viernes. 29.03.2024

El PSOE sigue en estado de alerta máxima

psoe

A partir de ahora, es imperativo que la ilusión promovida por el triunfo de Pedro Sánchez se materialice cuanto antes en hechos que vayan más allá de simples promesas lanzadas como dardos a la diana del desencanto. Sobre todo cuando tras la victoria del  nuevo secretario general, la situación en las autonomías donde gobiernan los barones del PSOE que apostaron por Susana Díaz, se ha complicado a juzgar por la cara de circunstancias de algunos de ellos que, con forzada disciplina, han asegurado ponerse de inmediato "a las órdenes de mi nuevo secretario" con un lenguaje gestual que les delataba y evidenciaba que el PSOE sigue escindido en dos facciones

Tras la primarias socialistas, la mayoría de los militantes (a los que habría que sumar los que previamente abandonaron el partido) han dejado bien claro que quieren ver fuera de juego a las viejas glorias que lideraron el partido en los años de euforia socialista. Las bases han dicho que no les gusta el Felipe González que navega en yate, ni al señorito Bono, ni a los Leguina o Corcuera que se ponen en evidencia en las televisiones de la derecha más rancia.  En cierto modo, la militancia, más que un 'sí' al pedrismo ha dado un 'no'rotundo al giro conservador que ha  experimentado el PSOE en las últimas décadas, y también un 'no' a lo que representa la Gestora y todos los que apostaron por Susana Díaz, los mismos que hace pocos meses defenestraron a un secretario general elegido por las bases.

Una lectura reflexiva apunta a que, más que ganar Pedro Sánchez las primarias, las han perdido quienes han convertido el PSOE en un partido de centro izquierda cuya cúpula escora hacia un neoliberalismo que se aleja las necesidades de los militantes, circunstancia que si bien durante el zapaterismo quedó eclipsada por unos incuestionables logros  sociales como  la ley de igualdad, la ley contra la violencia de género o la legalización del matrimonio homosexual, se agravó con la nefasta gestión de la crisis durante la segunda legislatura del entonces presidente de Gobierno.

En este contexto, a Pedro Sánchez, sin haber tenido aun ocasión de demostrar si es o no un buen estadista, le ha tocado asumir la inmensa responsabilidad de afrontar un liderazgo que sólo será fructífero si consigue unificar las dos fracciones que hoy dividen al PSOE. Pero no todo depende del nuevo secretario general,  pues también otra responsabilidad no menos importante recae sobre Susana Díaz quien, tras su frustración por sólo haber ganado en casa y no en los territorios donde daba por segura su victoria (Comunidad Valenciana, Extremadura, Castilla-La Mancha, Aragón, Asturias…), su primera reacción ha sido la de un mal perder cuando ella y su equipo  han culpado de la derrota a los barones susanistasque, según ellos, no han sabido captar votos como le prometieron.

Como contrapartida, desde el pedrismo se ha producido un ataque por parte de la diputada asturiana Adriana Lastra (que junto con el valenciano José Luis Ábalos, han coordinado la campaña de Sánchez y son los dos nombres que más fuerte suenan en el nuevo PSOE) al pedir que los barones que apoyaron a Susana Díaz pidan «disculpas» a su militancia. Dice Lastra que la derrota «ha sido una lección ejemplar para muchos de esos barones, porque han dejado de representar a sus militantes. No sé qué precio tienen que pagar, pero sí pediría que pidieran disculpas a la militancia». 

De todo lo expuesto, es fácil colegir que Pedro Sánchez tiene ante si una papeleta difícil cuando la solución a la crisis que atraviesa el partido no sólo depende de él, sino también de la nobleza con que los perdedores asuman su derrota, su humildad para anexionarse a un nuevo proyecto para salvar al PSOE por encima de cualquier revanchismo o interés personal, y su disposición para retirarse con elegancia antes de que se tenga que prescindir de ellos (Antonio Hernando ha allanado el camino en este sentido).

Si el primer reto era recuperar la ilusión del electorado y de la militancia —algo que al parecer se ha conseguido—, el siguiente no es otro más que cohesionar las distintas tendencias del partido y marcar como objetivo prioritario sacar de la Moncloa al partido más corrupto de Europa. Para ello es necesario recuperar los votos perdidos y emigrados a Podemos como consecuencia del conservadurismo experimentado por el PSOE durante los últimos años. 

El tiempo nos dirá si Pedro Sánchez es capaz de conseguir lo que el PSOE necesita para convertirse en el partido fuerte que fue en las dos últimas décadas del pasado siglo, y si es él la persona adecuada para liderar el socialismo del siglo XXI.

El PSOE sigue en estado de alerta máxima