martes. 23.04.2024

Tifus ambiental

No es casual que las renovaciones democráticas sean periódicas. Cada cuatro años es un tiempo más...

No es casual que las renovaciones democráticas sean periódicas. Cada cuatro años es un tiempo más que sobrado para airear el ambiente y renovar los puestos en las administraciones. En primer lugar, porque dar paso a otras formaciones políticas, que no han gestionado en el periodo que finaliza, es saludable, incluso mentalmente. En segundo lugar, porque de no haber cambio, al menos se pueda renovar en algún puesto no debidamente cubierto o insatisfactoriamente desempeñado.

Lo que se recibe mal es la arbitrariedad, como puede ser cambiar sin motivo o nombrar sin la debida justificación. Los ciudadanos de este país, después de tanto tiempo ajenos a los mecanismos democráticos, no se puede decir que seamos unos maestros en la categoría. De considerar que se ha alcanzado la maestría, el desatino sería fenomenal, por cuanto convivir gentes que fueron activos en periodos no democráticos y se convirtieron de la noche a la mañana, puede ser tan increíble como imposible su materialización. De hecho, hay que advertir que muchos  siguen estando operativos en cualquiera de las citas electorales, con el firme propósito de garantizar permanencias en el poder o evitar abandonos, no disponiendo de argumentos más racionales para una contienda política, de ideas. No han desaparecido todavía aquellos que mantuvieron, alimentaron y ejecutaron los tiempos de la dictadura. Los tics que restan en la sociedad en cuanto al autoritarismo, arbitrariedad y amiguismo, siguen contaminando las fuentes en las que bebe la actividad política en muchos sectores del partido hoy en el poder de forma generalizada, en nuestro país. Si creímos alguna vez en la conversión generalizada al ámbito democrático, nos equivocamos profundamente. Los reductos que restan son demasiado numerosos, extensos e influyentes en nuestra sociedad.

El amiguismo y el clientelismo siguen vigentes. No en vano, la crisis habida ha exhibido una conducta demasiado amplia en la sociedad, en la que una especie de mix entre administración y administrados (algunos) ha favorecido selectivamente a algunos ciudadanos que, a título de empresarios, aprovecharon más de la cuenta las circunstancias que se le brindaron. Pero no es este aspecto algo aislado o limitado a un momento específico. En algunos casos, los ciudadanos han olvidado la máxima de que la concisión es una de las virtudes más saludables. Cuando un gobierno del mismo color y en mayoría absoluta se mantiene cerca de 20 años, las corruptelas, los amiguismos y el clientelismo está tan establecidos y arraigados, que no cabe esperar nada capaz de atraer bondades y mejoras. Levantar la alfombra, airear las sábanas y pasar la mopa cada cuatro años, evitaría muchos de los problemas que nos aquejan, porque la permanencia, per se, concita toda suerte de prepotencia, de forma que se llega a tener una especie de desprecio a los gobernados, juzgados como incompetentes, desde una posición de poder que lejos de emanar del pueblo, proviene de la casta de gobernantes que se perpetúa, en un afán de acaparar instrumentos cada vez más sofisticados que impulsan a la arbitrariedad y el abuso de autoridad.

Las gentes, buena parte ellas, interpretan que el poder es un ámbito con el que no solo hay que coexistir, sino que de su proximidad derivan beneficios personales. Es el clientelismo que se retroalimenta. En el “backstage” de las celebraciones públicas se puede ver la pléyade de serviles que rodean a los políticos de turno, doblando espalda, blandiendo sonrisa y acomodando corbata en cuellos expuestos, congraciándose con el político de turno para que repare en lo bien que se le rinde pleitesía. Revela una forma de actuar. La pobreza de espíritu de los practicantes de esta marginal posición, solamente se compadece con la exigencia de quien desde el gobierno precisa hacer sentir el poder a través de elementos de sumisión, que no solo acepta, sino que fomenta y mantiene y procura acrecentar. Es un espectáculo lamentable que recuerda aquél que afectaba al futbol de hace décadas, hasta hoy, que llena palcos y merma recaudaciones: el tifus, como se le llamaba popularmente. Hoy tiene su correlato en el ámbito político. Es de lamentar que así ocurra, pero se da, se observa y lamentablemente, se perpetúa.

Ahora estamos próximos a unas elecciones europeas en las que el talante democrático debe emerger a la superficie. No es posible que posteriormente apelemos a no se sabe qué dioses, para justificar nuestros males y dolencias. Pero no es menos cierto que teniéndolo en nuestras manos, hemos despreciado la oportunidad de dar un vuelco a la dinámica que nos imponen. No todos los grupos políticos son iguales, ni todos dicen las mismas cosas, ni están dispuestos a tomar las mismas medidas. Mientras que los neoliberales piensan en los mercados, unos pocos y los beneficios que obtendrán algunos ( a lo que llaman  riqueza colectiva) , los socialdemócratas piensan en las personas, en su bienestar, en el ámbito colectivo. No puede derivarse lo mismo de unos que de otros. Pero, en todo caso, lo menos que debe pasarnos es que nos afecte lo que hemos decidido deliberada y libremente los ciudadanos. Eso se logra votando, hablando, diciendo lo que queremos. Para eso hay que tomar la decisión noble de participar en una dirección que nos beneficie a todos, eligiendo apropiadamente. Hay que acabar con los tifus, desde la raíz, desde donde se pueden cambiar las cosas, desde donde se puede combatir la arbitrariedad, desde donde estemos convencidos que hacemos algo por el bien común, por incrementar el bienestar, la solidaridad y la justicia social. Esto no ocurre desde cualquier posición política. Mira a ver quién te garantiza mejor y es capaz de cumplir con mayores garantías. Acabemos con el tifus, que no es de esta época, ni pregona nada bueno. Aire fresco y ambiente claro. Es bueno para todos.

Tifus ambiental