viernes. 19.04.2024

¿Seremos capaces de reinventarnos después del Covid-19?

Me despierto, remoloneo un poco en la cama, me levanto, ducha rápida. Hoy decido no afeitarme. Me visto como si fuera a salir a la calle. Me miro al espejo y no me disgusta lo que veo porque no tengo aspecto de un recluso confinado. Me preparo el desayuno y me siento frente al ordenador. Últimamente hacemos mucha vida en la cocina porque es confortable y hasta podemos escribir y escuchar música en buenas condiciones. Abro los mensajes recibidos y me encuentro con la reflexión que me envía mi buen amigo Paco Valls, médico como yo que sigue en primera línea luchando cada día contra el coronavirus y contra los elementos: “Sería interesante aprender de esta crisis y reinventarnos. ¿Seremos capaces?”. Doy un sorbo al café con leche y me dispongo a responderle. Su reflexión me ha parecido interesantísima.

Sería interesante aprender de esta crisis y reinventarnos. ¿Seremos capaces?”. Doy un sorbo al café con leche y me dispongo a responderle

Sabia reflexión querido colega y amigo. Mi respuesta es que sí seremos capaces. Claro que lo seremos, porque si no nos reinventáramos andaríamos listos, iríamos a peor y nos jugaríamos a la ruleta rusa lo poco que nos queda de sentido común, o al menos lo mantenemos aun muchos hombres y mujeres (los niños no cuentan aquí, que bastante esfuerzo están haciendo llevando el confinamiento como superhéroes) de esta confiada humanidad tan mal distribuida y con un confort de vida tan exquisito, al menos en la mitad del planeta en la que nos ha tocado vivir, por suerte para nosotros, pero también para infortunio de esos desgraciados (entiéndase como víctimas de una desgracia) que soportan las miserias de ser invisibles para nuestras distraídas conciencias.

Reinventarnos. Me ha encantado la palabra que has empleado, sobre todo si la conjugamos como tú lo has hecho, es decir, reinventarnos nosotros a nosotros mismos y no como hasta ahora ha sucedido, porque eran otros quienes nos inventaban y nos moldeaban buscando su propio provecho. El provecho de quienes deciden nuestra existencia, quienes diseñan nuestro presente y futuro, quienes han puesto una bandeja de caramelos al alcance de nuestras manos, y que hemos acabado comiendo uno tras otro creyendo que serían gratis. Craso error.

Nos han engañado al hacernos creer que éramos ricos, sólo porque teníamos uno o varios teléfonos más inteligentes que nosotros y que además hacían fotos

Así ha sido como, poco a poco, todo el mundo se ha ido quedando hipnotizado y entretenido al disfrutar de una tecnología a precio de saldo (¿te acuerdas cuando al inicio de este siglo un televisor de plasma costaba cerca de diez mil euros, y luego comenzaron a bajar hasta ponerse en trescientos o cuatrocientos?). Nos han engañado al hacernos creer que éramos ricos, sólo porque teníamos uno o varios teléfonos más inteligentes que nosotros y que además hacían fotos. Porque teníamos varios ordenadores y pantallas de plasma en nuestras casas. Porque Alexa y Siri, dos robots serviciales, están —aparentemente— a nuestras órdenes. Porque hemos podido permitirnos viajes transoceánicos a precio de saldo y surcar los cielos en vuelo baratos.

Querido Paco, nos han hecho creer que éramos los reyes del mambo. Ricos riquísimos porque teníamos en casa dos coches, segunda residencia, hipotecas que a un módico precio nos permitían acceder a todo el confort imaginable, un bienestar que sólo podría desaparecer en el improbable caso de que una catástrofe mandara la economía al carajo. Pero ¿que catástrofe va a sobrevenirnos si nuestro hábitat de confort nada tiene que ver con Etiopía, Somalia, Siria o África subsahariana?, se decían muchos a si mismos con la inconsciencia de aquellos a quienes los poderes fácticos les han puesto un caramelo en la boca, una venda en los ojos y un petardo en el culo (con perdón por la reseña proctológica y pirotécnica)

Pues eso, unos reyes del mambo a los que cada día se les daba una sesión de electroshock y lavados de cerebro a través de los medios, para que no nos percatáramos de que ‘ellos’ (los de siempre) nos estaban engañando tanto como privándonos de lo básico mientras nos mantenían entretenidos con lo superfluo, aunque privados muchas veces de lo básico.

Y así nos ha ido. Ignorando que ni siquiera el planeta nos aguantaba de tan guarros que nos habíamos vuelto. El aire contaminado. La selva amazónica llorando. Los pueblos de nuestra querida España (esa que algunos creen que es sólo suya) quedándose vacíos de gente joven. Y fuera de nuestras fronteras, lejos, muy lejos, demasiados países viviendo en guerra y una precariedad permanente de la que sólo se nos concede un minuto (o menos) de información en el noticiario que vemos mientras comemos o cenamos.

Y por si fuera poco, el inmenso mar que baña nuestras costas soporta en su fondo más detritus de plástico que flora subacuática. Los glaciares están casi a buena temperatura para meter en ellos un sobrecito de infusión y poder tomarla bien calentita. El clima soportando un trastorno de personalidad que le aleja de la realidad al tener disociado lo que marca el termómetro y lo que dice calendario a expensas de veranos fresquitos y e inviernos de manga corta. Y mientras tanto, meses y meses sin llover y acumulando las nubes toda el agua que tanto ansiábamos, hasta que los cirros y cúmulos se vuelven mortíferos y descargan en solo un día lo que no habían ofrecido a la tierra durante largos periodos de sequía.

Que paradoja y que lección nos ha dado el coronavirus cuando de pronto, tras el forzoso confinamiento que nos ha impuesto, la calidad del aire ha mejorado considerablemente por la reducción en las emisiones de dióxido de nitrógeno al reducirse el tráfico y las actividades industriales. Del mismo modo, el descenso de la actividad contaminante y la desaparición del turismo ha limpiado los canales de Venecia ofreciendo imágenes insólitas de la calidad y transparencia de sus aguas en la que pueden verse incluso peces.

Por supuesto que tenemos que inventarnos. Porque cuando pase el drama del Covid-19 nada volverá a ser igual. Y porque si volviera a ser igual, estaríamos cometiendo el gran error de la reincidencia irresponsable y volvería a suceder lo mismo (o peor) que ahora sufrimos. Porque creíamos ser los seres más seguros del universo, hasta que un insignificante bichito nos ha bajado los humos recordándonos que no somos nada ni lo seremos mientras sigamos mostrándonos descuidados e insolidarios.

Es necesario que nos reinventemos, porque si todo siguiera igual cuando el coronavirus nos deje tranquilos, la próxima embestida que sufra la humanidad podría ser de un calibre insospechado, tanto que dejara la pandemia actual en un simple catarro colectivo.

¿Seremos capaces de reinventarnos después del Covid-19?