jueves. 28.03.2024

Bendita juventud

No es infrecuente presenciar o tomar parte en una conversación en la que sale a relucir la falta de valores de la sociedad actual...

No es infrecuente presenciar o tomar parte en una conversación en la que sale a relucir la falta de valores de la sociedad actual. Dado el escenario en el que se desenvuelven nuestras vidas, por otro lado, no es de extrañar que así ocurra. Es rara la semana, cuando no el día, en que recibimos algún input, estridente en la mayoría de las ocasiones, en el que se nos comunica o informa de algún disparate que comete alguno de los cientos de miles de personas que se dedican a la política, dirección o administración de algún colectivo. Priman los primeros, pero no los convierte eso en exclusivos. Tras unos breves momentos en que se analiza, en la conversación, el último disparate conocido, se pasa a la referencia inexcusable a la falta de valores imperante en nuestra sociedad. No hemos conocido cosa igual. Y si estas escenas ocurren hoy, mañana, estés donde estés, vuelve a ocurrir otra, a veces ya conocida o nueva, de igual o superior magnitud.

Y no falta razón en los análisis al uso, por cuanto algo común en todos los eventos de esta naturaleza es, desde luego, la falta de claridad en el respeto ajeno, de bienes y personas. Es común y extendida creencia que los jóvenes conviven con una ausencia de valores y que sus preocupaciones, en gran medida, se centran en la navegación por Internet, WhatsApp, Facebook, Twiter y otras herramientas de acceso a redes Ciertamente, a muchos de ellos se les ve tecleando en lugares de lo más pintoresco: cafeterías, donde se comunican con ausentes, manteniéndose alejados de los presentes, en iglesias, sentados junto a sus padres que siguen los oficios religiosos, mientras ellos se mantienen conectados con el exterior, en clases en que los profesores son algo consentidores y descuidados, conduciendo, en semáforos y a veces entre semáforos, en suma en todo lugar donde hay cobertura telefónica.  Es cierto, pero no es todo. Hasta aquí, bien pudiera considerarse propio de mentes contemporáneas que de forma natural han incorporado la tecnología a sus vidas, cosa que sus mayores no hacen, no pueden o están incapacitados para hacer, dadas otras costumbres y hábitos desarrollados que ya es difícil erradicar. La edad, no en vano, acomoda, a la mayoría a costumbres que no necesariamente tienen explicación razonable. ¿Se puede sacar de conductas poco usuales en gente madura y avanzada que hay crisis de valores? Probablemente todos coincidan en que si tenemos que hablar de crisis de valores, afectará por igual o en diferente medida, pero afectará a todos los miembros de una sociedad, para poder afirmar con carácter universal un enunciado. Parece razonable que asó sea. Pero se sigue viendo a los jóvenes como los adalides de la ausencia de valores. Si quiera cuando alguien maduro hace referencia a que en su etapa de juventud tales cosas (por as que se critican hoy) no ocurrían, se hace referencia a las claras que no se trata de que toda la sociedad está en crisis, sino que son los jóvenes los que no parecen sintonizar con los valores que otrora imperaron en nuestro mundo.

Hace poco reflexionaba, en un colectivo avanzado en cuanto a la dedicación a los demás, y por tanto nada sospechoso de no cultivar valores genuinos de una sociedad avanzada que se precie de cultura solidaria, sobre la necesidad de que todos hagamos una reflexión para ver cual es la parte que podemos corregir y que está a nuestro alcance. Algunos se limitaban a imputar a los demás, jóvenes, su falta de sintonía y por toda solución solamente apreciaban que tendrían los jóvenes que cambiar de postura. Otros, entre ellos el que escribe, valoraban necesario que todos debiéramos examinar nuestra conducta con objeto de llegar no a recomponer, pero si a tratar de mejorar las condiciones en las que nos desenvolvemos, fijando una dirección inexcusable en la que derechos humanos, solidaridad, tolerancia, libertad y justifica social sean los elementos inexcusables de convivencia.

Con un escenario que integre estos elementos, se pueden valorar mejor las  cosas y examinar más ajustadamente la realidad. Recientemente he tenido ocasión de acercarme, como si dispusiera de una lupa, a mundos jóvenes en su propia salsa y la conclusión es que la salud que goza nuestra juventud es extraordinaria. Claro que hay de todo, de parecido modo a lo que ocurre con el mundo adulto. Pero los valores no están ausentes y la fortaleza con la que los manejan hace presumir lo mejor para nuestro futuro. Si, al tiempo relativizamos el significado, dado que el horizonte que se cierne sobre la juventud es tenebroso, y aquí poco o nada tienen que ver, porque ha sido el mundo adulto el que ha descargado toda la inmundicia e incapacidad sobre la ingenuidad con la que han recibido encima de sus espaldas una carga que bien mereciera ser la pesada carga que debieran soportar los que la han provocado, nos encontramos con una juventud que tendrá que solventar lo que sus genitores han destrozado.

En los cambios, en los procesos de renovación son los jóvenes los que arrastran con la mayor responsabilidad, al dar pasos decididos, que desde la madurez se entienden como audaces e irreflexivos, pero que vienen a ser como los disparaderos capaces de hacer cambiar las cosas, ante las estatuas inermes que se ponen de lado una y otra vez en esa legión de maduros que poco o nada aportan. Hay que reconocer que la juventud es la primera en dar el paso. La juventud da muestras de solidaridad, cuando tienen la peor parte. La juventud es atrevida, poniendo en juego elementos vitales y propios, arriesgando. La juventud ama la libertad, porque valora su pérdida. La juventud goza, pues de los ideales que la madurez arrincona. Perder la juventud es olvidar la solidaridad, despreciar la libertad, no importar la justicia social. Para esto no hay edad definitiva, solo actitud.

La juventud ha sido capaz de valorar que la Universidad está enferma y requiere de un tratamiento de choque. En algunos casos, como en Murcia, ha dado un paso adelante. La juventud ha sido quien ha dado la voz de alarma de que no podemos continuar por donde vamos. El cambio hay que comenzarlo y desde los entornos universitarios se nos está diciendo que basta ya, que no podemos seguir por el camino. Y cuando la juventud dice basta, mejor es que te lo pienses, porque la cosa va en serio. Se puede hablar de pérdida de valores, pero, seguramente son costumbres y no valores a lo que nos referimos cuando se les imputan a la juventud. Pienso que no solo el mundo, sino las personas que habitamos en él, necesitamos que nos rescaten, pero lejos de un rescate bancario, financiero o deficitario, precisamos que la juventud nos empuje en la dirección que nunca debimos perder y por nuestra mala cabeza vamos dejando que se deteriore hasta limites insospechados.  Tienen criterio y decisión, ¡Bendita juventud!

Gracias por el rescate.

Bendita juventud