras, las armas y la religión y no lo vamos a permitir; éste es un país de bravos” declara un simpatizante de Trump a una emisora de radio. “Hagamos grande a América otra vez” responde el eslogan del magnate. 

Frente a Trump, la gran rival de Barack Obama en las primarias demócratas de 2008. Paradójicamente, fueron los medios más conservadores de EEUU los que hace ocho años contribuyeron a aupar, en un primer momento, la imagen de Obama en aquellas primarias. Pensando que serían capaces de acabar fácilmente con un candidato de color, era a Hillary a quien odiaban. La mujer de Bill Clinton, verdadera responsable de que su marido intentase llevar adelante un primer proyecto de Seguridad Social que finalmente fue tumbado por sus propios diputados rendidos, uno a uno, a los dólares de los lobistas. 

Obama arrasó a John McCain, su rival republicano. “El cambio había llegado a América”. Pero el primer presidente de color de la historia de los EEUU comprendió pronto lo que significaba el despacho oval: los halcones de Washington, antiguos colaboradores de George W. Bush, iban a seguir formando parte de su gabinete y aquello no era negociable. Tras dos legislaturas el mayor logro del presidente puede resumirse en la ObamaCare, ley que obliga a las empresas a ofrecer una mínima cobertura sanitaria a sus asalariados. Sin embargo ocho años después nada queda de aquella esperanza. “Nos piden el voto mientras nos disparan por la calle” dice un chico negro en Baltimore. 

Clinton, baza del clientelismo y la burocracia americana, ha sido impuesta por el aparato demócrata; los grandes compromisarios o electores, clase corporativa del establishment, que se encargaron de fulminar el riesgo creciente que suponía la irrupción de Bernie Sanders; acaso el mayor progresista conocido desde Roosevelt. 

Florida parece inclinarse por una Hillary que ya vislumbra la victoria. El mal se impone al caos. Afortunadamente, el presidente de los EEUU tiene mucho menos poder del que parece. Si finalmente no ha lugar a la sorpresa, el interés radicará en ver si Trump acepta la derrota. El magnate sabe bien de lo que habla: hace dieciséis años George W. Bush perdió frente a Gore, pero el hermano de aquel, gobernador en Florida, falseó los resultados y el Tribunal Supremo, en el ajo, se negó a volver a contar las papeletas. Nadie dijo ni mú. Cheney, Rumsfeld y el resto del Rat Pack ya habían planeado sus negocios en Irak.

Entre el mal y el caos