viernes. 19.04.2024

El miedo puede ayudar a salvar vidas

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Aun estamos a tiempo de cambiar cualquier plan. No pasará nada si estas navidades no las celebramos en familia. Exponer a los mayores (y a los jóvenes) a compartir mesa y mantel en recintos cerrados puede ser el macabro anticipo de miles de velatorios. 

Los políticos y los medios informativos (también los spots publicitarios) deberían ser realistas y activar el resorte del miedo para compensar la nefasta campaña encubierta de “salvar la Navidad” que venimos sufriendo desde el día que se encendieron las luces que decoran las calles de nuestros pueblos y ciudades. Mantener la iluminación urbana navideña alienta falsas esperanzas y resulta tan absurdo como si el pasado marzo se hubieran dejado plantadas las fallas en las calles de Valencia cuando la pandemia impuso la prohibición de celebrarlas. Las fallas se suprimieron (como aconsejaba el sentido común) y las que estaban a medio montar desaparecieron de las calles en menos de veinticuatro horas.

Empecinarse en lo imposible puede convertir en estéril cualquier intento por mejorar una mala situación, sobre todo cuando la salud y las vidas de miles de personas se ven amenazadas. ¿Tendría sentido que por querer disfrutar de la compañía de los abuelos en Nochebuena y Navidad de 2020 fueran estas las últimas de su vida? Hay que luchar contra el  empecinamiento de exponerse a riesgos innecesarios con la finalidad de ese interesado “salvar la Navidad”, cuando lo más sensato en la actual coyuntura sería asumir la realidad y quedar con la familia en un parque para que padres e hijos, abuelos y nietos, intercambiaran los regalos que Papá Noel deje en cada hogar, y luego que cada cual regrese al domicilio donde conviva con su unidad familiar. Por muy solo que se quede. Más soledad hay tras el cristal de un tanatorio.

Es infinitamente preferible el miedo que produce una información veraz y no sesgada que advierte de un peligro, que no la falsa tranquilidad que proporciona suavizar la realidad no deseada con intención de obtener mezquinos beneficios a costa de vidas humanas

Leí el sábado en la prensa un titular que me animó a escribir este artículo: “El miedo tiene mala fama, pero es una herramienta muy útil en las pandemias”. Tuve todo el día el titular en mente mientras lamentaba que muchos políticos se hayan pasado los dos últimos meses hablando de "salvar la Navidad" y “salvar la economía”, y ahora les corresponda alertarnos de una catástrofe inminente si se celebran estas fiestas como si viviéramos una situación normal.

El miedo, aunque sea un sentimiento demasiado severo y hasta amenazante, podría sernos útil en esta coyuntura para que los más obtusos consintieran entrar en razón. Si celebramos la Navidad como siempre hemos hecho, si ignoramos la ruleta rusa que supone una conmemoración de varias personas en el salón de nuestra casa, si nos dejamos llevar por los resortes subliminales que irresponsablemente activa el consumismo, tengamos por seguro que seremos cómplices de la muerte de varias personas en las próximas semanas, quien sabe si incluso alguien de los que ahora leen estas reflexiones.

«No vaya a ser que, por celebrar las navidades, no lleguemos a Reyes», avisó recientemente el ministro Salvador Illa. Y tenía mucha razón, aunque confieso que habría preferido escuchar esa frase algunas semanas antes.

Si bien el miedo no es la mejor estrategia recomendable para resolver situaciones, es un hecho que el temor a contraer la Covid-19 ha promovido cambios psicológicos y conductuales en la población mundial, sobre todo por el constante bombardeo de noticias que recibimos acerca de la pandemia y que sin duda repercute en nuestra estabilidad emocional y nuestra salud mental, pero también propicia la adopción de medidas encaminadas a la prevención y en suma a salvar nuestras vidas. Es mucho peor trivializar la pandemia y alentar a las masas a lanzarse a las calles masivamente a hacer las compras navideñas, que el miedo que pueda producir la información machacona de lo peligroso que es entrar en un establecimiento comercial atestado de público donde el riesgo del contagio por aerosoles es inmensamente mayor que en los espacios al aire libre. 

Hay situaciones en las que el miedo puede ser un aliado para salvar nuestras vidas, siempre que sea un miedo fundamentado, operativo y no paralizante, como por ejemplo el que aviva el instinto de buscar cobijo cuando en tiempos de guerra se escucha el zumbido de los aviones que advierten de un bombardeo inminente. No obstante, es infinitamente preferible el miedo que produce una información veraz y no sesgada que advierte de un peligro, que no la falsa tranquilidad que proporciona suavizar la realidad no deseada con intención de obtener mezquinos beneficios a costa de vidas humanas.

El miedo puede ayudar a salvar vidas