viernes. 29.03.2024

Que el dolor no incite a la xenofobia

ana julia

El enemigo no está en el distinto, en el emigrante, en el intruso que viene a nuestro país a ganarse el pan que la miseria le niega en el suyo. No nos dejemos engañar

Tras conocerse la identidad de la presunta asesina del pequeño Gabriel Cruz, una vez más las redes sociales han incurrido en el error de propagar mensajes xenófobos sin reflexionar que generalizar suele ser siempre desacertado, y que también en nuestro país encontramos asesinos de todo tipo. Asesinos de niños, de esposas, de ancianos…

Pero igualmente asesinos que matan sin necesidad de ensuciar sus cuidadas manos. Asesinos a los que el poder les seduce y les protege gracias a los atajos legales a los que tienen acceso. Asesinos que arruinan la cosecha de muchos decenios de trabajo de sol a sol con la ilusión de recolectar los frutos al llegar a la vejez, frutos que se les acaba usurpando arruinando el modesto confort de los últimos años de quienes afrontan la vejez como una muerte lenta en el dintel de la pobreza. Asesinos de guante blanco que propician muertes que no se producirían si todo lo que han robado se hubiera destinado para cubrir las necesidades de quienes malviven en la más vergonzante miseria

Sin embargo, tal parece como si la resignación ante el oprobio tendiera a ser tolerada con sumisión (con la honrosa excepción de los pensionistas que por fin se han decidido a plantarle cara a la realidad, o la multitudinarias manifestaciones de las mujeres en el último 8-M), y sin embargo un sector de la sociedad haya arremetido con rápidas respuestas xenófobas ante el asesinato de un niño, y haya tenido que ser su madre quien, con encomiable entereza, haya pedido en memoria de su hijo que «no se extienda la rabia, no se hable de la mujer detenida y que queden las buenas personas»

Sí, ya lo sé. Soy consciente de que hay asesinos deleznables cuyo color de piel es más oscuro que el nuestro, o sus ojos más rasgados, pero si algunos de ellos actúan como asesinos no es por ser africanos, hispanos, rumanos o de cualquier otro origen étnico. Son asesinos porque en ellos habita el mal, un sentimiento que también anida igualmente en seres abyectos que han nacido en nuestro país y que consideramos personas normales porque se parecen más a nosotros, aunque en ocasiones nos sorprendan con horribles crímenes que acaban con la vida de sus hijos o de sus parejas. No generalicemos pues con exabruptos xenófobos basados en la circunstancias de que la asesina del pequeño Gabriel -aun presunta- provenga de un país lejano y el color de su piel sea distinto al nuestro. Sería injusto hacerlo y solo propiciaría un odio infundado e innecesario.

El enemigo no está en el distinto, en el emigrante, en el intruso que viene a nuestro país a ganarse el pan que la miseria le niegan en el suyo. No nos dejemos engañar. El enemigo está en el mal, vive en el mal y se alimenta del mal. Pero el mal no sólo define a los asesinos marginales o a los delincuentes de los estratos sociales más desfavorecidos. El mal también se encuentra en quienes hacen de la maldad su modus operandi y un psicopático modo de ser y de comportarse que les confiere poder y les hace sentir inmunes al castigo y al peso de la justicia.

Que el dolor no incite a la xenofobia