jueves. 28.03.2024

Un deprimido no estrella un avión con pasajeros

Desde tiempos inmemoriales, la enfermedad mental ha sido menospreciada, confinada al terreno de lo absurdo y de lo irracional e investida de un valor negativo.

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El estigma de la enfermedad mental

Desde tiempos inmemoriales, la enfermedad mental ha sido menospreciada, confinada al terreno de lo absurdo y de lo irracional e investida de un valor negativo que, aun en la actualidad y en nuestra cultura, estigmatiza a quienes sufren trastornos psíquicos como si estas patologías fueran motivo de vergüenza y debieran mantenerse ocultas por miedo a la burla y al rechazo social. Para empeorar esta discriminatoria injusticia, persiste la creencia de que los enfermos mentales son peligrosos cuando la mayoría de ellos son muchas más veces víctimas de agresiones que agresores porque su patología les convierte en objetos de burla que propicia su maltrato.

Empeora esta situación la ligereza con que los noticiarios sensacionalista tratan a la enfermedad mental, considerándola como responsable de actuaciones violentas, un tópico debido a la escasa información que la sociedad recibe acerca de las enfermedades mentales y al hecho de que casi toda le llegue a través de los medios de comunicación.

Viene esto a colación de la tragedia aérea acaecida el 28 del pasado marzo en los Alpes en la que perdieron la vida 150 personas y la irresponsabilidad con que los medios de comunicación insinuaron que el siniestro pudo ser consecuencia de la depresión que presuntamente padecía el copiloto de la nave, Andreas Lubitz.

Desde mi condición de médico denuncio lo imprudente que fue la difusión de un hipotético diagnóstico del protagonista del siniestro ya desde las primeras horas de la colisión y sin disponer de conocimientos ni datos clínicos contrastados. El sensacionalismo periodístico especuló, desde el minuto cero, con que Lubitz sufría una depresión y que ésta fue la desencadenante de la catástrofe, todo ello sin considerar que, si bien en la depresión hay una elevada probabilidad de suicidio, el modus operandi de un deprimido suicida nada tiene que ver con lo que ocurrió en ese avión ya que, el depresivo que se quita la vida lo hace siempre para dejar de sufrir y para que los demás dejen de sufrir por su causa, siendo prácticamente imposible que acabe con la vida de otras personas al quitarse la suya, salvo excepciones muy bien tipificadas como son los casos extremos de suicidio compartido, en los que el enfermo puede matar a alguien a quien quiere mucho –para que no sufra más según su propia percepción– antes de suicidarse.

Lamentablemente, en la catástrofe de los Alpes franceses, el estigma de la enfermedad mental se cebó una vez más con quienes sufren una patología psiquiátrica y, en concreto, con el gran colectivo de los enfermos de depresión (un trastorno que afecta al 10% de la población española), creando una alarma innecesaria en los familiares y convivientes de unos seres humanos que, con toda seguridad, nunca causarían una catástrofe homicida masiva.

Afortunadamente, conforme ha transcurrido el tiempo y se han obtenido datos de las cajas negras del accidente, se ha conocido la opinión de verdaderos expertos en salud mental y se ha ido restando importancia al hecho de que el copiloto hubiera sufrido en el pasado una depresión, se han barajado otras hipótesis diagnósticas especulando con la probabilidad de que, incluso, Lubitz no contara con la eximente de una enfermedad mental para atenuar su culpa, supiera en todo momento lo que hacía y que la única explicación de que estrellara el avión fuera su maldad.

¿Qué enfermedad mental podía sufrir el copiloto?

Puestos a indagar en hipotéticas causas clínicas que pudieran justificar una actuación homicida por parte del copiloto, habría que centrarse en otros diagnósticos ajenos a la depresión y más propios de individuos con tendencia a interiorizar un gran resentimiento, sentirse víctimas de una injusticia que creen haber sufrido en sus vidas. Son individuos que pueden ser capaces de cometer actos violentos en busca de protagonismo (que aunque negativo les confiera notoriedad) y también para conseguir un equilibrio entre lo que ellos han padecido y el dolor que originan al perpetrar una masacre. En base a esto cobra especial sentido una frase que Andreas le dijo a su novia y que confiere rasgos de narcisismo a su personalidad «Un día haré algo que cambiará todo el sistema y entonces todos conocerán mi nombre y lo recordarán».

