sábado. 20.04.2024

¿De que se ríe ahora, majestad?

Al leer en la prensa que la Audiencia Nacional considera que la familia Pujol se enriqueció con prácticas corruptas,y que el juez que lleva su causa los acusa de actuar como una organización criminal,he pensado en cual habría sido mi reacción si cuando Jordi Pujol era un político respetado en los albores de la democracia, se hubiera sabido que era un capo que instruía a su prole en el arte de enriquecerse ilícitamente.

Que triste debe ser para un anciano ex-honorable acabar una carrera que pudo ser brillante siendo considerado el responsable de un clan mafioso. Tras leer el artículo me surgió la duda que si quienes tantas veces pactaron con Pujol para poder instalarse en la Moncloa serían o no conocedores de sus ilícitas actividades, algo que de confirmarse los convertiría en cómplices por su silencio.

Como la mente es libre, me ha sido inevitable relacionar las andanzas del señor Pujol y sus pupilos con una familia de rancio abolengo —demasiado rancio según las últimas noticias—, y en primer lugar con Iñaki Urdangarín, un balonmanista profesional que enamoró a una Infanta, y que mientras vivía un cuento de hadas y era duque de Palma, la justicia demostró que se dedicaba a ganar obscenas cantidades de dinero de un modo ilegal, tanto que el apuesto deportista acabó en la cárcel de Brieva.

Mientras muchos se preguntaban como era posible que aquél buen chico, tan majo, tan guapo, pudiera dedicarse a tan turbios chanchullos, otros más suspicaces especulaban con la improbabilidad de que en su círculo inmediato  (la Familia Real española) nadie sospechara nada, sobre todo una persona tan respetable e inteligente como su suegro,  una figura respetada y paradigmática en la instauración de la democracia tras el franquismo.

Ha pasado el tiempo, y mientras el esposo de la doña Cristina de Borbón cumple su pena carcelaria,ciertas informaciones han aflorado cuestionando la honorabilidad de quien fuera el primer monarca de la reciente democracia española, según las cuales —siempre presuntamente— este prohombre tan sencillo y campechano sufría una obsesión por el dinero y pudo enriquecerse a través de unos negocios en apariencia ilegales, según las declaraciones grabadas por un tal Villarejo a una princesa alemana, una información que pone boca arriba unas cartas que nadie se atrevió jamás a levantar en base a algo llamado inmunidad —tal vez impunidad— o quizás también por razones de discreción y respeto a las instituciones.

Hace pocos días, en una tertulia radiofónica, me sorprendió escuchar la probabilidad de que Felipe VI pudiera retirarle el cargo de Emérito a su padre, expulsarlo del Palacio de la Zarzuela y hasta exiliarlo a «La Romana», una zona residencial de lujo en la República Dominicana (un lugar donde se puede encontrar residencias de varias decenas millones de euros), siempre que progresara la investigación de la Fiscalía de Suiza sobre un presunto cobro de comisiones por parte de don Juan Carlos I.

Ante estos acontecimientos, me ha venido a la memoria que durante el juicio a Iñaki Urdangarín por sus corruptas actividades en el Instituto Nóos, había quienes en voz baja valoraban la probabilidad de que su suegro (y puede que hasta su cuñado, ahora rey de España) pudieran conocer sus actividades, una duda que sigue flotando en el ambiente de quienes no aceptan que la Jefatura del Estado sea un cargo hereditario y no electo a través de las urnas.

Sin embargo, son muchos también quienes pondrían  la mano en el fuego por la honradez de Felipe VI,contemplándolo como un caso aparte en la turbia historia con la que la canallesca arremete sin piedad contra su familia. Es curioso la rapidez con que muchos fervientes monárquicos que hasta hace media hora eran juancarlistas de toda la vida(algunos a pesar de su vocación republicana), reniegan de pronto del viejo patrón del Bribón y se sienten felipistas furibundos al  considerar al hijo del viejo monarca como un ejemplo a seguir, un dechado de integridad y un auténtico demócrata que antes de verse salpicado por el escándalo que afecta a su familia, ha preferido renunciar a la herencia de don Juan Carlos que personalmente le pudiera corresponder.

Con permiso de los lectores voy a parar de escribir, porque me siento más escéptico que cuando he comenzado este artículo. Pero antes quisiera dejar constancia que se si me dieran a elegir, pediría con carácter perentorio el referéndum monarquía/república que tantos reclaman. Aunque fuera sólo consultivo. Problema no veo ninguno en esta llamada a urnas sino mas bien ventajas. Pues si realmente la mayoría de los españoles resultara ser partidaria de la monarquía parlamentaria que nos impuso el franquismo, un sí reforzaría la imagen de Felipe VI y la credibilidad en lo que de refilón (y con ganas de huir del franquismo más que de tener de nuevo un rey) se votó en la Constitución del 6 de diciembre de 1978. 

¿De que se ríe ahora, majestad?