viernes. 29.03.2024

Excelencia democrática

La participación y la transparencia democráticas son dos elementos básicos en una estructuración de la sociedad...

Hoy, igual que hace un tiempo, los españoles somos perfectibles, democráticamente. En la época que siguió a la dictadura, era natural que emergieran lagunas donde la democracia brillaba por su ausencia. No hubiera sido normal que  una ciudadanía que no había participado de una cultura democrática, pudiera practicarla con la soltura de aquélla en la que sus miembros nacen, crecen y se desarrollan con normalidad. No podíamos compararnos con otros países europeos de larga tradición, dado que la ruptura temporal, muy amplia, de la dictadura, supuso no solamente una ruptura con las conductas democráticas, sino la pérdida de continuidad y, por tanto, una fractura que fulminaba cualquier vestigio que pudiera quedar del último periodo democrático mantenido en la II República.

Andando el tiempo, todos recibimos cursillos acelerados de democracia para normalizar la precaria situación de partida. Es cierto que el resultado fue variopinto, Todo el mundo tiene en su mente ejemplos de personajes, cuya democratización quedó en incipiente o, incluso, en pintoresca. Claro que ya han transcurrido cuarenta años de aquellos inicios. Ya habido tiempo para que los relativamente jóvenes de aquellos años, se hayan visto sustituidos en la sociedad por las generaciones posteriores que ya disfrutaron de un ambiente más despejado. Igualmente, es razonable suponer, que muchas de las estructuras, leyes y organizaciones que emergieron en esos tiempos, sean perfectibles hoy. Es conveniente dar una vuelta a muchas cosas. Merece la pena que nos empeñemos en impulsar en la dirección de mejora de la calidad democrática de nuestras instituciones, y de paso, de nosotros mismos.

La participación y la transparencia democráticas, son dos elementos básicos en una estructuración de la sociedad que quiere tener una ciudadanía informada, culta y con capacidad de decisión consecuente.  Sobre un principio de pretender el bienestar colectivo, los procedimientos para encaminarlo tienen que sustentarse en una garantía de representación que refleje la auténtica voluntad de los ciudadanos. La tecnología está de nuestro lado, por cuanto hoy ofrece opciones consistentes, capaces de soportar cualquier planteamiento que se pueda hacer para disponer de una posición que emane de la voluntad colectiva. La rapidez de respuesta y el alcance de los medios informáticos, garantiza que la participación pueda ser exhaustiva y no muestral. Pero, al tiempo, la transparencia, enfocada desde la claridad de procedimientos y toma de decisiones, así como el conocimiento puntual de la gestión de los proyectos políticos, son perfectamente asumibles con el concurso de las tecnologías hoy disponibles.

Hay un elemento adicional que es la voluntad de participación y transparencia. Este factor tiene una ponderación muy superior a cualquier otro. Nunca fue tan plausible, como hoy, que poder es querer. Y, es probable, que aquí radique la mayor servidumbre: la voluntad no siempre está dispuesta a conceder ventajas democráticas. Hoy se hace más patente que nunca que la ciudadanía se aleja de las formaciones políticas, al comprobar que éstas no son un reflejo mínimo de sus pulsaciones. Parece natural, si no se ven reflejados en las ideas y las iniciativas de un partido. Pero, de ahí se infiere que todo lo que suponga dar participación, supone acercamiento de los ciudadanos a las propuestas que hacen las organizaciones políticas. Ahí hay que ver la valiente y audaz disposición del partido socialista que abre unas primarias a la participación. No hay ninguna otra organización ni otro momento histórico en el que se haya dado tal circunstancia. La representación da paso a la participación en la que cada persona un voto, significa que la voluntad colectiva es la superposición de las voluntades individuales. Todos participan, todos deciden, todos eligen, todos son copartícipes de la iniciativa. Claro que, no puede pretenderse que esa superposición satisfaga a todos por igual, dado que la cuantificación supone que la mayoría resultará victoriosa y la minoría deberá aceptar el resultado, democráticamente. La lealtad entra en juego, realzando la conducta democrática hasta convertirla en rasgo excelso. Ahora rescatamos la referencia a la cultura democrática, porque la aceptación de los resultados por los perdedores es un ingrediente fundamental en la democracia. Sin subterfugios, hay que aceptar los resultados con la misma gallardía y contundencia con la que se defendieron las posiciones antes de alcanzar el resultado final. Esa es la excelencia democrática. Todo ciudadano debiera comenzar por esta punta, aprendiendo a aceptar los resultados adversos a sus intereses o a sus convicciones luchadas. Cuando esto se logra, disfrutar de la democracia resulta  propiciar un placer indescriptible. No crean que hay tantos que disfrutan. A poco que mediten, comprobaran que no son legión, aunque debieran serlo.

Finalmente, del mismo modo que la formación de la voluntad colectiva se obtiene por superposición de las voluntades individuales, que la tecnología permite sondear casi al instante, no se puede extender en el tiempo la vigencia de una voluntad colectiva, más allá del periodo razonable de aplicación de la posición. Hay que redefinir periodos de vigencia democrática, dadas las posibilidades actuales de constatación de esa voluntad colectiva. Esto hace que las Instituciones deben acomodarse a una realidad cambiante en periodos no coincidentes con los tradicionalmente delimitados por los periodos electorales, como hasta ahora. En el mundo en que vivimos en la actualidad no podemos aceptar que el pronunciamiento de unos ciudadanos en el momento de la votación para acceder al gobierno de España, pueda considerarse inamovible durante cuatro años, dadas las circunstancias cambiantes acaecidas, en especial por la aplicación de irregulares políticas por el partido gobernante. Gobernar democráticamente, hoy, no se compadece nada bien con hacer valer posiciones democráticas agotadas por el tiempo y las circunstancias.

Excelencia democrática