Desde mi perspectiva profesional como médico, estimo dos hipótesis diagnósticas que podrían haber inducido a Lubitz a ejecutar la masacre de los Alpes. La primera sería un trastorno antisocial de la personalidad (antes conocida como psicopatía y que en lenguaje coloquial designa a los psicópatas) asociado a una personalidad narcisista.

El trastorno antisocial de la personalidad es propio de unos individuos carentes de compasión y de empatía (capacidad para ponerse en lugar de los demás y entender su sufrimiento) así como una marcada tendencia al narcisismo. Se trata de personas frías, arrogantes, susceptibles de sentirse heridas en su orgullo, crueles y  con una falta tal de compasión ante el sufrimiento del prójimo (al que cosifican e ignoran) que podría inducirles a estrellar un avión sin considerar a sus pasajeros como seres humanos sino sólo como muñecos o incluso como nada.

Por los datos que se han ido difundiendo, la personalidad de Andreas Lubitz podría encajar con la de un psicópata frío y calculador, un sujeto con una personalidad narcisista de base; un tipo sumamente cruel e incapaz de conceder valor alguno a las vidas de los demás. El hecho de que su respiración fuera rítmica en los segundos previos al choque (según reveló la caja negra), su sangre fría al encerrarse por dentro impidiendo el acceso a la cabina, su silencio al no entablar diálogo alguno con tierra,  así como que lo tuviera todo tan bien programado, todo ello indica una frialdad típica de los psicópatas.

Tal vez la venganza o la frustración pudieron influir en su actuación (su meta era ser comandante de vuelo pero padecía un problema visual que le incapacitaba para ser piloto) sin embargo, ésta no sería nunca la causa sino sólo el detonante que activara su trastorno de personalidad de base. Consideremos que si el sueño de una persona es ser piloto, en un contexto de normalidad se impone adaptarse a las circunstancias, asumir las propias limitaciones y contentarse con soluciones alternativas como ser copiloto o desempeñar cualquier otra profesión. Sin embargo, los psicópatas tienen un orgullo exacerbado y una tolerancia cero a la frustración que les impele a reaccionar con agresividad cuando sus deseos no pueden ser cumplidos.

¿Es siempre la violencia consecuencia de una enfermedad mental?

La respuesta a esta cuestión es un no rotundo. Solo un ínfimo porcentaje de los actos de violencia son obra de enfermos mentales quienes, por lo general tienden más a ser víctimas que agresores de los verdaderos actores de las conductas violentas que no son mas que unos individuos quienes, por lo general, actúan con criterios éticos propios de la maldad y/o sufren las consecuencias de la marginación.

En el caso concreto de la psicopatía, no siempre habría que contemplarla como una enfermedad mental que ejerza como atenuante a efectos legales, pues los psicópatas saben perfectamente lo que hacen, diferencian lo bueno de lo malo, son incapaces de sentir compasión y sentimientos de culpa y muestran una total indiferencia ante las normas (que ocultan hábilmente porque son maestros en el arte de fingir y de comportarse como empáticos y disciplinados), lo que les convierte en unos individuos muy peligrosos.

En cuanto a los rasgos narcisistas, destaquemos que son propios de individuos con una enfermiza necesidad de ser admirados, unos tipos muy arrogantes, sensibles al desprecio y al rechazo, a quienes les importa más aparentar que ser y cuya soberbia y afán de notoriedad van parejos a la envidia que sienten por el éxito ajeno. El estilo narcisista predispone a adoptar conductas violentas como respuesta a una herida en su ego (narcissistic injury), algo también frecuente en las personalidades psicopáticas. De todo ello se concluye que cuando psicopatía y narcisismo confluyen en un mismo individuo, la combinación puede ser explosiva.

