viernes. 19.04.2024

Las fallas y el coronavirus

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A la vista de los acontecimientos cada vez más preocupantes en relación con la epidemia que sufrimos a nivel global debida al coronavirus, reconozco que ayer por la noche me preocupó la circunspecta comparecencia del ministro de sanidad en rueda de prensa para ponernos al día de las últimas novedades. 

Ateniéndonos a las medidas preventivas adoptadas en distintas comunidades autónomas (aislamiento preventivo de casi doscientos sanitarios en el País Vasco; cierre de centros docentes en la Comunidad de Madrid), y en algunos países de nuestro entorno inmediato (Italia, por ejemplo, canceló en febrero el Carnaval de Venecia), como médico y como valenciano, consideraría frívolo e irresponsable que se impusiera el empecinamiento de mantener la celebración de la fiesta de las fallas, por mucho que se argumente que se trata de festejos al aire libre. Pues es sabido que en las fallas, las muchedumbres se apelotonan a una distancia cero entre los espectadores de las mascletades, también en las visitas nocturnas a las rutilantes calles iluminadas, en los castillos de fuegos de artificio y en el obligado recorrido para ver las fallas más premiadas.

La afluencia de turistas de procedencias variopintas y remotas es inmensa en la capital del Turia, como también es muy alta la probabilidad de que entre los visitantes haya portadores del virus que mantiene en estado de alerta a la comunidad global

Además, son muchísimos los actos de gran concurrencia que se celebran en unos recintos cerrados -los tradicionales casalets fallers- donde se reúnen familias enteras de falleros pertenecientes a la comisión de fiestas de cada casal. Hay un casal prácticamente en cada calle de la ciudad (uno por falla) y muchas veces cuenta con el anexo de una enorme carpa cubierta donde se hacinan los festers ávidos de diversión, así como sus invitados de distintas procedencias geográficas, tanto nacionales como foráneas. 

El casal fallery la carpa es un lugar donde tradicionalmente se juntan niños, jóvenes, menos jóvenes y ancianos, que permanecen en su interior bailando, charlando, comiendo o jugando más tiempo del que permanecen en sus hogares durante los cuatro días de fiesta que duran las fallas.

Anoche se anunció -hoy es la noticia dl día- que la Comunidad de Madrid ha decidido suprimir preventivamente las clases a millón y medio de alumnos. También han comenzado  a cancelarse intervenciones quirúrgicas programadas, así como citas médicas en las consultas externas, todo para plantarle cara al coronavirus, desde que se ha conocido que los afectados por la epidemia se han duplicado en la región de la capital de España en tan sólo 24 horas.

Es por ello que, precisamente ahora que el virus avanza, sería irresponsable no plantearse en Valencia -y aun se está a tiempo de hacerlo- la cancelación de las fallas y su traslado a unas fechas en las que la epidemia esté ya controlada. ¿Por qué? Sencillamente porque la afluencia de turistas de procedencias variopintas y remotas es inmensa en la capital del Turia, como también es muy alta la probabilidad de que entre los visitantes haya portadores del virus que mantiene en estado de alerta a la comunidad global. Por ello, y por mucho que se argumente que cancelar las fallas supondría una pérdida económica muy cuantiosa -lo que es cierto-, mucho más importante es actuar sensatamente en beneficio preventivo de la salud de la población.

Por cierto, y en lo referente a las repercusiones económicas de la epidemia viral que nos ocupa, hay que reseñar lo escandalosamente cuantiosas que están siendo las pérdidas provocadas por la histérica reacción de los mercados bursátiles, con ventas de pánico que han propiciado una caída en picado de las bolsas de todo el planeta, un hecho que no sólo repercute en los grandes inversores y en la gente pudiente, sino también en el pequeño ahorrador y en quienes tienen suscritos planes de pensiones que cotizan parcialmente en renta variable, o quienes decidieron guardar sus ahorros en un fondo de inversión, y en cuatro día han visto como ha menguado considerablemente su saldo al tiempo que disminuía la posibilidad y la conveniencia de recuperar su dinero, pues al ser tan rápidas las caídas, el mal ya estaba hecho y se han visto ante la disyuntiva de vender y asumir pérdidas, o bien esperar a que las bolsas se recuperen, algo que es imprevisible predecir si será cuestión de meses o tal vez de años.

Seamos sensatos. 

Esto se ha puesto muy feo y no estamos para fiestas. 

Al menos no por ahora.

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