sábado. 20.04.2024

Hoy hablaré de Cataluña

Bandera.Me resistía a escribir un artículo sobre la cuestión catalana, no por miedo ni por prudencia, sino porque contemplo el independentismo catalán desde la razón y el corazón, y hacerlo conjuntamente no ayuda a llegar a conclusiones certeras. Lo que sí tengo bien claro es mi escepticismo sobre cómo el govern catalàestá tramitando el referéndum previsto para el uno de octubre. Se está jugando con la ilusión y la inocente confianza de las buenas gentes, y también con los sentimientos más primarios, esos que tienden a manifestarse ignorando las reglas que rigen la convivencia, reglas que en la mayoría de los casos resulta mas rentable modificar que incumplir.

No estoy en contra de que Cataluña celebre un referéndum de autodeterminación, mas bien lo considero un derecho, una necesidad para saber lo que desea la mayoría de los catalanes. Y siendo que la actual legislación no permite una convocatoria a urnas, es prioritario un entendimiento de todas las fuerzas democráticas para optar por cambiar las leyes antes que incumplirlas, en prevención de las respuestas violentas de unas minorías —españolistas y catalanistas— cuantitativamente insignificantes pero siempre ruidosas y peligrosas. 

Si algo tiene Cataluña además de su idioma, su identidad como nación, país, estado, pueblo o como sea que a cada cual gustes denominar a su idiosincrasia, son millones de catalanes sensatos, pacíficos y razonables, que nada tienen contra España ni contra los españoles, pero que pueden ser manipulados sin escrúpulos si se les excita las fibras más sensibles de su identidad. Y son muchas las veces que erramos al actuar movidos por pasiones irreflexivas. Pondré un ejemplo. Cuando yo voté la Constitución de 1978, no me planteé que estaba votando para que España fuera una monarquía y no una república. Tampoco aquél 6 de diciembre caí en la cuenta de que daba mi conformidad para que la jefatura del Estado se transmitiera genéticamente de padre a hijo sólo en una familia. Con mi  a la Constitución plasmé el deseo de acabar con el franquismo e iniciar una normalidad democrática. Reconozco que no leí ni analicé la con detalle el texto que votaba. Por ello, si de refilón se me estaba colando una monarquía en el paquete constitucional, o se les colaba a los catalanes un impedimento legal para celebrar en el futuro un referéndum de autodeterminación, ya en el siglo XXI no encuentro ningún modo (al menos no pacífico) de resolver ciertas trabas más que proponer una  modificación de la Carta Magna en algunos de sus aspectos. Algo que no es pecado, ni tampoco imposible porque ya se ha hecho. 

Amo a Cataluña y al pueblo catalán del que, en cierto modo me siento parte por mi condición de valenciano (sé que muchos echarán chispas al no entender lo que acabo de escribir, o precisamente por entenderlo demasiado bien y estar en sus ansias mantener una absurda guerra que enfrente a valencianos y catalanes), sin embargo no comparto el modo en que se está planteando la autodeterminación por los sectores independentistas mas radicales y beligerantes. Esto no es una historia de buenos y malos. Personalmente, estoy harto de ser el malo para muchos valencianos por mi adhesión al sentimiento catalán, y malo también para los catalanes que ven en mí a un españolista, sólo porque no comulgo con la cabezonería y el modo utópicamente grotesco como se está gestionando la autodeterminación. Una vez más me niego a que nadie me manipule y se me obliguen a elegir entre blanco y negro en un tema que tiene demasiadas gamas de grises como para ignorarlos.

Hoy hablaré de Cataluña