jueves. 28.03.2024

Me avergüenza el comportamiento del Rey Emérito

jc

Defiendo la presunción de inocencia del mismo modo que la libertad de expresión, siempre y cuando no se incurra en la zafiedad, la propagación de bulos o el descrédito inmerecido a nadie. Pero también condeno la presunta codicia del rey emérito, un personaje al que hace tiempo sólo contemplo como un campechano sin vergüenza y sinvergüenza, un servidor público que con su sueldo institucional es del todo imposible que haya podido amasar honradamente la fortuna de más de dos mil millones de euros que supuestamente tiene.

Porque, no olvidemos que Juan Carlos I fue un niño que con diez años llegó a España con los bolsillos vacíos para ser educado bajo la tutela de Franco. Y que alguien que no tenía un duro acopie tal fortuna como jefe de Estado, se presta a todo tipo de especulaciones aunque nadie hiciera ni dijera nada, al menos no en voz alta.

Es por ello que ante su presunta actividad como comisionista como ahora se le acusa, no puedo evitar la sospecha de que Juan Carlos I estuviera al corriente -y quien sabe si también fuera consultor- de las actividades delictivas de su yerno Iñaki Urdangarín, del mismo modo que, por ejemplo,  Jordi Pujol ha resultado ser el capo de una organización delictiva como hoy se considera a su familia. Es casi imposible que un balonmanista hiciera lo que hizo (y por lo que acabó en prisión) sin haber sido adiestrado en el arte de ciertas transacciones incompatibles con la dignidad de un cargo institucional.

En pleno siglo XXI, se impone abolir el pacto no escrito según el cual los Borbones eran intocables y no se podía hablar mal de ellos aunque fueran verdades comprobadas

Afortunadamente, ahora es posible informar en los medios de las actividades del Emérito, unas andanzas de las que siempre se ha hablado, pero nunca se divulgaron porque la Casa Real era intocable y nadie se atrevía a hablar o escribir de amantes, de comisiones millonarias, de regalos de empresarios o de correrías varias.

A la hora de opinar sobre el affaire de Juan Carlos I, se puede hacer en un tono suave, o bien propagar con crudeza las presuntas verdades que deslustran una institución que debería ser inmaculada. Personalmente soy partidario de la primera modalidad, pero la segunda opción no tiene por qué ser un ensañamiento como algunos denuncian, sino sólo decir la verdad que siempre hubo tras el cuento de hadas que se nos contó durante demasiados años acerca de una familia de la que obligatoriamente somos súbditos y mantenemos.

Me avergüenzan ciertos episodios protagonizados por Juan Carlos I, y también la pasiva indolencia de quienes deberían haber hablado y han callado durante años, dando coba a quien tal vez no fuera el ejemplar artífice de la transición que se nos hizo creer.

No hace mucho leí un artículo en el que José  Antonio Zarzalejos decía que Juan Carlos I traicionó la generosidad y el margen que se le dio para que fuese discreto en su vida personal, y también la buena fe del periodismo y de toda la sociedad española «haciendo lo que le ha dado la real gana mientras nos pedía sacrificios y austeridad y decía que la justicia ha de ser igual para todos mientras transfería millones y manejaba en efectivo cientos de miles de euros a espaldas del fisco».

Es hora de poner en negro sobre blanco ciertas bribonadas de quien fuera rey de España, y esto no tiene por qué ser un ensañamiento (como algunos manifiestan), al menos siempre que quien informa exponga hechos probados protagonizados por una persona  que se nos vendió como un modelo a seguir, un artífice de la transición a la democracia que consiguió convertir al juancarlismo incluso a republicanos de toda la vida.

Que error fue crear un cordón sanitario que nadie se atrevía a traspasar y que mantuvo inviolable la figura del rey, impidiendo que los medios publicaran temas delicados concernientes a la familia real. El trabajo de Sabino Fernández Campos en este sentido fue tan impecable, asícomo su arte y elegancia para convencer a los periodistas de que no divulgaran noticias que no convenía hacer públicas en beneficio de un leal servicio al país.

Sólo deseo que si se demuestra que el rey emérito cometió algún delito, se haga justicia. Y sobre todo, que mientras nuestro país siga siendo una monarquía parlamentaria, que no se repita con Felipe VI la sumisa adulación que se le dispensó a su padre, ni tampoco ningún halo de condescendencia y silencio ante posibles desafueros de alguien que debería ser el primer español en respetar todas las leyes.

En pleno siglo XXI, se impone abolir el pacto no escrito según el cual los Borbones eran intocables y no se podía hablar mal de ellos aunque fueran verdades comprobadas.

Me avergüenza el comportamiento del Rey Emérito