¿Estaba mal diagnosticado Andreas Lubitz?

Es muy probable que Andreas estuviera mal diagnosticado y que el médico que le extendió su baja no detectara un hipotético trastorno antisocial de personalidad y acabara recurriendo a ese cajón de sastre que es el diagnostico de depresión (trastorno del que se abusa al extender partes de incapacidad laboral) debido a la imagen de hastío, frustración, sensación de vacío y falso estado depresivo que muchos psicópatas pueden presentar cuando atraviesan una mala etapa, situaciones en las que pueden llegar a dar la imagen de una depresión que no tienen.

Siguiendo con ésta exposición de probabilidades, el psiquiatra que le diagnosticó depresión al copiloto pudo no darse cuenta (y como médico reconozco que a mí me podría haber sucedido lo mismo) de que estaba ante un trastorno antisocial de la personalidad o psicopatía, un proceso muy difícil de diagnosticar y una eventualidad ante la que, quienes se dedican a evaluar y seleccionar a personal laboral para puestos del que dependan muchas vidas, deberían decantarse siempre a favor de elegir a personas cálidas, afectivas y tiernas que se alejen de la frialdad de espíritu que caracteriza a los psicópatas, unos individuos que están dotados de un encanto superficial que, aunque les permite engañar y hacer ver que son afectivos, su subconsciente puede dejar entrever ciertos rasgos de narcisismo y arrogancia que debería poner en guardia a un experto acerca de su potencial peligrosidad.

Estigmas que soporta el enfermo mental

El estigma es una especie de etiqueta que se le pone a una persona y de la que resulta muy difícil desprenderse hasta el extremo se ser identificado por lo que se le etiqueta y no por lo que se es. Esto sucede por la tendencia de la sociedad a ser muy cruel a la hora de remarcar ciertas diferencias que dificulten que una persona pueda ser aceptada. Un ejemplo claro lo encontramos en las enfermedades mentales, víctimas de un estigma cuyo origen se remonta a estereotipos y mitos injustos trasmitidos a través de siglos de incomprensión. Así, quien sufre una esquizofrenia tiende a ser siempre considerado como un esquizofrénico, cuando nunca a quien padece un cáncer o una hipertensión se le conoce como el canceroso o el hipertensos en cualquier ámbito y contexto.

Esto da lugar a una discriminación que condiciona que el propio individuo afectado se autoestigmatice y asuma los prejuicios que los demás depositan en él, lo que hará que su integración social se resienta y su posibilidad de llevar una vida normalizada disminuya, pasando del autoestigma a la autodiscriminación y con ello, a una elevación de las probabilidades de un fracaso en el tratamiento de su enfermedad.

Soluciones contra el estigma de la enfermedad mental

Habría que educar a la sociedad ya desde las escuelas para que la enfermedad mental no sea considerada un peligro o un estigma y se potencie el contacto con las personas que la sufren con menos miedo y más aceptación ya que, estadísticamente, su peligrosidad siempre es muy improbable.

La sociedad debe estar educada en las enfermedades mentales (y aun más quienes conviven con quienes las padecen) y la información que se recibe de ellas no debería provenir casi exclusivamente de los medios de información que casi siempre relacionan a los enfermos psíquicos con noticias luctuosas.

Se debería potenciar al máximo la integración social y laboral de estos enfermos, pero hacerlo sin un exceso de protección hacia ellos que enfatice en su diferencia ya que esto supondría una estigmatización por discriminación positiva o trato preferencial innecesario.

Es muy positivo buscar modelos de referencia positivos a fin de que la sociedad reconozca que con una enfermedad mental controlada y aceptada se puede llevar una vida normal, integrarse en la comunidad, estudiar, trabajar, relacionarse y hasta conseguir un premio Nobel como el matemático John Forbes Nash (aquejado de esquizofrenia), ser un excelente compositor como Gustav Mahler (aquejado de trastorno bipolar) o uno de los mejores bailarines de la historia, como Vaslav Nijinsky (también esquizofrénico).

Un deprimido no estrella un avión con pasajeros