jueves. 28.03.2024

El neofascismo que viene

franco

Esa extrema derecha camuflada de democracia es sin duda la más temible, por la encubierta apariencia de decencia y conciencia social que proclaman uno jóvenes y jóvenas limpios y guapos con sonrisa profiden y aspecto de yerno o nuera perfectos

Siempre me ha inspirado rechazo contemplar una fotografía histórica en la que aparecen Francisco Franco y José Millán-Astray durante un acto en 1926, abrazados y entonando cantos legionarios con un fervor similar al que en la pasada Semana Santa mostraron sin tapujos Rafael Catalá, Juan Ignacio Zoido e Íñigo Méndez de Vigo al corear “El novio de la muerte” en una procesión.

En la histórica foto protagonista de estas reflexiones, me impacta el rostro altanero y la mueca de displicencia del joven general Franco (33 años tenía entonces), así como la actitud despreciativa del malcarado fundador de la legión (a la sazón, 47 años) más propia de un paria pasado de copas cantando en la barra de un bar mientras pasa la mano por el hombro de su compañero de jarana..

No negaré que siempre me ha tirado para atrás la farruca actitud de tan singular pareja. La barbilla alzada de Millán-Astray con las cejas enarcadas en plena euforia de testosterona y adrenalina, el cuello forzado hacia atrás como sólo los legionarios saben llevar la nuca a la espalda. Y en el polo opuesto, Franco exhibiendo un gesto que no sugiere testosterona pero inspira sorna con esa carita de bebé rollizo y esos ojitos de perdonavidas bajito, con andares de película de cine mudo y propensión a lanzar saludos fascistas de mano floja cuando pasa revista a las tropas. 

Es por ello que siempre que vuelvo a ver la foto y percibo el rictus tabernario y la maltrecha dentadura del legionario, o el semblante de fascista con voz aflautada de Francisco Franco, me pregunto si a principios del siglo XX nadie percibiría en la estética de estos y otros muchos personajes (no solo el aspecto, sino la actitud, el comportamiento) el talante dictatorial y chusquero que rebosaban. 

Es entonces cuando extrapolo, y me pregunto -porque soy de los que creen que la cara es el espejo del alma- si en la actualidad nadie habrá percibido algo especial en los semblantes de individuos como Carlos Fabra, Mario Conde, José Manuel Soria, Vicente Martínez-Pujalte, Francisco Granados, Eduardo Zaplana, Álvarez Cascos, Juan Ignacio Zoido, Ignacio López del Hierro y otras personas más, a las que considero respetables por encima de todo y contra las que no lanzo ninguna duda respecto a su honradez, pero cuya estética -insisto, sólo aludo a la estética- me recuerda a la de tiempos trasnochados y añejos, en blanco y negro y con olor a naftalina que, sinceramente, no desearía que resurgieran bajo ningún concepto por más que muchos nostálgicos de esa estética aguarden el regreso de banderas victoriosas al paso alegre de la paz, y si es posible con cinco rosas prendidas. 

Como colofón, y ante la evidente proliferación de partidos neofascistas en el mundo occidental (en nuestra Europa hay ya muchos ejemplos) hago una llamada de prevención ante ciertos signos de alarma como el desprecio por la intelectualidad, el arte o la cultura; el no reconocimiento de los Derechos Humanos; la xenofobia; la homofobia; el control de los medios de comunicación; la connivencia del poder con la religión predominante en un país; y ya por último, la actitud de aquellos que fingiendo ser demócratas, condenan todo lo anterior mientras en su interior piensan y sienten como auténticos fascistas. Esa extrema derecha camuflada de democracia es sin duda la más temible, por la encubierta apariencia de decencia y conciencia social que proclaman uno jóvenes y jóvenas limpios y guapos con sonrisa profiden y aspecto de yerno o nuera perfectos.

El neofascismo que viene